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Reportaje:

Diez años sin aquel chico sensible

Los Secretos convierten su concierto del 30º aniversario en un emotivo homenaje al talento irrepetible de Enrique Urquijo

La noche de los viejunos, anotaba alguna voz maliciosa. Ya es casualidad que en la misma fecha coincida la celebración de los 30 años de Los Secretos, en el Palacio de los Deportes, al tiempo que Aviador Dro sopla en la Joy Eslava las velas de idéntica efeméride. Coinciden en generación, oficio y puede que nada más, pero es lástima que el ser humano haya realizado tan escasos avances en el asunto de la ubicuidad. Habría merecido la pena asomar la nariz por ambos foros, siquiera un ratito.

Si nos atenemos al estricto argumento del aforo, los autores de Pero a tu lado se imponen en la disyuntiva por un rotundo 10 a 1. Y eso que Los Secretos llevan un porrón de años ofreciendo un concierto parecido. Uno muy bueno, eso sí: de haber nacido en tierras californianas y apellidarse Browne o Henley, los Urquijo tendrían asegurado un hueco relevante en las enciclopedias del pop.

Pasan los años y el personal sigue sintiendo escalofríos con las canciones

Álvaro, Ramón y Jesús han de lidiar a diario con dos maldiciones de las que ya nunca podrán librarse: el peso de un repertorio monumental, con no menos de 15 títulos que han de sonar ineludiblemente cada noche, y el recuerdo de aquel noviembre aciago, 10 años atrás, que nos robó para siempre el aliento taciturno y ultrasensible de Enrique Urquijo. Su hermano ha mantenido la llama encendida, lo que le agradeceremos siempre, pero entre Quiero beber para perder el control y Gracias por elegirme media toda una concepción de la vida.

No se trata de restar méritos. De veras. Álvaro Urquijo se relamería del gusto, legítimamente, comprobando cómo los primeros de sus teloneros de anoche, 84, deben de haberse machacado los vinilos de Los Secretos hasta reducirlos a fosfatina. Estos tres chavales de Madrid se llaman como se llaman porque nacieron hace justo un cuarto de siglo, pero cuentan ya con tres o cuatro canciones estupendas (El burdel de las sirenas, Flor de primavera) y demuestran que el legado de los hermanos Urquijo ha adquirido dimensiones intergeneracionales.

Álvaro y sus dos socios primordiales apelan a la elegancia y la sobriedad de esas grandes formaciones que admiran. Los Eagles también gastan traje y tampoco necesitan hacer el ganso en escena: si dispones de un estupendo puñado de estribillos y cultivas unas armonías vocales inmaculadas, ¿para qué perderse en aspavientos? Le falta al jefe de filas, si acaso, algo más de encanto en sus parlamentos, a veces banales y otras casi revanchistas. "En la casa de discos nos echaron después de publicar este sencillo", recordó para presentar la extraordinaria No me imagino. Tiempo ha tenido más de uno para tirarse de los pelos.

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Puede que el verdadero gran activo de Los Secretos pase por el trabajo callado que desarrolla ese discreto dandi de la guitarra llamado Ramón Arroyo. Es curioso comprobar cómo Arroyo ha americanizado el sonido de la banda mientras sus grandes aliados generacionales de la nueva ola madrileña, Mamá, suenan ahora como unos Teenage Fanclub entraditos en edad. Los chicos de José María Granados calentaron la temperatura con un miniconcierto eléctrico, corajudo y acelerado, dispuestos a aprovechar hasta el último de sus minutos frente a 10.000 almas. A uno se lo deben de llevar los demonios cuando temas como Nuevo color o Chicas de colegio no gozan de una difusión algo más generosa.

Pese a las muy dolorosas piedras que han jalonado el camino, a Los Secretos les ha acabado sonriendo más la fortuna. Los números redondos animan a la nostalgia y los 10 años sin Enrique propiciaron algunos momentos elegiacos particularmente emotivos. E inesperados, como cuando el telón al fondo del escenario se levantó para descubrir una orquesta de más de 30 integrantes con la que Álvaro facturó emotivas lecturas de Aunque tú no lo sepas o Cambio de planes.

Justo antes, el grupo acababa de rescatar la última composición de Enrique, Hoy la vi, que nunca se había atrevido a ofrecer en directo, y esa exquisita ranchera, Ya me olvidé de ti, con la que tanto se emocionaba el abuelo Prieto. Sobre el valor testimonial de una preciosidad como Ojos de gata no merece la pena insistir, pero pasan los años y el personal sigue sintiendo escalofríos con aquello de volverse vulgar al bajarse de cada escenario.

El último tramo era el de la adrenalina: Buena chica, Ojos de perdida, Sobre un vidrio mojado, la consabida catarsis colectiva en torno a Déjame. Allá donde estuviera, un chico tan sensible como Enrique tuvo que emocionarse mucho anoche. No era para menos: a otros muchos les sucedió también.

Concierto del 30º aniversario de Los Secretos, en el Palacio de los Deportes de Madrid.
Concierto del 30º aniversario de Los Secretos, en el Palacio de los Deportes de Madrid.SANTI BURGOS

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