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Reportaje:

Un viaje que separa alma y cuerpo

El espectáculo 'Into the vast' rememora el hipnotismo de las danzas persas

El ser. El trance. Abandonar el cuerpo mientras suena una música hipnótica y tribal. Es la compleja concepción de un espectáculo de estreno en España que concibieron la bailarina Banaf-sheh Sayyad, los percusionistas iraníes de Zarbang y el griego Matthaios Tsahourides para su presentación anoche en los Teatros del Canal, dentro del Festival de Arte Sacro. Into the vast promete ser más que una hora y media de entretenimiento, es el viaje a las emociones que anula todo sentido común para separar el alma del cuerpo, como hacen los derviches turcos, que giran durante horas hasta entrar en trance.

- Vestido azul: la invocación de lo divino. Sayyad baila despacio a los sones de la percusión de agua (panderos llenos de granos de arroz que suenan como el discurrir de un arroyo), sus brazos se mueven como a cámara lenta siempre en dirección al cielo. Cada movimiento está calculado al milímetro y una voz clama en árabe y luego en inglés los versos de Jallal-e-din Rumi: "Lloré, oh mi corazón inundado, ¿adónde vas? Silencio, dijo el rey. Ella viene hacia nosotros". Sayyad se acompaña de los tristes lamentos de la lira póntica del griego Tsahourides (posición de violonchelo, arco de violín, sonido de viola, cuerpo estrecho de laúd), y va realizando su viaje interior para luego poder abandonar su cuerpo. Tras su marcha lenta, quedan los músicos en una sesión de improvisación en la que unos dan el relevo a los otros hasta acabar en una interminable repetición del mismo tema.

Los instrumentos pasan por todas las músicas, desde lo salvaje a la bulería
El público enloquece y no se resiste a mover la cabeza, a estremecerse

- Vestido negro: la transición al abandono del cuerpo. Sayyad se viste de oscuro y volantes para bailar al ritmo de un cajón flamenco, pero sin abandonar los movimientos pausados de la danza persa. En este tiempo se pregunta a sí misma: "¿Cuándo reconoceré mi propia divinidad?". No es una réplica de las danzas persas tradicionales, es una revisión del conjunto de la música folclórica, de lo ancestral y lo moderno. Los años de Sayyad estudiando danza contemporánea persa salen a la luz en sus movimientos, gestos que le han valido el reconocimiento en Norteamérica, Europa y Australia. De fondo, los músicos empiezan a compartir ese trance y se dejan llevar mientras la bailarina gira y gira con la larga melena al aire. La música nos transporta a las estepas y los desiertos, al viento que sopla entre las dunas, y la lira póntica se enzarza en una lucha consigo misma para interpretar una celérica fuga que algo tiene de los maestros europeos barrocos y de las canciones eslavas de los Balcanes.

- Vestido blanco: la alegría y la gloria. La música se va acelerando y Sayyad, de blanco y con un velo rojo en las manos, está fuera de sí. Los instrumentos pasan por todas las músicas posibles: del misticismo del derviche al ritmo tribal, de lo salvaje a la bulería. Sayyad baila una sentida petenera -también ha estudiado flamenco- para pasar a un baile tosco con las piernas abiertas, y de ahí a los giros sin fin mientras contorsiona, pierde el rostro entre su frondosa melena, y se golpea el pecho sin cesar de bailar. El público enloquece y no se resiste a mover la cabeza, a estremecerse, rompe en palmas al ritmo de una música cada vez más rápida y el trance se convierte en un clímax compartido por toda la sala, en el que desde el patio de butacas hasta las galerías la gente sigue el ritmo con los pies, mueve la cabeza en círculos, silba. Acaba rotunda la música y se enciende la luz: el alma, que había escapado del cuerpo, vuelve a su sitio. Y la euforia del viaje cumplido se convierte en aplauso.

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ÁLVARO GARCÍA

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