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Columna
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Me das morbo, Mou

Jesús Ruiz Mantilla

No entiendo bien la razón, pero el caso es que Mourinho me da morbo. Lo veo y se enciende en mí una atracción fatal. ¿Por qué nos fascina tanto, más en mi caso, que no soy sospechoso de madridismo? Si en el fondo, en la forma y en realidad es un tipo que ha hecho de la soberbia un estilo, si no sonríe salvo cuando debe hacerlo por desprecio, si provoca al mascar chicle, si mocha al entrenador contrario cuando está en vísperas de un nuevo partido, si ha demostrado que no se rige por ningún ideal, que es un mercenario de equipos y pizarras de juego, un camaleón táctico que elige en cada momento lo que le conviene y va dando saltos de club en club con el mero objetivo de engrandecer el culto a sí mismo, ¿por qué me produce tanto morbo este Mou?

El secreto de Mourinho es la estricta y caprichosa megalomanía de su personalidad

Después de saber todo eso, de ser consciente de cada uno de esos puntos, ¿por qué me atrae sin cesar? ¿Por qué nos hipnotiza y nos hace entrar en su juego perverso? No es cuestión mía. Cuando los realizadores televisivos transmiten los partidos del Real Madrid, aparecen más planos del banquillo que de Cristiano Ronaldo. Sus declaraciones se siguen paso a paso, siempre hay una frase, un titular, un pase de pecho, una provocación jugosa. ¿Por qué le bailamos el agua? ¿A qué fin entramos al trapo?

¿Existe un ideario Mourinho? No. Cuando asustados, los aficionados al buen fútbol, comprobamos como con el Inter de Milán, jugando al rugby con una escuadra de bestias pardas y malas artes psicológicas, eliminó al Barça de la Champions el año pasado, nos echamos las manos a la cabeza. Luego ganó y Florentino, visto lo visto, contrató a un entrenador que predicaba el triunfo a cualquier precio -incluso el de pisotear la grandeza del juego y la tradición de la casa- para salvar su nueva era.

Pero Mourinho llegó y puso en práctica otra visión radicalmente distinta. ¿Cuáles son sus principios? Más allá del palo, la colleja, la mandanga, el exabrupto, la desmesura, el teatro. No tiene. Dicen que traspasa toda la presión sobre él y libra a sus jugadores de la mala influencia de los focos. Mentira. Que se lo pregunten a Pedro León, a Sergio Canales, que se lo cuenten a un vestuario donde alguna vez han tenido que escuchar: "Si ocurre lo de Alcorcón están muertos". Deben vivir en un permanente estado de terror. Los humilla, los azuza, los machaca. ¿Es eso quitarles la presión?

El secreto de Mou es otro. Es la estricta y caprichosa megalomanía de su personalidad. No hay mucho más. Rompió el molde. Desde que nació se apuntó al club de los sobraos. A mí se me asemeja al Mark Zuckerberg que como cuenta La red social -no te la pierdas Mou, aunque hayas confesado que no vas al cine-, en mitad de la lucha encarnizada por una demanda de millones de dólares sobre la originalidad de Facebook, a la pregunta de un abogado sobre si le está prestando atención responde que no y que no hay nadie en esa sala que le llegue a la uña del pie. Me recuerda al Dalí que cuando fue examinado por los prebostes de la Academia de San Fernando y le preguntaron por Rafael les respondió que ninguno de ellos tenía autoridad para hacerlo porque él sabía sobre el pintor italiano mucho más que todos ellos juntos. Otros dos amorales, otros dos borrachos del egocentrismo.

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Un vaquero solitario me resulta Mou, un John Wayne, un individualista enfermizo, un Napoleón, un símbolo muy atractivo de éxito personal en esta época de descalabres colectivos ante el que babeamos. Todos. Un líder con mucho predicamento y mérito también. Si no, ¿de qué se va a llenar el Bernabéu para ver al equipo en la primera ronda de la Copa del Rey contra el Murcia? Pero, ¿vale todo a cualquier precio? La liga y la temporada, que son largas, lo dirán. Yo me apunto al lado Jedi. Al del espectáculo, la pureza, la alegría, la belleza, la sencillez, esa que aún pervive en las botas de Xavi, Iniesta y Messi. A ver en qué acaba este episodio de La guerra de las Galaxias futbolística. Darth Vader ha llegado con toda la energía que le da el lado oscuro. Con perdón para el madridismo, desde mi trocito de corazón culé: que la fuerza no le acompañe.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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