_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pequeño Franquito y las Lauras

Nos enteramos de que las cosas no van bien para el Solar de Olivar, en Lavapiés, al tiempo que nos enteramos de que ese tal Panero (no Leopoldo María ni Juan Luis, ni siquiera Michi, el más efímero -si se puede decir- de los hermanos del desencanto), alias El Albondiguilla, ha ganado 775.000 euros en seis años, y su mujer, una tal Elena, 400.000. Euros que, presumiblemente, han sido invertidos en la compra de varios pisos en Miami, dado que este Panero, ex alcalde del PP en Boadilla del Monte, colocó a su prima Laura (política, claro) como "asesora de turismo" del Ayuntamiento, y es de suponer que la pariente le habrá organizado buenos paquetes para esos viajes. Ahora el paquete se lo ha metido a este Panero la Audiencia Nacional por blanqueo de capitales, fraude fiscal, asociación ilícita, falsedad, cohecho y tráfico de influencias: de los implicados en la supuesta trama de corrupción del caso Gürtel, es el que tiene una fianza más elevada, 1,8 millones (de euros, no de amigos hasta en el infierno). Hay incluso concejales del PP en Boadilla que le acusan de haber aceptado sobornos escandalosos por parte de empresas relacionadas con la red de Correa. Hacen estas declaraciones de forma anónima, pues de toda la vida es sabido que hay que tener mucho cuidado con gente a la que se conoce con sobrenombres como El Albondiguilla, El Bigotes o El Rata, por no hablar de alguien que guste de ser conocido como Don Vito. Pero ninguno tan interesante como el que destinaban a este Panero, además de Albondiguilla, sus correligionarios: El pequeño Franquito. El interés de este apodo reside, no sólo en la alusión a su carácter fascistoide (a quién puede extrañarle, teniendo en cuenta que el sustituto de Costa, un tal Asencio, es un declarado filonazi), sino en que es, en sus términos, una redundancia cuya disculpa sólo podría ser semántica: la de referirse a un sujeto que sea el colmo de la insignificancia.

Mientras El Albondiguilla y El Rata jugaban al golf, en el Solar de Olivar se veían películas gratis

En cuanto a Lauras, hay para todos los gustos. La que yo conozco también organiza cosas: en su caso, y entre otras, la Muestra de Cine de Lavapiés, que se celebra en el Solar de Olivar y que era a donde íbamos cuando nos paramos en Miami. Sin un duro y autogestionada, la Muestra de Cine lleva celebrándose seis años (los mismos que han tardado El pequeño Franquito y su mujer en ahorrar un millón y pico de euros) y ha ofrecido proyecciones gratuitas de cine de calidad, así como atención a trabajos autoproducidos. Digamos que la Muestra de Cine de Lavapiés es a la industria del ocio lo que el Solar a la industria del ladrillo: mientras que El pequeño Franquito otorgaba concesiones de obra a diestro (más bien, a diestra) y siniestro (bastante siniestro), por las que se llevaba las comisiones necesarias para comprarse los pisos de Miami, en el Solar de Olivar ensayaban formas constructivas cuyo único fin ha sido dotarlo de una infraestructura básica para sus actividades de encuentro social: que pudiera proteger del frío y de la lluvia pero que no ocupara más que una mínima parte de un espacio con vocación de aire libre e inspiración en los parques públicos y en los Community Gardens. El objetivo, alcanzado, en el Solar ha sido (a diferencia del seguro de vida inmobiliario de Miami) la construcción de estructuras efímeras, desmontables y móviles, empezando por una plataforma de palés reutilizados que cubre parte de la superficie irregular y aporta comodidad, aísla de la humedad y del polvo y permite, por ejemplo, maravillas urbanas tales como que vivan debajo enormes lombrices de tierra (no sé qué le parecerá algo así a gente como El Rata). Después, como el Solar de Olivar fue prosperando en su red social, como El pequeño Franquito en la red de Correa, ha llegado a disponer de la colaboración del eminente arquitecto Santiago Cirugeda, experto en estructuras efímeras. También han construido una cúpula geodésica con materiales reciclados y han recuperado la construcción con paja (sí, ese material que es como algunos hombres). Y, mientras El pequeño Franquito o Albondiguilla, la prima Laura (política), Elena (si no le pillaba en Alemania evadiendo divisas) y El Rata o alguno de ésos jugaban al golf en el club Palomarejos de Toledo (6.000 euros el carné de socio), en el Solar de Olivar se veían películas gratis, se cultivaba un huerto urbano, se arreglaban bicis, se celebraban cumpleaños, fiestas infantiles, bodas o despidos laborales (cierto, a veces es de celebrar); es decir, se fortalecía el espacio público y el tejido social de Lavapiés.

El caso es que, el pasado junio, Pilar Martínez, concejal de Urbanismo del Ayuntamiento, llegó al acuerdo de ceder el Solar en precario a sus cuidadores, los vecinos. Y ahora resulta que Hacienda (encargada del Patrimonio) los ha llevado a juicio porque los quiere desalojar. Los del contencioso aportan informes policiales para demostrar que estos vecinos son muy malos y molestan mucho a los demás: por ejemplo, se oyó música por altavoces este verano, cuando celebraron una jazzsession un domingo por la tarde. De juzgado de guardia, vamos. De que acaben encontrándose las Lauras en los pasillos de la Audiencia Nacional.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_