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Los chinos exigen vender alcohol

Los comerciantes piden al Ayuntamiento el desbloqueo de la concesión de licencias

Multas de hasta 240.000 euros o pérdidas en caja del 40%. Este es el panorama al que se enfrentan los propietarios de las tiendas de ultramarinos, según el presidente de la asociación de comerciantes chinos, Pedro Zhang, que critica el doble rasero con el que el Ayuntamiento trata a los establecimientos de alimentación: rechaza sistemáticamente las licencias de venta de alcohol de los pequeños locales, pero permite que las tiendas de conveniencia amparadas por grandes cadenas lo hagan pasadas las 22.00.

Desde 2002, coincidiendo con la ley antibotellón, las tiendas deben tener una segunda licencia que autorice vender bebidas alcohólicas. La decisión sobre estas licencias corresponde a los gerentes de las Juntas de Distrito y no a la nueva agencia municipal de gestión de licencias. Los comerciantes aseguran que el grifo de las licencias gotea en algunos distritos como Ciudad Lineal o Chamartín y está cerrado desde hace años en otras zonas como Centro. Un portavoz del Ayuntamiento de Madrid asegura que es "imposible" saber cuántos comercios de empresarios chinos tienen permiso para la venta de alcohol.

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El año pasado, la asociación propuso al concejal de Centro una experiencia piloto por la que una treintena de establecimientos se comprometían a someterse a controles periódicos del Ayuntamiento y de la Federación de Empresarios de la Comunidad de Madrid (Fedecam) a cambio de tramitar su solicitud de licencia. A pesar de la iniciativa, la Junta continuó denegando los permisos.

J. J. es uno de los comerciantes chinos que formó parte de esta prueba. En su tienda, próxima a Gran Vía, vende desde cartones de leche hasta pendientes. Lleva cuatro años esperando la autorización para vender alcohol y afirma que carecer de la licencia es "muy malo para el negocio". Un cliente entra y le pide dos latas de cerveza, J. J. mira a uno y otro lado, rebusca entre una estantería escondida y repite con gesto serio: "No en la calle". Reconoce que tiene miedo. Este año ya le han puesto dos multas de 30.000 y 60.000 euros, pero sigue arriesgándose. "Si no vendo las cervezas se enfadan y se van sin comprar nada. No puedo esperar más a la licencia".

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El pasado diciembre la Asamblea de Madrid aprobó, con los votos del PP y PSOE, una modificación a la ley de acompañamiento que amplía el horario de venta de alcohol más allá de las 22.00 a los negocios abiertos un mínimo de 18 horas al día, con una superficie menor a 500 metros cuadrados y que reserven un espacio de entre el 20% y el 35% a la venta de libros, prensa, vídeos y música. La enmienda, "a medida" de los establecimientos de 24 horas con una gran estructura empresarial detrás, deja fuera a las gasolineras y a los chinos.

Zhang confirma la necesidad de luchar "desde el cumplimiento de la legalidad", aunque censuran lo "desproporcionado" de las multas. Advierte, también, del acoso de inspecciones a los 3.000 comerciantes representados en la asociación que preside. Ying, nombre ficticio, regenta un establecimiento en el sector de las Embarcaciones de Tres Cantos. En vacaciones, la hija de Ying hace las veces de traductora para su madre que en español apenas sabe decir los precios y artículos que vende. Con licencia para vender bebidas alcohólicas desde septiembre de 2007, la dueña confiesa que los clientes que compran cerveza siempre se llevan, además, hielo o algo para picar. El pasado febrero su local aprobó con un "todo correcto" el examen de la Policía Local. Dos meses más tarde la inspección de la Guardia Civil incluyó en el acta una acusación de venta de alcohol a menores. "Se observa: al salir del local menores con la compra de bebidas alcohólicas", dice el expediente. Ying niega haber cometido la infracción y no entiende que los agentes solo dan credibilidad a los menores.

El abogado de la asociación incide en que este colectivo es muy reacio a recurrir, a protestar o a denunciar. Ying confirma esta tesis cuando afirma que ha sido víctima de robos varias veces, pero que nunca ha interpuesto denuncia. "Solo queremos un trato justo", se justifica Zhang quien añade: "El fracaso no entra en la cultura china".

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