_
_
_
_
_
Reportaje:

"No paraban de gritar 'puto rumano"

El indigente apaleado el día de Navidad, albañil en paro, está solo en España

F. Javier Barroso

Sorin Mutrescu, rumano de 32 años que lleva siete viviendo en España, tiene aún el miedo en el cuerpo. Cuanto se pone a hablar de la paliza que recibió a manos de tres presuntos neonazis el pasado día 25, día de Navidad, se echa a llorar. Reconoce que tiene miedo y que no sabe por qué quisieron apalearle. "Si yo no tengo nada de valor, ¿por qué a mí?", es la pregunta que lanza durante la entrevista en un centro de acogida para indigentes de Alcalá de Henares.

"¿Por qué me pegaron? ¿Para hacerse más hombres y más chulos?"
Más información
La difícil acusación de un mendigo atacado por un menor

Mutrescu, trabajador de la construcción en paro, caminaba alrededor de las cuatro y media de la madrugada del pasado día de Navidad por la confluencia de las calles de Jesús de San Antonio y de Guadiana. "Llevaba una bolsa con una botella de Coca-Cola y otra de Fanta en el hombro. Como no tengo casa, iba a celebrar, si se puede llamar así, la Navidad sentado en un parque de San Fernando de Henares", explica la víctima.

De repente se le acercaron tres jóvenes. Su saludo fue directo: "¿Qué haces, puto rumano?", le soltaron, según recuerda Mutrescu. Él contestó que sólo andaba por la zona. Uno de ellos le dijo que le diera su teléfono móvil y 10 euros, a lo que él respondió que no tenía móvil ni dinero.

La respuesta de los jóvenes fue brutal. Le empujaron y lo tiraron por unas escaleras de siete peldaños. Sin dejarle incorporarse, empezaron a propinarle patadas y puñetazos por todo el cuerpo. "Fue todo muy rápido. Me cubrí con los brazos como pude, porque me caían golpes de todos los lados", añade con lágrimas en los ojos. Le tiembla la voz y no puede seguir hablando. "Mientras me estaban pegando, no paraban de decir 'extranjero de mierda' y 'puto rumano'. También me dijeron 'vete a tu puto país, hijo de puta'. No tuve tiempo ni de defenderme. Además, eran tantos que seguro que habrían podido conmigo", recuerda.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Cuando cesaron repentinamente los golpes, Mutrescu se preguntó qué había pasado. Al levantar la cara vio a un policía local de Coslada que le decía que estuviera tranquilo, que estaba junto a él y que todo había acabado. Entonces pudo respirar. Sin embargo, tenía secuelas por todo el cuerpo.

Los policías municipales de Coslada le llevaron al centro de salud Jaime Vera de la localidad, donde le apreciaron golpes en la cabeza, en las costillas y en las piernas. "Gracias a que vino la policía en ese momento preciso...". Mutrescu deja la frase en el aire. De nuevo, lo está

pasando mal recordando una agresión gratuita. Se detiene. Respira dos o tres veces y continúa. "Si llegan a tardar más tiempo, ahora no lo podría contar. No es justo todo lo que me ha pasado", afirma con una gran pena.

Mutrescu, que habla un castellano casi perfecto, no tiene ningún familiar en España. Es el tercero de tres hermanos. Uno de ellos, que era teniente de la policía rumana, murió asesinado. En España se ha dedicado a la construcción. Montó su pequeña empresa como trabajador autónomo hasta que las cosas le fueron mal. Eso le llevó a la calle.

Ahora afirma que tiene "mucho miedo" de volver a Coslada. Allí tiene a todos sus amigos y sabe que antes o después deberá regresar. Y no para de hacerse preguntas: "¿Por qué me pegaron? ¿Para hacerse más hombres y más chulos? Sabían perfectamente que no tenía nada que les valiera. Tengo los permisos de residencia y de trabajo, pero antes que nada soy persona y no merezco un trato como el que he recibido. Si pudiera, a los que me han hecho esto les haría lo mismo. Así podrían sentir todo el daño que me han hecho", añade Mutrescu. "Los dolores no son nada en comparación con el daño que me han hecho al ver cómo pegaban a alguien que no tenía nada y que no les ha hecho nada".

Uno de los tres agresores de Mutrescu fue detenido instantes después de la agresión. Se trata de un menor de 17 años, que ha sido acusado de robo con violencia e intimidación (atraco). La Policía Local de Coslada informó esta semana que se trata de un neonazi. "En el teléfono móvil del detenido se encontraban diferentes signos de corte fascista, como la bandera preconstitucional con el escudo del águila de San Juan, una foto de este escudo típico de la era franquista, simbología nazi como una cruz esvástica, una foto del dictador Adolfo Hitler, así como fotos del grupo Bastión [grupo perteneciente al Frente Atlético con simbología e ideología neonazi]", según fuentes policiales.

Los policías que intervinieron en la detención hicieron a mediados de semana una ampliación de las diligencias en las que afirman que uno de los agresores estaba grabando o tomando imágenes de la agresión con un teléfono móvil. Ese terminal aún no ha sido recuperado por los agentes.

Los otros dos atacantes están siendo buscados por la policía. El Grupo de Información de la Guardia Civil de Guadalajara (dedicado a grupos violentos y terrorismo) también investiga el entorno del menor arrestado, ya que vive en un municipio limítrofe con la Comunidad de Madrid.

"La policía ha dicho que soy un neonazi y eso es mentira"

La versión que da el menor detenido, de 17 años, sobre la agresión al indigente el pasado día de Navidad difiere de la que cuenta Sorin Mutrescu, la víctima. El menor reconoce que hizo mal y se muestra arrepentido de lo sucedido, aunque también acusa a la policía de haberle pegado cuando fue detenido.El chico, que trabaja como tapicero de coches, iba con otros dos amigos cuando se toparon con Mutrescu. Se empezaron a meter con él, pero lo dejaron porque "iba borracho". "Al poco, le tenía a mi espalda. Entonces le empujé, pero no cayó al suelo. Le di dos tortazos y se cubrió la cara. Después le di otras dos patadas", mantiene el acusado.Cuando Mutrescu estaba contra una pared y estos tres menores la emprendían a golpes con él, llegó la policía. "Me pegaron en la cabeza con una porra y me hicieron una brecha. Se me nubló la vista y empecé a sangrar", dice el joven. Esa situación de semiinconsciencia no le impidió salir corriendo. Cayó cuando subía unas escaleras. Asegura que la policía le pegó en la espalda, las costillas, las rodillas y la cabeza, pese a que estaba en el suelo.Antes de entrar en el centro de salud, afirma que los policías le propinaron varios golpes para que les diera los nombres de sus dos compinches. Al no hacerlo, le pegaron un puñetazo seco en la boca del estómago, según su versión, que le dejó sin respiración. Después, le pusieron los grilletes de tal forma que le hacían "mucho daño". "Les pedí que me los aflojaran, pero el policía me vaciló y me dijo que había perdido las llaves hacía muchos años. Cuando la doctora me preguntó cómo me había hecho eso, no le respondí por miedo. Enseguida saltó el policía que estaba junto a mí y dijo que me había caído", añade."La policía ha dicho que soy neonazi y eso es mentira. En mi móvil no tengo nada de esa ideología. Además, yo tengo amigos rumanos y polacos, y me llevo muy bien con ellos", mantiene a toda costa el menor. Ha denunciado a los policías en el juzgado de primera instancia e instrucción número 2 de Coslada por agresión.Los policías locales aseguraron a EL PAÍS que todas las lesiones que tenía el chico se las produjo en dos caídas que sufrió antes de ser arrestado: se pegó un cabezazo contra una farola en la calle de Guadiana y en las escaleras. "Nos preguntó que, si éramos policías y españoles, por qué defendíamos a un puto rumano. Nosotros le dijimos que éramos policías y que defendíamos a todas las personas por igual", afirma un agente. Los policías le preguntaron entonces los nombres de sus acompañantes, por si los podían detener en las inmediaciones. Pero el menor sólo les dio los nombres de pila. Dejaron entonces el asunto en manos de la Policía Judicial de la comisaría de Coslada. "Para evitar problemas, lo trasladó al centro de salud un coche patrulla con mampara para detenidos", explica un agente."Cuando estaba en el centro de salud se autogolpeó delante de la doctora y empezó a decir que qué había hecho. Además, no quería que se enterara su abuelo", comentó el agente. "Eso nos hizo pensar que en casa tenía una actitud y que, cuando estaba con sus amigos, tenía otra", concluye el policía.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_