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Columna
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La selva en bicicleta

La Dirección General de Tráfico le está dando vueltas a un nuevo reglamento para que las bicis puedan circular por las aceras. Lo que pretende, en realidad, es otorgar carta de naturaleza a un fenómeno que de manera efectiva se viene produciendo progresivamente en los últimos años gracias a la ambigüedad de las ordenanzas municipales y a la permisividad de sus agentes con la invasión de un espacio legalmente reservado para los peatones. La DGT justifica esa modificación por la necesidad de fomentar el uso de la bicicleta, no ya como medio de transporte alternativo, sino preferente. De esta forma se permitirá que las bicis puedan circular por aceras de más de tres metros siempre que lo hagan a más de un metro de la fachada, y además podrán hacerlo por el medio de la calle. Tal y como pinta, ese reglamento equipara al ciclista con el peatón, dejando a este último en mayor indefensión aún que la que sufren los ciclistas con respecto al automóvil en las calzadas.

La convivencia en un mismo espacio entre ciclistas y caminantes genera fricciones

Un peatón camina a poco más de cuatro kilómetros por hora, mientras que la bicicleta rueda a unos 15. Estas son velocidades medias que apenas aumentan en el caso de los viandantes, pero que, en el de los ciclistas, pueden plantarse en los 30 kilómetros por hora a poco que ayude la inclinación del terreno o las condiciones físicas y la temeridad del que pedalea. No es algo excepcional, pero aunque hay ciclistas que ruedan por las aceras de forma prudente y pausada para no causar el menor problema al peatón, lo cierto es que cada vez son más los que van a la carrera sorteando a la gente y creando un riesgo y una sensación de inseguridad inadmisible.

Por ser accidentes menores apenas trascienden, pero se cuentan por cientos los casos de atropellos y golpes de manillar en los que el caminante, sin culpa alguna, se lleva la peor parte. En la inmensa mayoría, estos percances no suelen pasar de una luxación o un moratón, pero ni el susto ni el golpe te lo quita una disculpa. Eso si la hubiere, porque es fácil que a la víctima encima la abronquen por "ponerse en medio". Lo mas habitual es que el de la bici se haga el loco y salga del trance pedaleando. Las bicis no llevan matrícula, por lo que de no producirse la intervención de alguien capaz de retener al autor del daño, su responsabilidad es cero. Nada de esto parece que vaya a resolverlo el reglamento en ciernes, más bien lo contrario. En el momento en que los ciclistas puedan legalmente rodar por las aceras, contemplarán la ciudad como un gigantesco carril bici y los más incívicos camparán por sus respetos. Un precedente claro de lo que va a ocurrir son los itinerarios del Parque Madrid Río, donde sus llamadas "sendas ciclables de uso compartido" demuestran hasta qué punto genera fricción la convivencia en un mismo espacio entre ciclistas y viandantes.

El Ayuntamiento de Madrid plantó unos carteles informativos en los que solicitaba precaución y determinaba la prioridad peatonal. Con una notable ingenuidad, el texto explica lo obvio señalando que "el ciclista ha de respetar al peatón reduciendo su velocidad y midiendo la distancia de seguridad", y apunta incluso que "en el tramo que presente mucho tránsito de peatones conviene que el ciclista se baje de la bici". Convenir, efectivamente puede que convenga, pero lo cierto es que son pocos los que se bajan y los paseantes se cabrean.

Ya ha habido enfrentamientos y algún que otro cruce de bofetadas. El ancho de la acera en Madrid Río es de cinco metros, imagínense lo que puede pasar en solo tres metros, ancho a partir del cual el reglamento de la DGT pretende consentir la pugna por el espacio entre ciclista y peatones. Es un disparate. Si se permite rodar por las aceras para propiciar el deseable uso de la bici y contrarrestar la falta de carriles exclusivos, han de imponerse al menos condiciones que protejan al viandante y conjuren los conflictos.

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Medidas que sitúen claramente por dónde han de ir las bicicletas, a qué velocidad y en qué posición de respeto con respecto al viandante. Normas que eviten que un crío que se cruce termine entre los radios de una rueda o que a una anciana le pase por encima un mocetón de 80 kilos. El fomento de la bici no puede imponer la ley de la selva en las aceras.

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