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Columna
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Volver atrás en busca del futuro

"Es que el problema no es ser conservador, sino serlo de esta forma", me dice Juan Urbano desde Madrid y por teléfono. Le pregunto de qué forma y por qué hemos saltado de la noticia que hablaba de un rodaje de Jim Jarmusch en nuestra ciudad a las fiestas de la verbena de la Paloma. "Pues imagínate", me dice, "a un lado, el maestro del cine independiente y al otro el chotis. ¿Te parece poco?".

Como estoy en mi playa de Rota, con los ojos pacificados por esta mezcla de cielo andaluz y océano fenicio, le digo que lo bueno de que existan los extremos es que te puedes ir a uno y perder de vista al otro, y me responde: "Ya, pero el equilibrio no existe cuando en uno de los extremos está el poder". A veces es tan sentencioso que no tienes nada que añadir a lo que te dice, así que mejor me callo y le dejamos hablar a él: pongo el altavoz al móvil y lo oímos todos.

Cuando Sáenz de Oiza construyó Torres Blancas la arquitectura era un arte, no un espectáculo

"Es que fíjate, lo de La Paloma, los concursos de balcones engalanados, de piropos castizos, de disfraces de chulos y manolas, venga a pasar peinetas y mantillas, de mantones. Por favor, si es que hay hasta una competición de tortillas de patatas. Qué depresión. Y sin embargo, mira lo del edificio Torres Blancas, que fascinó tanto a Jim Jarmusch la primera vez que lo vio, que lo ha convertido en el escenario de su nueva película, que se llama Los límites del control, un título fantástico robado de William Burroughs, y que está protagonizada por un personaje que vive en las Torres Blancas y recorre las zonas de la ciudad que no es Madrid porque no se ha querido que lo fuera pero que recuerda fragmentos de ese sueño en los escenarios que ha aislado Jarmusch: el museo Reina Sofía, las calles del barrio de Malasaña, la plaza de San Ildefonso, la estación de Atocha y, sobre todo, las misteriosas Torres Blancas. ¿Me explico?

Quiero decir que, para empezar, cuando Francisco Javier Sáenz de Oiza construyó esa obra la arquitectura era un arte, no un espectáculo, y el sueño de una capital en la que los rascacielos no fuesen cemento, sino cultura, aún parecía posible. ¿Y sabes por qué eso no ha ocurrido? Pues porque el avance del chotis siempre es proporcional al retroceso del futuro".

Como ven, Juan Urbano estaba radical, así que no me atreví a interrumpirlo. "¿Sabes lo que dice Jarmusch: se pregunta por qué todo tiene que estar hecho de ángulos rectos, por qué tiene que ser razonable y cartesiano, y explica que lo que le hipnotizó del edificio Torres Blancas es que estuviera hecho de curvas, y que fuera tan onírico, si lo quieres llamar así, que estuviera pensado como si en lugar de ser una torre fuese un árbol. Pero ¿cuál es el problema? Pues el problema es que yo estoy hablando mal, lo estoy contando mal porque digo todo el tiempo las torres blancas y no son las, sino sólo la, ¿entiendes? Porque la obra se paró, nunca pudo concluirse, iban a ser dos torres y sólo pudo ser una, iban a ser blancas porque Sáenz de Oiza proyectaba añadirle polvo de mármol al cemento, y se quedaron en grises. ¿No es una metáfora fantástica de cómo son las cosas en nuestra ciudad? Pues bien, yo lo que propongo es que la otra torre se construya ahora. ¿Por qué no? ¿Por qué no regresar atrás, retroceder hasta llegar de nuevo a la modernidad? Eso sí que sería ser conservadores en el mejor sentido de la palabra".

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"Sería fantástico porque, además, la segunda torre podría tener todo lo que iba a tener la primera y no pudo tener por falta de presupuesto, por ejemplo el restaurante que iba a haber en la azotea, junto a la piscina y el gimnasio. ¿No te parece una idea fantástica?".

Pues sí, la verdad. Por eso hoy he decidido no escribir esta columna y, sencillamente, dejarle a él que hablara, por si alguien allá arriba quiere escuchar lo que propone y pensárselo. Nunca se sabe. Dicen que Jarmusch iba a poner en su película un cuadro de Antonio López que reproduce las vistas de Madrid desde la Torres Blancas -vamos a decirlo así, sin concordancia en el número del artículo y los sustantivos, para llamar la atención-, pero que lo descartó al ver lo que ha cambiado la ciudad si la observas desde las alturas. Ojalá pudiera volver a cambiar, pero esta vez para bien.

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