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Reportaje:

El despertar de Madrid

El alemán Peter Witte estrena la nueva sala de exposiciones del Museo Municipal con una muestra sobre el Madrid de los años sesenta

Evocar visualmente el Madrid de los años sesenta del siglo XX, los que definieron el despegue social de la carcasa política de la dictadura, es una tarea amena, grata y posible en el Museo Municipal de Madrid. El gran palacio porticado por Pedro de Ribera en 1726 en Fuencarral, 78, alberga en su recién estrenado museo de exposiciones temporales una muestra dedicada al artista y fotógrafo alemán Peter Witte.

Nacido en 1933 y educado en Hamburgo, llegó a Madrid en los últimos años de la década de los años cincuenta, se afincó en 1965 y se integró en el equipo que cooperaba con el Instituto Arqueológico Alemán. Esta institución, de las de mayor solera científica de Madrid, sigue contando en su sede de la calle de Serrano, en El Viso, con un archivo documental, bibliográfico y fotográfico señaladamente sobre arqueología, sin par en Madrid.

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Quizá por este nexo arqueológico, la piedra parece ser uno de los elementos invariantes en las fotografías de Witte, que propende a unirse a la tradición de fotógrafos extranjeros que, como Jean Laurent y Charles Clifford dos siglos hace, trataron de inmortalizar instantes de una ciudad irrepetible como ésta.

Witte desarrolló su labor también como periodista; quizá por ello fue capaz de aquilatar al máximo las instantáneas, de las que no están ausentes placas como una en la que retrató, entre penumbras, a dos ministros de Franco -Antonio Iturmendi y Fernando María Castiella- y a Conrad Adenauer, canciller de la República Federal Alemana, durante su visita a Madrid muy poco antes de su muerte. Asimismo, Witte retrató para Der Spiegel a Adolfo Suárez, designado presidente del Gobierno en los albores de la transición democrática,

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Pero Witte, al menos en esta exposición, no abusa de la política. La encuadra dentro de unas coordenadas temporales. Parece buscar la trascendencia no en los grandes eventos políticos, sino más bien en escenas de la vida cotidiana matritense, de cuya pluralidad le ofrece un incesante y sustancioso trajín.

La fuente cercana a la plaza de Cibeles, considerada como de agua gorda, es una de sus fotografías más celebradas, ya que desata la nostalgia por aquellos caños tan generosos que otrora, cincuenta años hace, todavía jalonaban la ciudad.

Witte queda asimismo prendado por la juventud, remarcablemente por las parejas de adolescentes, donde la perspicacia de su mirada y su acompasamiento con el objetivo de su cámara descubre el germen de un futuro que comenzaba entonces a despuntar.

No faltan, desde luego, las escenas de tipismo: barquilleros, tenderos, gentes del toro, tan impactantes para los visitadores ocasionales de Madrid. Pero Witte busca un algo que sólo él columbra y que constituye lo más singular de su entusiasmo gráfico. Resulta sorprendente la proliferación de un manojo de placas en las cuales se resalta el protagonismo de inmigrantes de color o también de la América hispana, cuando entonces, en plenos años sesenta, tal fenómeno era invisible a cualquier profano.

Sin embargo, Witte parece haber intuido que Madrid estaba destinada a ser crisol de etnias, quizá por una benevolencia de la luz que aquí habita, que los lugareños no valoran pero que quienes visitan la urbe estiman sobremanera y confiere aquí a la vida una exterioridad envidiable.

La enjundia de las obras del Museo Municipal hizo pensar en algún momento que no concluirían nunca. La sala recién abierta preludia nuevas exposiciones temporales, lo cual compone víspera gozosa, por los copiosísimos fondos que atesora el museo, visitable de 9.30 a 20.00 de martes a viernes; los sábados y domingos, de 10.00 a 14.00.

Explanada de la futura M-30.
Explanada de la futura M-30.PETER WITTE

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