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El día en que el Prado abrió la puerta de Velázquez

Entrada gratuita a una exposición de pintura y escultura españolas del siglo XIX y una sala de grabados de Goya

Quedan cinco minutos para las ocho de la mañana. Con frescor ambiental y un traje vaquero para combatirlo, Antonia Expósito, jienense de 53 años, auxiliar de Pediatría, caminaba ayer por el paseo del Prado; bajo la estatua de bronce cincelada por Aniceto Marinas, Diego Velázquez, desde su peana, parecía recibirla con afable mansedumbre.

Juan sólo ha hecho un par de minutos de espera, pero entra el primero "¡Tanto tiempo sin contemplar todas estas maravillas!", dice una visitante
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El nuevo Prado se estrena con más de 30.000 visitantes

Antonia había madrugado para visitar, por tercera vez en su vida, el Museo del Prado, que en tan luminosa jornada de otoño abría gratuitamente sus puertas, entre ayer y el próximo día 4 de noviembre, hasta las ocho de la tarde, para estrenar su más grande ampliación con una exposición de arte del siglo XIX. "No quería perderme este día aquí, en el Prado", comenta Antonia con el mismo argumento que emplearon ayer más de 30.000 personas.

Casi al tiempo llegaba a la puerta Ismael, de 31 años, nacido en Stuttgart y vecino de Guadalajara, donde trabaja como agente de seguridad. "Siempre acudo a los actos culturales con puntualidad", dice Ismael, a quien Antonia ha cedido la primacía de la cola de las personas que, poco a poco, toman posiciones ante la puerta de Velázquez, hasta ahora cerrada al público. "Lo mío es la pintura flamenca, sobre todo, Van der Weyden; de la arquitectura, me encanta la Capilla Real de Granada, de Juan de Egas", explica. Se refiere al arquitecto al que se atribuye también la cercana iglesia de los Jerónimos, que luce sus cresterías recién restauradas y hacia cuyo claustro Rafael Moneo ha ampliado el museo.

Son las 8.20. Manolo, un guardia de seguridad, obliga a los miembros de la cola a ceñirse al muro. Con cintas y pivotes negros, encajona a los visitantes -hay un matrimonio de puertorriqueños, dos británicos y cinco japoneses- y monta otra cola. Quedan pocos minutos para que la puerta blanca con machones, vedada al público desde casi siempre, se abra de par en par.

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Un señor maduro, elegante y enérgico, con sombrero, se sitúa entre ambas filas. Mira de frente, decidido. "Se va a colar", sonríe Antonia. Son las nueve de la mañana. La gran puerta blanca se abre. Juan Barrionuevo, asturiano, sólo ha hecho un par de minutos de espera. Pero entra el primero al museo. Sigue con su sombrero, su bufanda inglesa y su corbata. "Soy guía: y freelance", precisa imperturbable.

Antonia acaba de cruzar los arcos voltaicos, que pitan sin cesar. "Qué pena que no pueda estar aquí mi marido, tiene trabajo", dice apenada. Una sala circular jalonada con ocho musas de mármol acoge a los primeros visitantes de la exposición: 95 pinturas españolas del siglo XIX, sazonadas con exquisita escultura romántica. La cartela de un busto velado de Isabel II, de Camilo Torregiani, tiene dos fechas que no coinciden, 1855 y 1901. "Inmediatamente lo corregimos", dice una empleada del Prado. El sentido de la circulación interior por el museo ha cambiado; antes, de norte (puerta de Goya) a sur (puerta de Murillo); ahora, de este (puerta de Velázquez) hacia el claustro de los Jerónimos, situado al oeste.

La muerte de Viriato, de José de Madrazo, es el primer lienzo de gran formato sobre el que los recién llegados recrean sus miradas. Muchos óleos más desfilan luego ante sus ojos. La conversión del duque de Gandía, de José Moreno Cambronero, allega al olfato de los visitantes el hedor de los despojos de una reina muerta. La atmósfera se adensa aún más en el lienzo de Francisco Pradilla, Doña Juana la Loca: la reina viuda de Castilla mira ensimismada el féretro de Felipe, envuelta en humo de una hoguera cercana. "¡Tanto tiempo sin poder contemplar todas estas maravillas!", suspira Felicidad Ordiales, profesora.

"Lo mejor es el engarce entre el viejo y el nuevo museo", comenta Pilar Gómez, de 47 años, trabajadora en La Paz; "lo menos bueno, el claustro", añade. Siete de los 40 arcos claustrales de los Jerónimos filtran a raudales la misma luz, cuya lumbre, una planta más abajo, destella desde el óleo Vista de Madrid desde la pradera de san Isidro, de Aureliano de Beruete.

Visitantes del ala del Prado abierta al público ayer recorren el claustro integrado en el museo.
Visitantes del ala del Prado abierta al público ayer recorren el claustro integrado en el museo.CRISTÓBAL MANUEL

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