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Un médico da el cambiazo en un análisis para ocultar su ebriedad

Los guardias civiles tuvieron que investigar qué había ocurrido en urgencias

Dos médicos y una celadora del hospital de Getafe están expedientados por encubrir la alcoholemia de un colega. El médico residente Juan I. F. F., que había trabajado en las urgencias de Getafe, fue detenido la madrugada del 9 de septiembre de 2006. Iba en su coche, cerca de Getafe. Guardias civiles de Tráfico le notaron ebrio y le sometieron al alcoholímetro. Dio positivo. Pero él, tras identificarse como médico, exigió que le llevaran al hospital para hacerse una prueba de contraste: un análisis de sangre.

"Yo soy el residente de la alcoholemia", dijo el detenido en el laboratorio
La tasa etílica en la sangre del doctor era tres veces la permitida

Por su tono de voz, movimientos y gestos, los agentes estaban convencidos de que había bebido. Y bastante. Pero se llevaron una sorpresa cuando, tras dos horas de espera a las puertas del hospital, les facilitaron un informe según el cual Juan I. F. F. estaba sobrio. "No se detecta etanol...", rezaba el informe. Convencidos de que había gato encerrado, los guardias informaron a sus superiores y abrieron diligencias para aclarar cómo era posible un resultado así. El asunto trascendió y la Consejería de Sanidad envió a la inspección para indagar lo ocurrido. Y se descubrió el pastel.La pareja de guardias de tráfico llegó aquella noche, sábado, sobre las seis de la madrugada al hospital de Getafe. Con ellos, detenido, el antiguo médico de las urgencias de este hospital, Juan I. F. F., que exigía someterse a una analítica para demostrar que no había bebido. Los guardias notaron pronto que algo no iría bien. El detenido entró allí saludando a viejos conocidos. E incluso dando instrucciones del procedimiento a seguir para ese tipo de análisis. La médica María P. E., antigua conocida del detenido, asumió esa noche su atención. Ella misma rellenó el volante para la extracción de sangre. Aquí se produjo una de las anomalías. Según fuentes de la investigación, dejó en blanco el casillero en el que debía figurar el nombre del paciente. "Y, en lugar de rellenar el volante en el box de las urgencias, lo hizo en su despacho, sin la presencia, como es obligatorio, del detenido", señalan. Otra anomalía: facilitó el volante a la celadora Marta H. C. para que ésta se lo llevase a Juan I. F. F., que esperaba en un box. Más anomalía: el mismo paciente, como si fuese un médico más de las urgencias, se encargó de rellenar los datos que faltaban del volante. Y, hecho eso, él mismo avisó a un enfermero. "Sácame sangre", le dijo tras darle el volante.

Mientras, a las puertas del hospital, los guardias civiles esperaban los resultados, ajenos a los chanchullos que se cocían dentro. Extraída la sangre, el detenido comentó al enfermero que no se preocupara, que él llevaría al laboratorio el tubo con su sangre. Segundos después, entró en la sala de extracciones la citada celadora. "Sácame sangre a mí también; y no te preocupes, yo la llevaré al laboratorio". No tenía volante, pero el enfermero accedió: a fin de cuentas era una compañera.

El detenido y la celadora idearon dos posibles estrategias. La primera consistió en llevar al laboratorio sendos tubos de sangre y pedir a los compañeros de laboratorio que tardasen todo lo posible en analizar la sangre del detenido. El objetivo, dar tiempo para que se evaporase el alcohol. Si aun así, salía positivo, la celadora les encargó que entonces analizasen el otro tubo, el suyo. Esta estrategia falló, ya que el jefe del laboratorio ordenó que se analizase la sangre del detenido y no la otra. Se negó a que se analizase la sangre de la celadora porque llegó allí sin volante.

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La analítica fue demoledora. La muestra del detenido arrojó una tasa de etanol de 1,40 gl; es decir, el triple de lo permitido. Al llegar la analítica a urgencias se montó un primer lío. El residente se negó a que se entregara esa analítica a los guardias. Enfadado, fue personalmente al laboratorio. Y se identificó: "Yo soy el residente de la alcoholemia", les dijo, según las citadas fuentes. "Esperaros, que ahora os va a llegar otra muestra de sangre", les dijo. Se refería a una segunda muestra de sangre de la celadora. La primera se tiró a la basura. Cerca de las ocho de la mañana, casi dos horas después de llegar al hospital, llegó esa segunda muestra: la celadora tuvo que sacarse dos veces sangre esa noche. Los del laboratorio, que sabían de qué iba la cosa, analizaron la muestra, que obviamente dio negativa, pero retuvieron el resultado.

Se produjo un cambio de turnos y entró de jefa de laboratorio Carmen B. B. Informada de lo que sucedía, ésta dio permiso para que se emitiera un informe con el resultado negativo para los guardias. Pero éstos, al ver el informe, no daban crédito. Se fueron al cuartel de Valdemoro y abrieron una investigación. Al final, se destapó la verdad. La sangre analizada no era la del detenido, sino la de la celadora. Sanidad ha expedientado a las dos médicas y a la celadora. A ésta, además, por falsedad. Ahora se enfrenta a un proceso penal por falsificación, según fuentes de la fiscalía de Madrid. En unas diligencias aparte, un juzgado lleva el tema de la alcoholemia.

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