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Reportaje:

Un refugio bajo los chopos

La Residencia de Estudiantes, transformada en hospital, salvó a cientos de soldados infectados de malaria en la batalla del Jarama

La Residencia de Estudiantes, emblema de la formación de ciudadanos en Madrid unida a la Institución Libre de Enseñanza, fue convertida en hospital durante la Guerra Civil. En uno de sus cuatro pabellones albergó a casi 1.500 víctimas de un brote epidémico de malaria surgido en el frente del Jarama. El paludismo surgió tras el encharcamiento de sus riberas en Titulcia para detener el avance de las tropas marroquíes que combatían en el bando de Franco. De aquel episodio se carecía de noticias documentadas. Su revelación acaba de ser realizada por Cristiana Calandre, nieta del doctor cardiólogo Luis Calandre Ibáñez (Cartagena, 1890-Madrid, 1961), quien fuera director de aquel hospital creado en el recinto educativo que cobijara al poeta Federico García Lorca, al cineasta Luis Buñuel y al pintor Salvador Dalí.

Con datos procedentes del Gefrema, la asociación dedicada al estudio de los vestigios bélicos del frente de Madrid, así como de la Guardia Civil, depositaria del legado del Cuerpo de Carabineros y de otras fuentes, Cristina Calandre ha documentado, además, la construcción, junto a la Residencia, de un refugio subterráneo para 200 enfermos. Era abovedado, con un pie de ladrillo, y de él fueron construidos hasta 160 metros lineales horadados en mina entre febrero de 1937 y marzo de 1939, según un proyecto del arquitecto José María Rodríguez Garrido. Su presupuesto inicial fue de 70.000 pesetas, ampliado en enero del último año hasta 160.000 pesetas.

Su finalidad era la de guarecer a los enfermos contra el hostigamiento de la artillería franquista, que batió La Colina de los Chopos, como el poeta Juan Ramón Jiménez definiera el altozano que la Residencia aún hoy ocupa junto con el Archivo Histórico Nacional, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Instituto Ramiro de Maeztu, entre las calles de Pinar y Serrano.

La historia arranca de cuando las autoridades del Madrid republicano deciden, al comienzo de 1937, destinar el edificio de la Residencia de Estudiantes a albergar un hospital de cirugía para el Cuerpo de Carabineros, que hasta entonces se hallaba en la calle de Joaquín Costa.

Los hechos transformarían aquel primer propósito. Desde el entorno del coronel Sabio, jefe del Estado Mayor del Ejército desplegado en el frente del Jarama, se decide el encharcamiento de las riberas del río madrileño para frenar el avance de las tropas marroquíes con las que Franco contaba en esa zona sureste de Madrid. Los marroquíes, algunos ya infectados con el parásito que causa la malaria desde su país de origen, al ser desplegados en un espacio pantanoso habitado por el mosquito anófeles (transmisor de la enfermedad) contribuyeron a la expansión incontrolada de la epidemia, según testimonio escrito del médico valenciano José Estellés Salarich, responsable sanitario del Ejército Republicano del Centro.

La enfermedad se desencadenó con virulencia en ambos bandos y, en apenas unos meses, el paludismo, que durante la fase republicana previa a la Guerra Civil se había mantenido en niveles controlados, en torno a unos 40.000 casos en toda España, pasó a 62.000 casos y, a partir de entonces, treparía hasta la cifra de 400.000 infecciones, que se registraron en España en el año de 1944, según datos del Museo de Sanidad, enclavado en la calle de Sinesio Delgado, entonces hospital de infecciosos.

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Los archivos de esta institución dan fe, entre la primavera y el verano de 1937, de incrementos muy significativos de paludismo entre combatientes republicanos de unidades de fortificaciones, artillería y brigadas movilizadas en el Jarama.

Esta zona registró entre febrero y abril los combates más duros de la contienda. La resistencia republicana, apoyada por las Brigadas Internacionales, pudo contener a costa de grandes pérdidas el avance de las tropas marroquíes al mando del general Varela -temidas por sus excesos-, cuyo objetivo era cercar Madrid por el sureste antes de que cuatro divisiones del ejército regular italiano, unos 36.000 hombres, que apoyaba a los franquistas, atacaran la capital por el este. Este propósito quedó truncado por la derrota de los combatientes de Mussolini en Guadalajara.

El hospital establecido en la Residencia de Estudiantes llegó a atender hasta 1.460 soldados afectados por el paludismo, y en un 90% de los casos el tratamiento fue satisfactorio, asegura Cristina Calandre, que evoca el esfuerzo realizado en el hospital por enfermeras procedentes del Instituto Escuela, vinculado a la Residencia de Estudiantes, como Inocencia Rodríguez Mellado y Mercedes González de Linares, jefa de las 20 enfermeras allí destacadas. "Éramos apenas unas niñas con 17 años y ninguna profesional", explica. "Fui reclutada por el doctor Calandre, de cuya hija era muy amiga", señala. "El tratamiento de los enfermos duraba una quincena, a base de quinina y antebrina", añade Mercedes, de 88 años. "Aprovechábamos el tiempo de su convalecencia para enseñarles a leer y escribir, les entregábamos libros y les pedíamos luego su comentario", añade. "Una vez a la semana, leíamos en público los mejores relatos", recuerda con una sonrisa. "Con la llegada de los franquistas al hospital, al terminar la guerra, el doctor Calandre fue detenido y me pidió que permaneciera con los enfermos hasta que el último de ellos fuera evacuado, cosa que hice. Me negué a comer en el mismo comedor que los fascistas", agrega. "Al poco, enviaron a los enfermos a un campo de concentración en Carabanchel y allí me desplacé para acompañarles", subraya. Su recuerdo evoca los coros de los soldados rusos de una brigada internacional alojada en un edificio cercano: "Era una delicia escucharles cantar al atardecer", dice con nostalgia.

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