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Crónica:LECTURAS COMPARTIDAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Atracciones perversas

Rosa Montero

Esta es la historia de una pasión. Las pasiones son insensatas por definición; como la fe, pertenecen al ámbito poroso de lo irracional. A los que nos gusta de verdad leer y siempre cargamos con libros de acá para allá como celosos marsupiales acarreando su prole, la lectura suele suministrarnos de cuando en cuando alguna pasión irrefrenable. De pronto te atrapa un tema o un autor y te empeñas en leerlo todo con arrebato furioso. Pero estos súbitos enamoramientos, como los de carne y hueso, no son siempre recomendables ni gloriosos. ¿Quién no se ha obsesionado alguna vez por un (o una) imbécil? De la misma manera, no todas las pasiones literarias son elevadas; o sea, no siempre nos prendamos de Faulkner o Bernhard. A veces sucede que nos gusta un autor o una autora de escaso prestigio, lo cual ciertamente importa poco, porque el prestigio literario hoy en día se parece demasiado a la mera fama, es decir, no es más que una calderilla de la gloria, pura chundarata irrelevante. Pero en ocasiones, y esto es lo más inquietante, nos atrapa un escritor que, aunque nos subyuga, también tiene cosas que no nos gustan nada. Es una de esas atracciones un poco perversas que a veces se experimentan en la vida real. Es como perder la cabeza por alguien malvado.

Posee una libertad creativa extraordinaria. Sus libros muestran una total ausencia del miedo al ridículo

De modo que ésta es la historia de una pasión. La amada, porque es una mujer, tiene muchísimo éxito y prestigio en su país, Francia. En España lleva años publicada, pero es ahora cuando su fama empieza a despegar. Hablo de Fred Vargas, de nombre verdadero Frédérique Audoin, cincuentona (1957), arqueozoóloga de profesión, autora de novelas policiacas. Hace apenas tres meses leí mi primer libro de ella, La tercera virgen, recién publicado por Siruela, y desde entonces para acá he devorado otros seis libros más. Ninguno me ha gustado tanto como el primero; y todos ellos, e incluso aquél, me irritaron en numerosas ocasiones. Y, sin embargo, aquí estoy, hocicando irremediablemente entre sus páginas, rendida y atrapada por su fastidioso pero espléndido encanto. Es una maldita hechicera.

Y lo es, me parece, porque no intenta serlo en absoluto. No intenta agradar, no escribe para vender (aunque sin duda le guste, como a todos). Ella, Fred, debe de ser así, como sus libros; así de rara, así de maniática, a ratos pedante, en buena medida incoherente e infantil en sus planteamientos, disparatada, definitivamente extravagante. Pero poderosa y, sobre todo, distinta. Hay algo en ella tan original que roza lo alienígena.

Para mí sus mejores novelas son, sin duda, las protagonizadas por el comisario Adamsberg: la ya citada y además El hombre de los círculos azules, Bajo los vientos de Neptuno y Huye rápido, vete lejos, las tres en Siruela y también en bolsillo en Punto de Lectura. Adamsberg es un tipo a la vez guapo y feo, apasionado y frío, bueno y un poco malo, atractivo y desesperante. El súmmum de lo incierto y lo borroso. Y luego está la riquísima constelación de personajes secundarios, a cual más extraordinario, o quizá debí decir más estrafalario. Pero inolvidables y maravillosos. Un inspector que, en vez de hablar como todo el mundo, recita a Racine sin parar. Una teniente gorda cual ballenato que es como la Madre Tierra, de la que toda la comisaría está prendada. Sexagenarias y septuagenarios que son alabados por su belleza física y resultan tremenda e insólitamente seductores para todo el mundo. Asesinos retorcidísimos y absolutamente improbables. Digresiones inacabables. Pestes medievales y leyendas góticas. Historias abigarradas e imposibles de creer que, pese a todo, te terminas creyendo, maldita sea. Y es que leer a Vargas es como ir a ver la actuación de un mago: todos sabemos que, cuando el tipo mete a su ayudante dentro de una caja y la sierra en tres trozos, en realidad no está descuartizando a la mujer; pero todos nos esforzamos en creerlo durante unos instantes, porque queremos que nos engañen para crear belleza. Sí, ser novelista es igual que ser mago. Lo explica muy bien el premio Nobel Naipaul: "Escribir es como practicar la prestidigitación. Si te limitas a mencionar una silla, evocas un concepto vago. Si dices que está manchada de azafrán, de pronto la silla aparece, se vuelve visible". Y luego está la famosa frase de Coleridge: "La literatura exige la voluntaria suspensión de la incredulidad".

La notabilísima prestidigitadora Fred Vargas debe de ser un personaje tan peculiar, en la vida real, como cualquiera de sus disparatadas y vigorosas criaturas. En primer lugar, tiene una hermana gemela, cosa que a menudo produce vertiginosas espirales en la propia identidad. Además se ha pasado más de veinte años trabajando como científica y estudiando las pulgas que causaron la Peste Negra del siglo XIV, por ejemplo, entre otras investigaciones indescriptibles. También ha inventado una capa y una máscara de plástico contra el contagio de la gripe aviar, capa y máscara que un día enseñó a un atónito ministro de Sanidad. Éstas sólo son unas pequeñas pinceladas de la peculiaridad de Vargas. De su rareza. Quizá por eso, porque está acostumbrada a ser distinta, posee una libertad creativa extraordinaria. Sus juguetones libros muestran una total ausencia del miedo al ridículo. Por ejemplo, en La tercera virgen, Retancourt, la teniente cachalote, es secuestrada; y para encontrarla, sueltan en la calle a una gata perezosa y dormilona que ama (ella también) a la teniente, y un centenar de policías con coches y helicópteros se ponen a seguir a la gata, que avanza a un ritmo de dos o tres kilómetros por hora y se echa sus cabezaditas de cuando en cuando. Sinceramente, se necesita un coraje tal para escribir una escena tan delirante que, de sólo pensarlo, se me hiela la sangre dentro de las venas. ¡Y la escena funciona! No importa que en otros momentos sus novelas naufraguen y chirríen; basta una digresión atinada o un párrafo feliz de Fred Vargas para que sientas que estás rozando algo que pocas veces se toca. El misterio, la magia. En sus libros hay campos enteros de azafrán.

- Fred Vargas. La tercera virgen. Traducción de Anne-Hélène Suárez Girard. Siruela. Madrid, 2007. 394 Páginas. 19,90 euros. - El hombre de los círculos azules. Punto de Lectura. 256 páginas. 7 euros. - Bajo los vientos de Neptuno. Siruela. 416 páginas. 19,90 euros / Punto de Lectura. 496 páginas. 9,60 euros. - Huye rápido, vete lejos. Siruela. 336 páginas. 18,50 euros / Punto de Lectura. 416 páginas. 9,60 euros.

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