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La excelencia escénica internacional aterriza en el Festival de Otoño

El recorte presupuestario no afecta a la gran cita cultural madrileña

El Festival de Otoño tenía todo atado y bien atado antes de que la crisis apareciera en escena y mucho antes de que se produjeran los conocidos fastos del Canal (la inauguración del Teatro del Canal que costó 1,2 millones de euros al Gobierno de Esperanza Aguirre). Y eso que en esta edición (www.madrid.org/fo), que se inauguró anoche con el concierto de la vanguardista diva Diamanda Galás, se celebraban las bodas de plata de esta muestra que año tras año pasea por los teatros madrileños lo mejorcito de la escena internacional en teatro, danza y música, aunque esta última siempre desde una perspectiva complementaria a lo que los espectadores ya encuentran en otras programaciones, así como en el Teatro Real o en el de la Zarzuela.

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El caso es que el director de la muestra, Ariel Goldenberg, deja claro que no ha habido contrataciones a la baja y que los planes de austeridad sólo afectaban a algún cóctel y fiesta de inauguración. Él mismo dijo hace escasas semanas "que habría que apretarse algo el cinturón".

No obstante, el responsable del festival apunta que es probable que el año que viene se vea reducido en algo su presupuesto de tres millones de euros, pero por ahora lo ignora. "Como todo el mundo, nadie sabe lo que pasará el año que viene", afirma. Pero hay algo que sí tiene claro: "Como siempre, seguiré buscando la excelencia para traerla a la escena de Madrid".

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En cualquier caso con ese dinero, algo más del doble de lo que costó la noche de la inauguración de los Teatros del Canal, el Festival de Otoño no sólo trae por docenas a los monstruos sagrados mundiales con los que siempre babea el espectador aficionado y se deslumbra a los primerizos, sino que descubre a otros creadores que están en la vanguardia de la escena mundial, amén de algún que otro español que tiene la suerte de formar parte del exquisito programa.

Como exquisita fue la provocadora Diamanda Galás, quien anoche inauguró el festival con su voz rompedora y sus historias de amores obsesivos y destructivos y su estética operística-gótico-psicodélica. La estadounidense diva neovanguardista volverá mañana al Albéniz con Songs of exile, espectáculo en el que profundiza en figuras del mundo de la poesía y la música enfrentadas al proceso creativo lejos de su patria.

Luego empezará el desfile hasta que termine el festival el 16 de noviembre. A destacar Alain Platel y Les ballet C. de la B. con su peculiar y anárquico estilo; Tomeo Vergés y su compañía Man Drake de danza teatro que bebe, entre otros, de Tristan Tzara; Les ballets Trockadero de Monte Carlo, con su perfeccionista parodia...

Y Mario Gas, que no desmerece como creador entre tanto divo escénico y, menos aún, con ese Sweeney Todd, de Stephen Sondheim, montaje con el que esta semana sienta sus reales en el Teatro Español y demuestra estar a la altura de los mejores.

Claro que con más renombre que ellos están los grandísimos. Pina Bausch estrena en España Luna llena, una pieza casi acuática, que como otras creaciones suyas acaricia los límites de lo teatral; Peter Brook, con el espectáculo Warum warum (¿Por qué? ¿Por qué?); Eugenio Barba, que no abandona su tercer teatro con El Odin Teatret; Piotr Fomenko y su perfeccionismo ruso, esta vez al servicio de un texto de Ostrovski; Robert Lepage con su Lipsynch al completo (nueve horas que a algunos les sabrá a poco); Krystian Lupa y su última fantasía colectiva; además de Heiner Goebbels y Luc Bondy.

Todos conocidísimos, famosísimos, prestigiadísimos. ¿Pero qué pasa con los creadores y artistas de primerísimo nivel que no están en la lista de los dioses? Quien quiera descubrirlos que explore la programación y tenga en cuenta a Julio Chávez, a la italiana Compagnia Scimone Sframeli; a los belgas tg STAN, con su permanente crítica social; a Irina Brook, con sus magníficos experimentos lúdicos, iconoclastas y minimalistas, que nada tienen que envidiar a su siempre perfecto padre; a Hofesh Shechter Company, cuya danza muestra nuestros patéticos esfuerzos por comunicarnos; a Krzysztof Warlikowski, el discípulo rebelde de Lupa; al japonés Ushio Amagatsu, con auténtica danza butoh; al eclecticismo de Sidi Larbi Cherkaoui y al hispano-argentino Rodrigo García, idolatrado fuera de nuestras fronteras y tan marginal dentro de casa.

Un momento del ensayo de la obra <i>Sweeney Todd, El barbero diabólico de la calle Fleet</i>, de Stephen Sondheim.
Un momento del ensayo de la obra Sweeney Todd, El barbero diabólico de la calle Fleet, de Stephen Sondheim.ROS RIBAS

El doble regalo de Goebbels y Bondy

El suizo Thêatre Vidy-Lausanne es un bellísimo espacio con cuatro salas por las que desfilan los más grandes del teatro, quienes siempre se quedan impactados por este espacio al que Michel Piccoli ha calificado como "el más hermoso teatro del mundo". Varias creaciones emanadas de sus paredes acuden al festival.

Quien haya descubierto en los últimos años al compositor, catedrático, gerente y académico alemán Heiner Goebbels sabe que sus extraños y subyugantes espectáculos son uno de los mayores regalos a los que aficionados a la escena y a la música pueden aspirar. Esta edición acoge dos montajes de él con Vidy-Lausanne. En el primero, Stifters Dinge (Las cosas de Stifter, del 22 al 25), Goebbels confiesa que invita al público a encararse con lo desconocido. Lo que se muestra sobre el escenario es una composición para cinco pianos sin pianista, una obra de teatro sin actores y un espectáculo sin intérpretes. "La inmensidad del escenario vacío", dice el creador de esta pieza, con la que desafía a los espectadores, obligándoles a ver y escuchar. Su segunda propuesta, I went to the house but did not enter, de nuevo con escenografía de Klaus Grünberg, cuenta con el Hilliard Ensemble, uno de los más importantes grupos vocales de cámara del mundo. Una obra sin trama lineal que sólo completa su significado al ser vista y escuchada.

Con este mismo teatro suizo que suele acoger a lo más granado de la profesión, el gran director de escena Luc Bondy trae un Marivaux y además, con la Volksbühne, Las criadas, de Genet. Ello supone ver por primera vez en España el teatro de Bondy, de quien se han visto óperas.

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