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Reportaje:SI LOS EDIFICIOS HABLASEN...

Un mirador de recuerdo

La Embajada alemana conserva un pabellón de su antiguo palacio

La valla de la embajada, alta y negra y armada con cámaras de seguridad, rodea el melancólico mirador, románticamente decorado con florecillas y tocado por una coqueta cúpula. El pequeño edificio -"der Pavillon" lo llaman los diplomáticos germanos-, es una reliquia desubicada. Acurrucado en un rincón de los jardines de la Embajada alemana se asoma a la Castellana desde principios del siglo XX. Es lo único que queda del palacio del duque de Santa Elena, que ocupó este solar y que no sobrevivió a la Guerra Civil; tampoco el duque, que murió en el palacio en 1939.

Al otro lado del césped, de los castaños de indias y de las palmeras, están la residencia del embajador y la propia Embajada, edificios que nada tienen que ver con el delicado pabellón octogonal del jardín. Construidos en los años sesenta por el barón Von Branca, autor de la nueva pinacoteca de Múnich, los nuevos edificios son sobrias moles de líneas rectas, herederas de la vanguardia de la Bauhaus. Aunque se escogieron arquitectos alemanes, los materiales elegidos fueron autóctonos: granito de la sierra de Guadarrama, de Alpedrete, para ser exactos, y pino de los bosques de Valsaín (Segovia). La fachada trasera de la Embajada (que los alemanes llaman cancillería) está tejida en hierro, en un homenaje cubista, como una celosía árabe. A pesar de la aireada fachada al jardín, cuando la obra fue inaugurada en 1966, despertó críticas que la tildaron de "búnker" y poco acogedora. En la Embajada recuerdan una anécdota de la inauguración: la esposa del agregado del Ejército americano comentó a un invitado japonés que le parecía un edificio de inspiración japonesa. "Y nosotros pensábamos que parecía una moderna casa de campo en Florida", respondió el nipón.

La residencia no solo es una casa; en ella también se celebran conciertos

De la enorme residencia del embajador, semioculta por el diseño del jardín (la obra contó con un paisajista) solo se vislumbra el portalón como de palacio contemporáneo. La residencia, explican los diplomáticos, no es solo una casa. En ella se hacen conciertos y cenas, reuniones, recepciones y una fiesta navideña a la que todos los funcionarios están invitados. En la web de la Embajada (www.madrid.diplo.de) relatan una anécdota de una de esas recepciones. Cuando la Reina era todavía princesa Sofía "se le sirvió por error una tartaleta de fresas, decorada no con nata, sino con Meerrettich, una pasta muy picante hecha a base de rábanos. Pero ella se la terminó valientemente".

Es cierto que los dos edificios modernos podrían estar en cualquier sitio, pero el estilo del mirador del jardín los ubica en aquel paseo poblado de palacetes que hoy es la Castellana. Muchos han desaparecido; incluido el palacio neoclásico que alojó la Embajada original desde 1888. Estaba en Castellana, 4, solar que desde 1966 ocupa el edificio IBM proyectado por Fisac. De otros palacios solo quedan rastros como este pabellón que el embajador alemán sigue utilizando para recepciones íntimas. Debajo, enterrada en el suelo del jardín, tiene una pequeña cocina para que no se enfríen los canapés, salsa Meerrettich incluida.

Embajada alemana

- Autores. A. Von Branca, W. Schoebel, M. Bobran, G. Maasberg (ingeniero) y A. Reich (paisajista)

- Construcción. 1966-1967.

- Estilo. Vanguardista.

- Ubicación. Fortuny, 8 (Rubén Darío).

- Función Embajada y residencia del embajador.

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