El señor del fado
El cantor Carlos do Carmo ofrece un recital sin artificios ni conservantes
Carlos do Carmo sobre el escenario: bromas, las justas. Que aquí, el caballero, es fadista de ley, y gasta americana y corbata y una medio melena plateada que habla por sí misma. Y es que, por si no había quedado claro, Carlos do Carmo es un cantor a la antigua usanza. Un caballero. Y si a las jóvenes fadistas les da por teñirse la melena de verde fosforescente, allá ellas.
Do carmo canta el fado como debe cantarse, con gesto grave y expresión atormentada, dando importancia a lo que debe darse: la letra y la música tal cual fueron compuestas por sus autores en origen. El suyo es un fado sin artificios ni conservantes.
El recital del septuagenario fadista de ayer recordó, y no poco, al que ofreció años ha la gran Amália Rodrigues en el patio del Cuartel del Conde Duque, durante estos mismos Veranos de la Villa, por más que el asunto terminó a medio empezar y con el personal hecho una pasa gracias al aguacero de turno.
El artista le cantó a su "amigo" Saramago, a Pessoa y a su madre
Por fortuna, la lluvia que el domingo regó nuestras aceras y jardines no hizo acto de presencia al día siguiente en los Jardines de Sabatini y pudimos escuchar al cantor en paz y sin mojarnos, lo que siempre es de agradecer. Durante hora y media, el más ilustre de los fadistas en ejercicio desgranó una parte sustancial de su repertorio intemporal a pie firme y sin levantar la voz más allá de lo estrictamente necesario.
Cada palabra, una sentencia. Cada gesto, un mundo. Dominando la escena con la autoridad de quien lleva una vida en ello. El protagonista de la noche le cantó a Saramago, "su amigo", y a Pessoa, una referencia en cuanto tiene que ver con el fado y su pompa y circunstancia. También su madre, Lucília do Carmo, ilustre fadista a la que debemos que el muchacho no siguiera en el negocio de la hostelería. Gracias le sean dadas.
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