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Columna
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No hay bañadores en el Vaticano

Es verano y hay que taparse, o al menos ésa es la doctrina del Partido Popular, que lo mismo defiende los trajes de Camps que prohíbe el nudismo en las playas donde gobierna, por ejemplo en las de Cádiz y El Puerto de Santa María, asegurando que lo hacen en defensa de la familia y haciendo bajar a la arena a una legión de policías municipales que mandan cubrirse a los bañistas y les informan de que la multa por quitarse la ropa es de 750 euros, o sea, 10 veces lo que vale un biquini de los caros. Igual deberían de hablar con los miembros de las iglesias evangélicas de Brasil, que han descubierto que tumbarse junto al mar como Adán y Eva en el Paraíso es una forma de comunión con Dios, y se pasean bajo el sol de Copacabana, Porto Galinhas, Ipanema o Canoa Quebrada con una Biblia que se parece a la gota de Chanel nº 5 que usaba Marilyn Monroe para dormir, porque es lo único que llevan encima. Claro que es difícil imaginar algo así en la Conferencia Episcopal, que prefiere vigilarnos con la sotana puesta, porque le trae suerte y le hace obtener victorias parciales pero sonoras en su guerra contra la libertad, a la que ellos llaman libertinaje con la misma intención con que otros podríamos llamar religionzucha a lo suyo; cosa que no haremos nunca, como es natural, por respeto a sus practicantes.

Para la Conferencia Episcopal, mejor doctrina que educación y mejor fieles que ciudadanos

La última de esas victorias se la ha dado el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, al sentenciar que los contenidos de la Enseñanza Secundaria Obligatoria en nuestra Comunidad, y en concreto los de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, se atienen perfectamente a la ley. El Ministerio de Educación había recurrido el programa desarrollado por el Gobierno de Esperanza Aguirre en Secundaria al entender que no respetaba la norma básica, es decir, el real decreto que fija unos contenidos mínimos para toda España que después desarrollan las diferentes regiones. El ministerio acusó a la Comunidad de censurar, entre otras cosas, las referencias a la homosexualidad, la homofobia, la igualdad entre hombres y mujeres o el respeto a la diversidad social, cultural y religiosa, que ellos deben de considerar peldaños de la escalera roja que lleva al infierno. Lo cual es pura lógica, sin duda, según sostiene nuestro amigo Juan Urbano: ¿cómo va a aceptar, por ejemplo, la igualdad entre los dos únicos sexos que ellos reconocen una institución en la que las mujeres hacen de extras en la película, y no pueden ser Papa, ni cardenal, ni obispo, ni dar misa..?

Arriesgándose a que algunos ciudadanos sospechen de la independencia de la Justicia al ver cómo donde gobierna el PP sus líderes siempre salen por la puerta grande de los juzgados, el Tribunal Superior de Madrid considera que la regulación autonómica ha respetado el espíritu de la Educación para la Ciudadanía porque su desarrollo "no tiene por qué implicar la trasposición literal de sus contenidos", lo cual no deja de ser curioso cuando el mismo partido que en este caso justifica las diferencias, pone el grito en el cielo cuando se habla de financiación y afirma defender la igualdad absoluta entre las comunidades. A este paso, cuando lleguemos a la materia preferida de ellos, las matemáticas, nos enteraremos de que dos más dos son cuatro en Valencia, uno en Madrid y cinco en Barcelona. No se rían, que en La Rioja, Murcia y Castilla y León suprimieron el teorema de Tales, vaya usted a saber por qué, aunque Juan Urbano dice que es porque habla de la igualdad de los ángulos, y esa palabra, igualdad, les parece sospechosa.

Juan Urbano acabó su café y me dijo: "¿Tú qué crees que les preocupa más de la Educación para la Ciudadanía: lo primero o lo segundo?". Bueno, eso es fácil de responder desde el punto de vista de la Conferencia Episcopal: mejor doctrina que educación y mejor fieles que ciudadanos, porque los segundos votan y los primeros le dicen amén a lo que señala el dedo de los cardenales en el Vaticano, cuya sombra es tan larga que llega hasta la Puerta del Sol. Así es el mundo en uno de sus extremos: las catedrales quieren ser escuelas, los que hacen un voto de castidad quieren organizarnos la cama y los que no nadan quieren atarnos el bañador. Qué raro todo.

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