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Columna
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Una discriminación menos, una plaza más

Aunque parezca mentira, en algunas ocasiones nuestros tribunales actúan para defender los derechos de los ciudadanos, en lugar de hacerlo para romperle la cáscara a sus libertades como quien deja caer el mazo sobre una nuez. Para demostrarlo, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid acaba de condenar a la Agencia de Empleo del Ayuntamiento a indemnizar con casi 60.000 euros a una trabajadora por haberle pagado desde marzo de 2004 un salario inferior al que recibía un compañero que realizaba las mismas tareas. En la sentencia, tan rara que la puede entender cualquiera, se dice que se trata de un caso de discriminación de género, y que no, que por ahí no pasan. "Pues mira qué bien, porque en España el salario medio mensual de las mujeres sigue siendo un 24% más bajo que el de los hombres", me dice al otro lado del teléfono Juan Urbano, que anda mal del escudo tras la derrota de su Real Madrid en el Nou Camp, y luego añade: "Siempre he dicho que, de entrada, este país será mejor en cuanto se deje de aplastar a las mujeres en los trabajos y a los hombres en los divorcios". No seré yo quien le quite la razón. La violencia de género no me gusta, en ninguna de sus expresiones.

La palabra discriminar es un filtro en el que se quedan los derechos de los más débiles

Lo cierto es que la palabra discriminación no termina de borrarse de los titulares, y uno la encuentra emboscada en las noticias más a menudo de lo que querría. Lo cual es deprimente. ¿Qué significa que en el siglo XXI algunas personas aún sean discriminadas a causa de su raza, su género, su edad, su salud o su orientación sexual? Pues, sin duda, significa que este mundo avanza inexorablemente hacia el pasado, y que seguirá haciéndolo mientras los días de tantas personas continúen siendo una cuenta atrás: domingo, sábado, viernes, jueves, miércoles, martes, lunes, diciembre, noviembre, octubre... Si lo dudan, paseen junto a los escaparates iluminados de la Navidad y luego acérquense a la plaza Mayor, sin ir más lejos, a ver a las decenas de pobres que duermen bajo sus soportales, dentro de un zulo de cartón. ¿O zulo sólo se puede decir cuando el que te mete en el agujero lleva una pistola?

"Pero en cualquier caso, qué horror", dice Juan Urbano, "que sea justo el Ayuntamiento el que cometa dllevándole la contraria a sus propias campañas publicitarias de concienciación. Es para reírse de tristeza", concluye, dejando escapar, efectivamente, una carcajada amarga.

La palabra discriminar es un filtro en el que se quedan los derechos de los más débiles, las personas que por el motivo que sea son echadas a un lado, a veces porque no tienen dinero con el que pagar el pasaje hacia la sociedad del bienestar y a veces, simplemente, porque no pueden defenderse. Por ejemplo, los enfermos de sida, que estos días en que se celebra el día mundial de la lucha contra ese infierno de la sangre dan una respuesta a quienes los marginan, los maltratan o los ignoran, con una exposición que está colgada en el Casino de la Reina, en la glorieta de Embajadores, y en la que se pueden ver fotografías hechas en distintos lugares de Madrid por algunos portadores del virus VIH, que hacen visibles distintos ejemplos de la discriminación de la cual son víctimas y ojalá sea un modo de abrirle los ojos a quienes prefieren condenar a comprender y tener miedo a tener información.

"Discriminación" no es una palabra, es un agujero en el barco. Se escribe así: de, i, ese, ce, erre, i, eme, i, ene, a, ce, i, o, ene; pero si se escribiese "desdemocracia", o "desconstitución", significaría lo mismo.

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Menos mal que, esta vez, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha dado en el clavo, y así empezamos bien diciembre, con una injusticia menos y una obra pública más, que es la plaza de Callao cerrada al tráfico y recuperada para los peatones; dos cosas muy distintas que se parecen, según dice Juan Urbano, en que son las dos mejores noticias de esta semana. Ya sólo falta que sean sólo el principio de otras muchas iguales.

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