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Columna
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Un mal rato

Unos quieren ser más ricos para ser más poderosos, otros más poderosos para ser más ricos, no hay medias tintas en la desaforada y multitudinaria carrera por el poder y el dinero, las dos fuerzas reales que mueven un mundo que dice moverse (lo dicen, sobre todo, los poderosos y los ricos) por razones más altruistas y presentables como el progreso, la libertad, la paz, la solidaridad y una docena más de conceptos tan irreprochables como vacuos. "Estamos aquí sólo por la pasta".

El lema que campeaba en la portada de uno de los primeros discos del irrepetible Frank Zappa y sus Mothers of the Invention debería sustituir, en los frontispicios y cúpulas de los edificios destinados a la vida pública y privatizable, a los macarrónicos latines que dan pátina y lustre a las fachadas y a los hemiciclos en los que se reúnen los padres de la patria o los hermanos grandes de los bancos y las corporaciones que especulan con su primogenitura gracias a nuestros votos y a nuestros caudales.

Rato vuelve a la escena para sentarse en un nido de avispas a las que debe metamorfosear en abejas

El poder y el dinero, el poder del dinero y los dineros del poder. Como ya habrá deducido el avispado lector, estoy hablando de Rodrigo Rato, de ratistas y de rateros. Pensionado vitalicio del Fondo Monetario Internacional que abandonó en cuanto le avisaron de que ya tenía derecho al munífico subsidio, Rodrigo Rato está a punto de labrarse un magnífico fondo de pensiones en Caja Madrid, una entidad extremadamente generosa con sus directivos en esta materia. Investido por una salomónica decisión de Mariano Rajoy, el reliderado líder popular, Rato vuelve a la escena política y económica para sentarse en un nido de avispas a las que tendrá que metamorfosear en laboriosas abejas.

Hay más hieles que mieles en la Caja madrileña: la morosidad galopante de la crisis, la deuda incobrable e innombrable de Martinsa y su Correa de transmisión, los peligrosos aleteos de Iberia -la Caja es su principal accionista- y un rosario de cuentas pendientes y malolientes, entre las que figura la faraónica y babélica adquisición de un rascacielos a Repsol en la prolongación de la Castellana, totémico, emblemático y carísimo menhir al que teóricamente tendrían que mudarse las dependencias y los dependientes de la entidad desde las cercanas Torres KIO, otro megalito doble y con mal fario, o si no pregunten a Javier de la Rosa y a los Albertos si los encuentran. El maleficio de las torres inclinadas, horcas caudinas de acceso a la capital desde el norte, fue descifrado y anunciado por el visionario Álex de la Iglesia en el apocalíptico Día de la bestia. Hoy, en vísperas del Armagedón, profetizado para cualquier día de éstos, los cómitres de la Caja se enfrentan indefensos al monstruoso edificio crecido en los solares deportivos del Real Madrid, bello monstruo de elegante diseño, firmado por Norman Foster, que Miguel Blesa, el presidente saliente, adquirió en un momento de injustificada euforia pagando un sobreprecio del 30% sobre el valor de mercado. Una operación que marcaría con imborrable hito el momento álgido del imperio del ladrillo. Minutos más tarde la pirámide se desplomaría con estrépito y el caprichito prepóstumo de Blesa socavaría aún más los cimientos de la Caja. Blesa sigue perdiendo batallas después de muerto, empresarialmente hablando, mas ya se sabe que los muertos empresariales resucitan cuando les da la gana y cuando se han apagado los ecos de sus malas acciones. Los directivos de la entidad crediticia calculan ahora el coste del traslado de las malhadadas torres al estigmatizado torreón y dudan sobre la conveniencia de la mudanza. Tal vez deberían dar ejemplo de austeridad y ordenar a sus empleados que cargaran sobre sus hombros muebles, enseres, archivos y herramientas, Castellana arriba hasta los umbrales del coloso. Si la mudanza no llegara a realizarse y ante la imposibilidad de vender el inmueble, se especula que Caja Madrid podría ponerlo en alquiler para oficinas. En los numerosos cubos de aire que forman la torre caben muchísimas oficinas; lo difícil será encontrar empresas que las alquilen y oficinistas que las utilicen. Siempre cabe el recurso, tan manido, de alquilar las oficinas a empresas que alquilen oficinas para otras empresas probablemente dedicadas a la misma ocupación y así sucesivamente hasta el petardazo final.

Los directivos y empleados de Caja Madrid tal vez se vean forzados a desalojar sus oficinas. En el otro extremo de casi todo, los usuarios y ocupantes del Patio de Maravillas, espacio social y cultural okupado y autogestionado desde julio de 2007, van a ser desalojados por la vía judicial para que el recinto vuelva al mercado de la especulación inmobiliaria, tan necesitado en estos momentos críticos.

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