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Columna
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Dos corazones

Madrid huele a verano y a declaración de la renta. ¿Quién piensa en estos días cuando hablamos de declaración en una declaración de amor? ¿Qué nos hace más ilusión, que la declaración nos salga negativa o que nos miren con ojillos tiernos? Soy de la opinión de que para el amor tenemos todo el año, mientras que para Hacienda sólo hasta fin de mes, y las horas pasan, los minutos pasan. De pronto me acuerdo de la charla que di en Santander en julio pasado, ¿me habrán mandado el certificado de retenciones? ¿Y el IBI? ¿Y el seguro de la casa? Poco a poco me voy hundiendo en una montaña de papeles, pero no sólo de papeles, sino de ansiedad, de desánimo, el pasado concreto de un dinero ya gastado se va haciendo borroso...

Madrid huele a verano y a declaración de la renta. ¿Quién piensa en una declaración de amor?
Toda realidad tiene límite. No podemos sobrevivir sólo de realidad porque nos saldrían ampollas

Mis dedos pasan por la fría realidad del autónomo, de los pringados que no tenemos paraísos fiscales ni abogados que nos saquen las castañas del fuego y a los que nos tiemblan las piernas si un día recibimos una carta de la Agencia Tributaria. Para nosotros mentar la "paralela" es como mentar al diablo, no porque no tengamos la conciencia tranquila, sino porque nunca se tiene suficientemente limpia, y precisamente ese poco de suciedad es lo que no nos deja fiarnos de nosotros mismos al 100%.

Es como cuando en el aeropuerto te hacen abrir la maleta. De sobra sabes que no llevas droga ni un doble fondo con billetes de 500 euros, y sin embargo, ¿cómo estar absolutamente seguro de que el agente no va a encontrar algo?, ¿algo que surja de entre la ropa como un mal pensamiento? Así que, ¿cómo alcanzar la paz completa, ese grado celestial de absoluta conformidad de uno con su declaración y de uno con su maleta?

No creo que sea yo la única que respirará cuando logre entregar el dichoso sobre, pensando que aún me queda un año por delante de descanso. Algunos mandan la declaración por Internet, otros seguimos anclados en la era del sello. Un papel sellado nos da la vida. Pero haré mal en relajarme porque la próxima ya está encima, parece que fue ayer cuando me desesperaba buscando las facturas de la luz, como ahora mismo. Quizá para desdramatizar nuestra relación con Hacienda habría que fijar unas jornadas de puertas abiertas e incluso compartir un aperitivo con los funcionarios, de modo que nos demos cuenta de que son tan humanos como nosotros, incluso simpáticos y que no van con mala idea. Seguramente alguien nos tiene que recordar (y ellos han cargado con este peso) que la vida está llena de pequeños detalles, olvidos y malentendidos. Bienvenidos a la realidad.

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Pero toda realidad tiene un límite, no podemos sobrevivir sólo de realidad porque nos saldrían ampollas. El otro día me decía alguien que él era muy pr (pragmático), bueno pues hasta el más pr sueña. Es imposible escapar del sueño dormido y ni siquiera del sueño despierto. Y si hay alguien que no se lo crea puede leer la novela de Ana Merino (más conocida como poeta, merecedora de los premios Adonais y Fray Luis de León de Poesía), El hombre de los dos corazones (Anaya), que acaba de aparecer y que supone su primera incursión en la narrativa.

A un texto hermoso se unen las delicadas ilustraciones de Beatriz Martín para atraparnos en la historia de una niña llamada Raquel, que tiene pesadillas y llama a sus padres para espantar sus miedos. Una de esas noches su madre, Reyes, se inventa un cuento sobre un hombre que tenía dos corazones. La vuelta de tuerca viene cuando la historia sigue desarrollándose en los sueños de la hija y la madre, y el hombre de los dos corazones quiere descubrir de quién es su segundo corazón.

A partir de aquí los tres comparten una aventura que les llevará a descubrir mundos nunca imaginados. Ana Merino pone poesía en la sencilla y sugestiva prosa de estas páginas como sin querer, como si las cosas por sí solas, por el mero hecho de nombrarlas revelaran todo lo que tienen dentro, como si nos contara quién las ha tocado y mirado y soñado. Un libro que demuestra que la buena literatura no tiene fronteras de ningún tipo, tampoco de edad, como demuestran los propios personajes de la novela: "Reyes se sintió tentada de explicarle a Raquel lo que significaba la ficción. Hacerle entender que no debía tomarse tan a pecho esa historia, porque había sido pura invención. Pero se dio cuenta de que ella también sentía curiosidad por saber el final de ese relato en el que se habían mezclado los sueños de las dos".

Yo también siento mucha curiosidad, ¿y usted?

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