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Reportaje:MUCHA CALLE

Cuando los sentidos nos engañan

Las veladas en el sótano de la sala Houdini alternan humor y trucos de magia

Sergio C. Fanjul

"Mi voz manda, mi voz ordena, mi voz manda, mi voz ordena". Es lo que repite, como un mantra, Pablo Segóbriga. Coge la cabeza de Ana por las sienes y la coloca muy cerca de la suya. La mira fijamente, con una mirada eléctrica, como si estuviera rebuscando dentro de su cráneo. Sigue hablándole: "Vas a entrar en un estado muy especial, de equilibrio, de paz, de bienestar", y el cuerpo de Ana se va inclinando muy poco a poco, hacia delante hasta que... ¡chas! Segóbriga le pulsa rápidamente el entrecejo y ella cae, como dulcemente dormida, sobre su hombro.

Es cerca de medianoche y estamos en el sótano de la sala de magia Houdini (calle de García Luna, 13). Un lugar oscuro y misterioso en cuyas paredes el visitante descubre, con cierto respingo, que los retratos de médiums decimonónicos o vampiros le siguen con la mirada. Las gárgolas, las calaveras, los viejos autómatas y las figuras egipcias conviven en lo que podría ser una cripta sacada de un cuento de Poe o alguna sociedad secreta de madame Blavatsky. Cómo no, las puertas de los baños son ataúdes: R. I. P. Ellos y R. I. P. Ellas. De martes a domingo, a eso de las 11 de la noche, pueden disfrutarse diferentes espectáculos de magia e hipnosis.

Pablo Segóbriga hace ilusionismo desde que tenía ocho años
"Yo soy escéptica, pero me dio un bajón...", dice una mujer hipnotizada

Tras el encuentro con Segóbriga, Ana se muestra abrumada y confusa: "Mira que yo soy escéptica, pero, de pronto, cuando me estaba mirando, sentí como un bajón de tensión y no pude evitar caer sobre él. Es alucinante. Eso sí, en ningún momento perdí la consciencia. Y lo de la llave...". Se refiere a la llave que, sobre la palma de su mano, giró sobre sí misma sin que nadie la tocase, sólo animada (aparentemente, aunque es un truco) por el poder de la mente, la telequinesis.

En los años cincuenta Pablo Segóbriga era un muchacho en un pueblo segoviano de 600 habitantes cuando el mago Barceló llegó con sus maravillas a trastocarlo todo. Segóbriga se escapó de casa para asistir al espectáculo. Pensó: "He visto a Dios". Después de este momento iniciático todo fue sobre ruedas: con la ayuda de un libro de su hermano hizo ilusionismo a los ocho años y mentalismo a los 10. Toda una vocación. En 1964 se trasladó a Madrid con su familia e ingresó en la Sociedad de Ilusionismo. En 1995 participó en la creación del local Houdini en la calle de Fuencarral. Ahora lo dirige en su nueva ubicación.

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Antes del espectáculo hay expectación en la sala Frakson, una de las cuatro que tiene el local. "¡Qué miedo!", asusta un espectador a su pareja. "Como se pongan a hacer espiritismo yo me voy por esa puerta, que lo sepas", dice ella. Pero no hay nada que temer, hoy no hay sesión de espiritismo (se celebra por encargo y, al parecer, no es peligrosa). La primera parte del espectáculo, en cambio, está impregnada del humor socarrón de Segóbriga. El prestidigitador va entrelazando trucos de cartas con chistes (algunos picantones) y anécdotas, como esa en la que, recién llegado a Madrid, ganó por la mano a unos experimentados trileros de la plaza de Cascorro. El público entrelaza, a su vez, las carcajadas con los "¡ooh!" y los "¡aah!" que inundan la sala cuando el mago hace desaparecer una bola en las narices de las 60 personas que tiene enfrente.

Es en la segunda parte cuando la cosa se pone seria, y cuando Ana, y muchas otras personas del público, son hipnotizadas, tal y como se relata al principio. Segóbriga aprovecha la hipnosis para adivinar las cartas que esconden sus víctimas y, de paso, hacer algunas conjeturas sobre sus vidas y dar consejos, aunque asegura que él no es vidente. Este espectáculo no es una consulta médica, pero Segóbriga opina que la hipnosis, "aunque no es la panacea, puede servir como terapia para superar traumas, miedos y manías, como fumar o comerse las uñas".

Después se realiza el traslado al escenario grande, donde, tras abrirse el telón de terciopelo rojo y en un ambiente algo cabaretero, se realizan las supuestas regresiones a la infancia. Mientras tanto Juan Carlos, un informático de 42 años, prepara una pequeña cámara de vídeo. "Me aficioné hace cinco años a la magia y vengo todas las semanas", dice. "Es cierto que la magia de cerca (naipes, cerillas, bolas) tiene mucho de ilusión, pero en el hipnotismo hay algo psíquico, una sugestión extraña que no conocemos bien". Juan Carlos estudió en la escuela de magia situada en mismo local, donde se celebran reuniones periódicas en las que los socios comparten conocimientos ocultos y material encantado.

Continúa el espectáculo. Ahora cuatro personas yacen en el suelo del escenario mientras el taumaturgo, caminando con su bastón entre los cuerpos, les hace, supuestamente, volver a la infancia hasta encogerse como un feto. Antes de acabar, ya en pie y metidos en la madrugada (parecen algo aturdidos), juega un rato con sus mentes: "A partir de ahora olvidarás el número nueve", le ordena a una de las voluntarias. "¿Tres por tres?", pregunta. "¡Ocho!", responde la joven muy convencida. "¿Siete más dos?", sigue preguntando. "¡Diez!". Si parece que las matemáticas no son el fuerte de los estudiantes españoles, Segóbriga puede darle con su arte el golpe de gracia al sistema educativo. ¡Voilà!

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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