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Reportaje:

"Esta noche duermo en el sótano"

Los vecinos de Boadilla, que acoge el Summercase, se resignan al ruido nocturno en el último festival antes del traslado

El volumen de decibelios del festival Summercase, la cita pop que se celebra en Viñas Viejas (Boadilla del Monte), hace temblar las paredes de las viviendas más cercanas y es imposible pegar ojo, según explican algunos de los residentes de la calle de Miguel Ángel Cantero Oliva, justo enfrente del recinto.

Uno de los afectados, un economista casado y con hijos que prefiere no dar su nombre, se ha resignado: "Esta noche [por ayer] voy a dormir en el sótano". Eso sí, hoy subirá a la familia en el coche y huirán el fin de semana hasta que acabe el Summercase.

Éste será el último año en que los vecinos tendrán que sufrir el ruido atronador del festival si se cumple el anuncio del concejal de Seguridad, Ramón González-Bosch, que asegura que el Summercase se trasladará a una explanada cercana a la ciudad financiera que el Banco Santander tiene en el municipio.

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Pero este fin de semana nadie les va a quitar el ruido nocturno. Y a veces eso no es lo peor. "El año pasado [la primera edición del Summercase] hubo gente que lanzó botellas contra las viviendas y la calle se llenó de meadas y defecaciones. Incluso aquí al lado saltaron la valla y se bañaron en la piscina", recuerda Gladys Poup, de 44 años, que reside a la altura del número 50, un tramo de vía que recibe casi directamente el sonido de uno de los principales escenarios.

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"Tuve que pasar el fin de semana en un hotel fuera de Madrid y aquí [un área de viviendas unifamiliares] hemos tenido que contratar un servicio de vigilancia privada". Se muestra comprensiva ("yo también he sido joven, y la gente tiene derecho a divertirse"), pero subraya que el traslado es imprescindible. "Se lo tienen que llevar a una zona no residencial". El tramo ajardinado central se convirtió "en un botellón continuo" de varios centenares de metros, señala el economista. Otra vecina responde desde el interfono que está preparando las maletas para marcharse el fin de semana y escapar del ruido.

Varios vecinos recogieron firmas el año pasado para quejarse al Ayuntamiento, e incluso una de las noches unos empleados municipales efectuaron sonometrías "que triplicaban el nivel de decibelios permitido", señala Poup. "Al día siguiente abrí la puerta de la calle y rozaba el suelo. Las vibraciones habían aflojado las bisagras", describe el economista.

El concejal de Seguridad sostiene que el festival deja beneficios en el municipio. "Se han vendido unas 25.000 entradas y cada asistente, que tiene entre 25 y 30 años, se gastará unos 50 euros, más o menos, sobre todo en los supermercados cercanos".

El economista se queja de que el dinero que ingresa el Ayuntamiento con el alquiler de los terrenos no compensa el malestar que provoca el festival a los vecinos. "Los beneficios deben de valer más que todos nuestros votos", concluye Poup, encogiéndose de hombros.

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