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Columna
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Unos espías de chiste

Por alguna razón, le costaba más pensar en policías y guardias civiles de verdad que en Torrente, en los inspectores Hernández y Fernández de Tintín, en el superagente 86, Maxwell Smart, con su zapatófono pegado a la oreja, y hasta en aquel maravilloso Anacleto del dibujante Manuel Vázquez, que cuando caía al vacío desde la azotea de un rascacielos, gritaba: "¡Oh, Dios mío, es un precipicio de 200 metros, ya quedan sólo 150, y ahora 100, 80, 50, 20, 10, 5, 4, 3, 2..!". Y entonces, al llegar allí, exclamaba: "¡Ah! ¿Sólo dos metros? ¡Esto me lo salto!". Y, efectivamente, daba un saltito y se salvaba. Todos esos valdrían, e incluso Mortadelo y Filemón o una nueva pareja formada por los inspectores Gadget y Clouseau. Eso era lo que le ocurrió a Juan Urbano cuando leyó las informaciones del servicio de espionaje que, según afirman los periódicos, se sospecha montó la Comunidad de Madrid para vigilar al vicealcalde del Ayuntamiento y al vicepresidente del propio Gobierno regional.

¿Y eso se paga con dinero público, o los que encargaron el trabajo lo han sacado de su cartilla?

Se preguntó si esos ex agentes que habían estado en calidad de asesores al servicio de la Consejería de Interior de la Comunidad de Madrid, hoy dirigida por el secretario general del PP en la capital, que tenían entre sus misiones la búsqueda de pruebas y la elaboración de informes sobre posibles tramas de corrupción en municipios socialistas, llevarían una gabardina con el cuello subido, y si guardaban una lupa en el bolsillo, y aunque no ignoraba la gravedad de las acusaciones que se han lanzado contra ellos y sus supuestos jefes, tampoco pudo evitar imaginárselos resbalando en cáscaras de plátano, dándose en la nariz con las farolas y mareándose en las puertas giratorias de los hoteles. Porque, la verdad, todo este asunto será un horror, pero parece un chiste. Qué cutre, todo.

Al vicealcalde, por ejemplo, lo seguían por los alrededores de su despacho en el Palacio de Correos y cerca de su casa, y después daban el parte, como mucha gente le llamaba a los telediarios durante el franquismo: "Cobo sale del domicilio a las 8.25 de la mañana, tomando el itinerario particular y llegando a su puesto de trabajo a las 9.02 horas. Se observa que durante los desplazamientos le acompañan una moto y un vehículo turismo con un ocupante por detrás, realizando la contravigilancia. Una vez llega el objetivo al puesto de trabajo, como quiera que la zona está dotada de fuertes medidas de vigilancia y control, después de un tiempo prudencial, la abandonamos y nos dirigimos a montar el dispositivo de otro objetivo". O sea, que fue pillado acudiendo al trabajo, ni más ni menos. ¿Y eso se paga con dinero público, o los que encargaron el trabajo lo han sacado de su cartilla? Como comprenderán, Juan Urbano se teme lo mismo que nos tememos todos. Y si se confirma el asunto, la factura no va a ser una propina, porque al vicepresidente de la Comunidad, por ejemplo, lo siguieron hasta Cartagena de Indias (Colombia) y Johannesburgo (Suráfrica), lo grabaron con cámaras ocultas luciendo una equívoca camisa informal y hasta se hicieron con una copia de sus billetes, pagados en metálico.

Hay por ahí alguien que escribió que un verdadero amigo siempre te apuñala de frente, con lo cual queda demostrado otra vez que algunos de los dirigentes del Partido Popular no son amigos de su presidente, y también que no se fían unos de los otros, ni siquiera de los que están en su mismo bando, y por eso patrullan la ciudad, se observan de reojo, quieren saber con quién comen, con quién hablan, a quién llaman por teléfono... Algunos de ellos fueron pillados entrando y saliendo furtivamente de lugares más que dudosos: "A media mañana, Cobo se encuentra en la sede del PP, sita en la calle de Génova, de donde sale a las 14.25". Imagínense.

A Juan Urbano le dio una pena enorme todo eso, porque habla de una Comunidad en la que la Real Casa de Correos parece la Rue del Percebe, y de unos dirigentes políticos que no respetan nada, que nunca se detienen, que luchan con el poder a base de golpes bajos y que, encima, dan pena, de puro chapuceros. Qué cutre, qué feo y qué viscoso. Pobre Madrid. "Ven, Capitán Trueno, haz que gane el bueno", decía una canción de los ochenta. Esta vez, que venga Anacleto y los desaloje, por favor.

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