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El fantasma de Francesca Woodman

La galería La Fábrica expone una selección de fotos de la artista fallecida

El 19 de enero de 1981, el desamor -dicen- empujó a una joven por la ventana de su loft en el East Village neoyorquino. Ese día, con 22 años, murió Francesca Woodman (Denver, Colorado, 1958-Nueva York, 1981) y nació la leyenda de una artista que, como una versión femenina de Rimbaud, dijo todo lo que tenía que decir en muy pocos años. Su precoz muerte la convirtió en una figura de culto: tan sólo se han publicado o exhibido unas 120 imágenes de un archivo, celosamente custodiado por sus padres, que suma unas 800. La galería La Fábrica expone, a partir del 8 de septiembre, 15 fotografías tomadas entre 1976 y 1980. Además, un vídeo de 11 minutos muestra cómo la artista prepara algunas de sus fotografías. "Es un ejemplo de su proceso creativo", explica Efraín Bernal, director de la galería.

Cuando murió, Woodman apenas había terminado sus estudios tres años atrás en Providence, en la Escuela de Diseño de Rhode Island, y se había mudado a Nueva York dos años antes. Pero desde su primera fotografía, Autorretrato a los 13 años, de 1972, en la que oculta la cara tras su melena, se ven claramente los rasgos de un estilo propio que explorará más adelante: la propia artista como sujeto, los elementos fuera de foco, los escenarios interiores...

A pesar de su juventud, buena parte de la formación artística de Francesca vino, sencillamente, de haber nacido en una familia de artistas. Su padre, George, era pintor y fotógrafo; su madre, Betty, ceramista; su hermano mayor, videoartista. Francesca viajó por primera vez a Italia a los 16 años y la familia vivió allí largas temporadas. Cuando en 1977 obtuvo una beca de la escuela de Rhode Island para estudiar un año en Roma, Francesca dominaba a la perfección el italiano e Italia era su segunda casa.

Las fotos que se exhiben en La Fábrica muestran un mundo de presencias invisibles en el que la suya es la ausencia más clamorosa: aunque está presente como sujeto, nunca parece estar realmente. El cuerpo desnudo de Woodman, explica el crítico Chris Townsend en la monografía de la artista publicada por Phaidon, se transforma mágicamente en otra cosa: el soporte de una mesa, un objeto colgado de la pared, una visión que sale de una chimenea. Woodman recorre como un espectro la decadencia de unos escenarios a los que, como señala Townsend, ella da un nuevo significado: "Los escombros del estudio o de un edificio abandonado se hacen etéreos o místicos; un trozo de papel pintado se transforma en unas alas de ángel; vestidos antiguos salvados de una tienda de caridad se convierten en los pliegues y drapeados de las formas arquitectónicas antiguas".

La Fábrica Galería. Calle Alameda, 9. Del 8 al 17 de septiembre.

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