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Crítica:EL CLIC
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Una palabra tuya'

Madrid se merece esta emocionante película que habla de gente de la calle, de supervivientes que quieren algo más para sus vidas que lo que les ha tocado en suerte, que luchan por conquistar el amor, la maternidad y lo que quiera que uno crea que le va a dar la felicidad. ¿Quién no tiene compañeras de trabajo, hermanas, vecinas, primas o conocidas como Milagros y Rosario? Estas dos mujeres tan distintas y al mismo tiempo unidas por la insatisfacción están en la franja de los treinta, cuando ya se tiene bastante vida a la espalda como para que algunos recuerdos se hayan convertido en fantasmas. Rosario logra tirarlos a la basura como quien dice (ya verá el espectador cómo), mientras que lo de Milagros tiene peor arreglo porque quiere desesperadamente lo que no tiene. Y es que debajo del aspecto de chica atolondrada de Milagros hay un tormento (ya descubrirá el espectador cuál es).

A Milagros le ocurre algo que no vemos, lo que nos produce incomodidad, desasosiego

Por supuesto son los matices interpretativos los que montan estos dos inolvidables personajes con sus amarguras y pequeños momentos de gloria. Son los diálogos frescos e inteligentes de un buen guión (basado en la estupenda novela Una palabra tuya de Elvira Lindo, que obtuvo el Premio Biblioteca Breve) los que en las bocas de Malena Alterio (Rosario) y Esperanza Pedreño (Milagros) forman una historia única e intransferible porque está sostenida sobre sentimientos de verdad. Se trata de dos actrices apabullantes, conocidas sobre todo por su trabajo en televisión, a las que ese medio no ha arrebatado ni un gramo de su gracia natural.

Frescas, naturales, ingenuas, sabias, un poco duras, un poco tiernas, con mucho que dar a la gente de alrededor. El personaje de Malena Alterio siempre está tiernamente cabreado, el personaje de Pedreño está desesperadamente alegre. Milagros no sabe esperar y desde la primera vez que la vemos nos da la sensación de que bordea el peligro, de que anda por el alambre, de que no le importa caerse y también que puede arrastrarnos con ella. Qué miedo da alguien que ha perdido el miedo. A Milagros le ocurre algo que no vemos, lo que nos produce incomodidad, desasosiego, mientras que el drama de Rosario está a la vista de todos y, aunque sea duro asistir al deterioro de su madre, somos capaces de acompañarla en su lucha con el día a día. Ninguna de las dos tiene grandes ambiciones ni grandes sueños, tienen problemas que resolver.

Rosario quiere y no quiere que Milagros la arrastre a su particular mundo de riesgo. Mira con recelo su temeridad, pero al mismo tiempo le viene bien porque le abre horizontes, le enseña a vivir y a ir perdiendo el miedo, a vencer límites. El espectador intuye que para Milagros hay asuntos de fondo más importantes que pasarse por el forro unas cuantas reglas. Una palabra tuya habla del miedo a no vivir lo suficiente y del miedo a vivir demasiado, a pasarse de la raya. Rosario y Milagros son esos tipos de personas en que casi todos nos podemos reconocer (los que se atreven y los que necesitan ayuda para atreverse) y que mueven la sociedad porque no están predestinadas a nada, porque luchan, dudan, trabajan, porque es la gente que limpia las calles, conduce taxis, cuida a los familiares enfermos, la que no tiene más remedio que ser generosa si no quiere tener remordimientos el resto de su vida. Es la gente que no puede más y que no tiene a quien quejarse. Rosario y Milagros forcejean con la mediocridad sin filosofar, mediante una rebeldía interior que dejan aflorar en sus actos y en palabras que no pretenden entrar en la posteridad y que sin embargo logran entrar en nuestra experiencia vital. Son seres entrañables dueños de un temperamento propio, de estados de ánimo y emociones que vemos reflejados en cualquiera de nosotros.

Y esto es lo difícil, que algo tan sutil como "una manera de ser" alcance consistencia en la pantalla y que sea la materia prima de la historia. Algo que no sería posible sin unos actores de gran calidad, entre los que hay que incluir el trabajo de Antonio de la Torre dando vida a un tierno y entrañable Morsa. Y desde luego sin la dirección de una inspirada Ángeles González-Sinde, que alcanza en esta cinta un magnífico resultado.

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El Madrid de esta historia de identidades que se rehacen es un "Madrid por dentro". Las calles podrán cambiar de dirección, se podrán levantar unas casas y tirar otras, soterrar la M-30 y remozar barrios enteros, pero lo que de verdad marca la naturaleza de esta ciudad es su gente.

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