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Reportaje:LOS CRÍMENES QUE CAMBIARON MADRID

La leyenda del loco del bisturí

El metro ha sido testigo de numerosos delitos en sus 90 años de existencia

Patricia Gosálvez

Bajo tierra. Sin luz ni aire natural. Solo o rodeado de una muchedumbre de desconocidos. La única escapatoria: un laberinto de escaleras y pasillos donde retumban las pisadas... Hay gente para quien viajar en metro se convierte en una película de miedo. Tanto, que algunos suburbanos (como el de Bilbao, hace dos años) contratan a psicoterapeutas para ayudar a los usuarios que sufren esta fobia (se da más entre las mujeres).

Sin embargo, hay poco que temer. "Si el metro de Madrid fuese un distrito, sería el más seguro de España", presume Francisco Javier García Cadiñanos, director de Seguridad del suburbano madrileño. "Por aquí pasan cada día 2,5 millones de almas, y en 14 años de servicio sólo puedo recordar un asesinato". Se refiere, por supuesto, al apuñalamiento, en noviembre de 2007, del joven Carlos Palomino en la estación de Legazpi. El juicio a su asesino, el soldado de ideología ultra Josué Estébanez, arranca el próximo 14 de septiembre. El suceso quedó grabado en varias de las miles de cámaras de seguridad (4.800 en estaciones y 1.700 en trenes) que vigilan la red desde 2004.

Los carteristas acuden a robar al suburbano como quien va a la oficina

Todo lo que se graba pasa por la estación Alto del Arenal, en la línea 1, donde está el puesto de mando de Metro. Un lugar a medio camino entre la nave de Stark Trek, por las lucecitas, y la sala de edición de Gran Hermano, por las pantallas.

El equipo de seguridad (incluido un policía nacional de paisano) vigila 12 de ellas. Escupen imágenes aburridas. Gente entrando, saliendo, volviendo a entrar. "Es muy difícil captar algo en directo", dice Cadiñanos. Por ello, la información se guarda seis días. Luego se destruye, a no ser que la pida la policía o el juez. El año pasado entregaron 450 vídeos a las autoridades: "Sobre todo de delincuentes que escapan usando nuestros servicios", explica Cadiñanos. "No sabemos la mitad de lo que pasa ahí abajo", admite. Metro no lleva la cuenta de los delitos y la policía no los hace públicos, por aquello de "no ayudar a los malos", según el gabinete de prensa.

Aún así, algunos datos se han filtrado a los medios. En los últimos años se vienen cometiendo al día hasta 54 hurtos y un robo con violencia. De un lado hay 2.000 vigilantes y un grupo especial antihurtos de la policía; del otro, unos 600 carteristas profesionales que limpian bolsos y bolsillos como quien va a la oficina. Por supuesto, desde que se inauguró el suburbano en 1919, también han habido incidentes más graves. La peor época, los noventa. En 1991 hubo bronca en la Asamblea por la inseguridad: en ocho meses se dieron siete agresiones sexuales y una violación. Metro anunció que repartiría "radioteléfonos portátiles" entre los vigilantes.

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Buceando en la hemeroteca, entre los casos más sonados aparece un apuñalamiento en 1992, una paliza en 1996 (el Tribunal Supremo obligó a Metro en 2008 a indemnizar al agredido), un empujón a la vías en 1997 y otro en 2005, cuando un esquizofrénico empujó a una chica "porque era gordita".

En 2006 hubo una batalla campal en Puerta del Sur que obligó a cortar la línea dos horas, y una trifulca en Oporto, con navajazo incluido, que se puede ver en YouTube. Allí también están los infames vídeos en los que unos vigilantes agreden a usuarios, alcohólicos y vagabundos.

Terribles, pero no son tantos incidentes para 90 años. "El problema", dice Cadiñanos, "es que todas las instalaciones subterráneas generan per se una sensación de inseguridad". Contra el miedo subjetivo, medidas preventivas: luz, colores brillantes, pasillos cortos, salidas únicas, vagones limpios de grafittti y perros. ¿Perros? "Sí, no ayudan tanto a solucionar el crimen como a tranquilizar a los clientes", dice el experto.

Sin embargo, el miedo es libre y crea sus leyendas, como la de la muerta que viaja toda la noche en un vagón, o los surfistas del metro, que navegan los techos (es imposible, por la catenaria cargada de electricidad). En 1959 hubo un hecho cierto, que luego se convirtió en la leyenda de El loco del bisturí. "Ese vesánico que viene pinchando a las jóvenes", publicó Abc el 6 de abril. "Una de sus víctimas lo vio: es bajo, delgado y de ojos saltones. La policía le va a los alcances".

El majadero estaba obsesionado con los traseros. Rajaba a sus víctimas sin que éstas se percatasen hasta que veían la sangre correr por la falda. Se dijo que era un médico con gran precisión, y que empapaba el cuchillo en líquido anestesiante. Actuaba en hora punta en la línea 1, que ya entonces tenía 400.000 usuarios diarios. La radio no paraba de hablar del jugoso tema e incluso Mingote publicó una viñeta en la que una mujer huye medio desnuda de un quirófano al grito de "¡el loco del bisturí, el loco del bisturí!". Al final detuvieron a un chaval de 18 años con antecedentes psiquiátricos.

Décadas después Barcelona vivió un caso parecido, también Londres, y en 1991 en la estación Penn de Nueva York recomendaron a las mujeres llevar abrigo largo por culpa de un sádico con un punzón. Miles de agentes y al final te salva el culo un abrigo.

Centro de control de pantallas de Metro en la estación Alto del Arenal, en la línea 1.
Centro de control de pantallas de Metro en la estación Alto del Arenal, en la línea 1.LUIS MAGÁN

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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