En el camerino con Papito
Miguel Bosé ensaya con sus amigos el concierto de hoy en Madrid

Miguel Bosé es un caballero elegante incluso cuando nadie le ve. Son las seis de la tarde, no hay un alma en el Palacio de Deportes y hace un frío endemoniado, pero Papito domina todo el escenario envuelto en un gabán oscuro, luciendo planta serena e imponente a sus casi 53 primaveras. Comienza la prueba de sonido y en esta plaza tiene más mando que el Papa de Roma, pero no eleva la voz ni un decibelio para trasladar las órdenes a su equipo. "¿Estáis preparados, chicos y chicas?", interroga a sus colaboradores (y colaboradoras). A la ministra Aído le encantaría conocerle.
El de hoy no es un concierto cualquiera. Dentro de poco más de tres horas, casi 15.000 almas alzarán los brazos al son de Bandido, pero será la última vez que puedan hacerlo en un concierto. Ni con Bandido ni con ninguno de las dos docenas de himnos que han conquistado a cuatro generaciones: Como un lobo, Linda, Los chicos no lloran, Corazón forastero... Papito, el disco que las incluye, será por segundo año consecutivo el más despachado en las tiendas españolas. Y Papitour, la gira, supera ya los 150 conciertos. Sólo quedan, de aquí al día 20, los de Bilbao, Compostela, Badalona, Salamanca y Valladolid. Después de eso, nada. C'est fini.
"Estamos de bajón, como si tras cuatro años ininterrumpidos de producción, ensayos y conciertos nos fueran a despedir", murmura Miguel Bosé mientras apura una lata de cerveza y un cigarrito en el sofá del camerino B. "Teníamos peticiones para otros seis meses de gira, pero hay que saber parar a tiempo. Es mejor así: quedarse con un poco de hambre y el buen recuerdo de todo lo vivido. Si continuáramos, el parón sería luego aún más doloroso".
Las brochetas de fruta y los montaditos salados se alinean intactos frente al espejo. Miguel y los suyos (y suyas) se han dado un homenaje en el restaurante de su amigo Sergi Arola y todavía no se le ha abierto el apetito a nadie. Tampoco a los invitados de esta noche: David Summers, Ximena Sariñana, Bimba Bosé. Tres cuartos de hora antes de que se enciendan las luces, su tío ingerirá un par de anchoas bien empapadas en aceite. Y al rato, una aspirina. Su voz no necesita más estimulantes que esos para resistir la última cita con la parroquia madrileña.
Por el camerino merodea ya el cantante David Cantero. Suena un móvil: Dani Martín, de El Canto del Loco, también anuncia que está al caer. Le toca ahuecar el ala a todo aquel que no sea compañero de profesión o integrante del equipo técnico. ¿Y ahora qué, Papito? "En enero, un par de conciertos a medias con Juanes, en Colombia. Y luego, inevitablemente, descansar: unos pocos días para hacer mis inmersiones de submarinismo".
El decimoséptimo disco en estudio de Bosé espera turno. "Tengo ya cinco maquetas y 50 o 60 esbozos. Necesito cerrar ciclos; no ya renovarme, sino volver a empezar. Será algo muy diferente, para presentar en espacios pequeños rodeado de alta tecnología". Algo anda tramando el amante bandido del pop español.

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