_
_
_
_
_
Reportaje:Dos de Mayo, 200 años después: la fiesta en la calle

Los mamelucos vuelven a la carga

Un 'batalla' musical evoca el sangriento episodio

La plaza Mayor fue en la tarde de ayer escenario de una evocación llena de significado para Madrid: la carga de los mamelucos. Hace 200 años, el pueblo llano, provisto de armas blancas, se enfrentó a los temibles alfanjes de la caballería turco-egipcia de Napoleón y a los mandobles de los Dragones de la Emperatriz. El combate fue atroz. Muchos jinetes fueron derribados y degollados en el suelo. Decenas de madrileños pagarían con sus vidas aquel arrojo contra el usurpador. Goya inmortalizó la escena y Madrid rememoró el episodio en su principal plaza.

Tres grupos musicales lo narraron: uno, procedente del Alto Nilo, origen remoto de los jinetes de Napoleón; otro, francés, La Machine, con abundante aparato andamiado, grúas incluidas, más percusión, cuerda y metal; y al fin, el hispano, formado por 300 músicos, viento y percusión, camisa blanca y pantalón azul, llegados de Alcalá, Alcoy, Vinaròs, y de Sociedades Musicales de la Comunidad de Madrid.

Más información
Móstoles, capital de España

Doce jinetes menorquines, con sombreros de tres picos, levitas negras, pantalón blanco y relucientes espuelas, cruzaron la plaza entre exclamaciones de admiración del numeroso público que, expectante, aguardaba desde horas antes y de pie, a 25 grados centígrados, para presenciar el espectáculo coordinado por Joan Montanyès. Entre el gentío, Alberto Ruiz-Gallardón -teba verde, gesto distendido- flanqueado por Alicia Moreno -jersey granate, vaqueros-, concejal de Las Artes, responsable del evento, que comenzó puntualmente a las siete de la tarde. Con paso solemne, los 12 negros caballos menorquines, prendidas escarapelas rojigualdas sobre sus crines, evolucionaron por la plaza. Tres damas entre sus jinetes -Irene, Carmen y Margarida-. Súbitamente, espolearon a los brutos que, apoyados sólo sobre sus patas y en corveta, irguieron sus bellos cuerpos en un desafío sobrecogedor: hasta 20 largos segundos se mantuvieron en tan arriesgada posición para ellos y sus jinetes, manoteando para no perder el equilibrio. Los niños miraban a los caballos tapándose la boca, para resoplar luego al recobrar la posición de marcha. Entonces, surgió la música sincopada de los enturbantados del Nilo, con sus chirimías, mesmar; arcos de cuerda, rabab, y grandes panderos, rek. Con ellos iniciaron un ritmo al que pronto replicaría el conjunto francés que, poco antes, a bordo de grúas, acababa de desplegar un aparato de calderas y tubos en medio de la plaza; a modo de cañones, comenzaron a vomitar fogonazos. Se entabló un diálogo de músicas y de ruidos.

El actor Juan Echanove, desde el balcón de la Casa de la Panadería, relató con voz firme y pasión creciente cuanto sobrevendría en aquella jornada de sangre y gloria. La emoción llegaba a su cumbre: un enorme lienzo de Goya fue alzado sobre un andamio y recordó a todos la feroz geometría de puñales y alfanjes vivida entre la plaza Mayor y la Puerta del Sol aquel 2 de mayo de 1808. Al final, la lluvia, surgida de un artefacto de La Machine, cayó sobre miles de asistentes, alcalde incluido, como una sonrisa de vida frente a tanta, tanta muerte. "Inolvidable", dice Ana Sánchez, llegada de Valencia para verlo.

Reproducción del cuadro <i>La carga de los mamelucos</i>, en la plaza Mayor.
Reproducción del cuadro La carga de los mamelucos, en la plaza Mayor.ÁLVARO GARCÍA
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_