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Una patrulla para salvar a los sapos

Un grupo de voluntarios intenta evitar que los coches atropellen a los batracios

En el coche huele a acuario. A 10 kilómetros por hora, los faros avanzan cuidadosamente sobre el asfalto cubierto de cadáveres de sapos. El intermitente suena como un reloj y todos los viajeros contienen la respiración, la vista fija sobre los cuerpos despanzurrados, buscando un signo de vida.

Belén señala: "¡Ahí!". El automóvil se detiene frente al sapo. Belén sale corriendo. El chaleco reflectante brilla ante los faros y en unos segundos vuelve a estar dentro. Es la misma rutina de cada noche de lluvia desde octubre. Los voluntarios de San Martín de la Vega (18.200 habitantes) ven el parte meteorológico en casa y comienza la cadena de llamadas. "Esta noche hemos organizado un rescate", anuncia por teléfono Elena del Val, miembro del grupo ecologista Naumanni y una de las madres de la iniciativa para frenar la muerte diaria de cientos de sapos comunes (Bufo bufo) en la época de desove, que dura hasta el final de la estación lluviosa, en primavera. A lo largo de este periodo, los sapos se despiertan a la noche y, buscando la charca en que nacieron, intentan cruzar la M-301 a la altura del Parque Regional del Sureste. Entonces se encuentran al borde de la calzada con los 25 centímetros de hormigón del murete de un carril-bici que les cortan el paso. "Este año llevamos rescatados 1.690 y hemos contabilizado 1.354 atropellados", cuenta Elena.

Los voluntarios actúan por la noche, cuando disminuye el tráfico en la zona afectada, entre los kilómetros 10 y 15 de la carretera. Aun así, no deja de ser muy peligroso: casi no hay arcén, la visibilidad es reducida y está lleno de curvas. Por eso Belén no para de dar indicaciones a los nuevos salvasapos aparecidos esta noche por indicación de unos amigos que ya han participado en rescates. "¡Cuidado! No salgáis todavía. En este tramo no te detengas". Al volante, una de las neófitas, también llamada Belén, sigue las indicaciones a pies juntillas. Con el otro, Carlos, no es tan fácil. Es un asesor financiero incontrolable, y con una idea muy clara: "Estas cosas, cuando las haces, las haces a saco". Se baja del coche y comienza a caminar por el carril-bici. "Por esta zona no merece la pena", le avisa Belén. Da igual. Carlos se pierde en la carretera corriendo con un cubo. En el kilómetro 13 volverá al coche con las manos vacías. Sube de nuevo. A partir de ese momento comienzan a abundar los animales. Carlos y Belén se turnan en salidas fugaces para rescatar a los supervivientes y guardarlos en cubos y mochilas.

Por el camino ven sapos que parece que han pisado una mina, otros que se la han tragado; muchos son un dibujo troquelado en el suelo. "Algunos son como restos de globos reventados después de una fiesta. A veces, según te bajas, pasa un coche y te lo pilla", dice Belén.

Una mochila llena de anfibios bulle en el asiento de atrás. En un momento de descuido, consiguen abrir la cremallera y desparramarse por el coche. El más rebelde se esconde bajo el freno de mano. El sapo común no está en peligro de extinción, a pesar de que el universo anfibio no pase por su mejor momento. La contaminación del agua y la subida general de las temperaturas está diezmando las poblaciones. De día viven bajo la hojarasca, y en las noches de lluvia se activan.

"El año pasado los agentes forestales se dieron cuenta del problema, luego un grupo de voluntarios se fue movilizando", cuenta Elena. "Queremos evitar que venga gente a tontas y a locas. Es peligroso; y si nos pillan, nos multan".

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Cuando avisaron del problema al Ministerio de Fomento, a la Comunidad de Madrid y la Dirección General de Tráfico, les hicieron caso parcialmente. En el tramo problemático la Consejería de Transportes taladró a finales de 2009 unos pasos con el diámetro de un disco compacto, pero a ellos no les convencen. "Son 60 boquetes en seis kilómetros de carretera", protesta Ainhoa, hija de Elena. Los agujeros son pequeños y, como evidencia el tapiz de cadáveres, los animales no los encuentran. Los ecologistas demandan pasadizos subterráneos.

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