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Columna
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A qué huele Madrid

No existen tratados solventes sobre el olor de Madrid. Todas las ciudades tienen su aroma característico, sin duda. Lo difícil es definir esa impresión clamorosa y etérea que te invade por narices al llegar a Roma, París, Nairobi, Pekín, La Habana. Pregunte usted a cualquier azafato/a. El olfato es un sentido clamoroso, pero perplejo y mudo. Es seguro que alguna institución publicará en breve un informe concienzudo sobre el olor de Madrid. A la espera de esa tesis, sirva de prólogo la frase de Victoria Beckham, una de las pijas más acartonadas que ha residido aquí en los últimos años: "Madrid huele a ajo". Viperina publicidad para la urbanización de lujo donde estaba recluida y recibía a sus amigos.

Un viejo conocido que vive en el norte llegó aquí la semana pasada a solventar temas burocráticos. Acabó hasta más abajo del ombligo. En el cénit de su cabreo bramó:

-¡Madrid huele a retrete!

-¿Te refieres al inodoro?

-¡Sí!

-Pues eso quiere decir que Madrid no huele, querido. Esto me suena a cuerno quemado. A lo mejor quien huele mal es algo que llevas tú encima.

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Intentó romperme las piernas.

Esta semana ha hablado sobre el olor de Madrid la ubicua periodista Rosa Karmele Merchante: "Madrid huele a catetez". Habida cuenta de que los catetos necesitan una hipotenusa, a lo mejor es ella la hipotenusa que provoca esas fragancias.

Digan lo que digan los pijos y los cabreados, Madrid huele a Cervantes, a Lope, a Quevedo, a Velázquez, a Goya y a otros así. Si quiere usted olor de multitudes, métase en las manifestaciones del jueves, Primero de Mayo.

En los olores, como en todo, ajo y agua. Todo depende.

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