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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Carver y yo

Lunas de miel es un entretenido roman à clef que cuenta la relación de su autor Chuck Kinder con el escritor Raymond Carver. Mientras leía la novela, tuve que detenerme un par de veces para ir a buscar algún libro de Carver y hojearlo durante un buen rato. Estudiaba entonces su fotografía en la solapa y releía algunos párrafos de sus cuentos, y en el rostro hermético del escritor norteamericano -así como en su prosa sobria-, las juergas alcohólicas y los desvaríos matrimoniales que le atribuía Kinder aparecían como un sedimento enfriado, molesto pero al fin y al cabo materia literaria.

El relato real de Kinder narra el encuentro de Jim Stark y Ralph Crawford, dos jóvenes escritores que se conocen en un curso de creación literaria en la universidad y comparten, junto con sus mujeres, sueños de grandeza y noches de fiesta etílica que suelen terminar mal. Son los años setenta en la lisérgica Costa Oeste, en San Francisco. Alice Ann y Ralph Crawford -las mismas iniciales que Raymond Carver- tienen ya dos hijos adolescentes que les hacen la vida imposible, mientras que Jim Stark se separa de su mujer para casarse, poco tiempo después, con una antigua amante de Ralph. La adicción al alcohol y los ácidos y los problemas de dinero están a la orden del día. Los conflictos de pareja, los celos y las disputas entre los dos amigos hacen avanzar la narración entre escenas muy divertidas y otras de una desolación descarnada.

LUNAS DE MIEL

Chuck Kinder

Traducción de Aurora Echevarría

Circe. Barcelona, 2004

406 páginas. 21 euros

Las "lunas de miel" del títu

lo se refieren a las continuas reconciliaciones, aunque sólo sean un mero trámite para volver a la pelea diaria. A pesar de que la concepción del amor que resulta de este tipo de episodios es un tanto grotesca, como en los cómics de Robert Crumb de esa época, el estilo verboso y ligeramente caótico le va que ni pintado y ayuda a construir unos personajes de carne y hueso. Ante la fuerza de esas vidas excesivas, con tendencia a la destrucción, la escena literaria de esos años queda siempre en un segundo plano para relucir muy de vez en cuando, con referencias puntuales a Ken Kesey, John Cheever o Cynthia Ozick, entre otros autores.

Según cuenta él mismo, Chuck Kinder tardó más de veinte años en terminar Lunas de miel. Empezó la novela en 1977 y el original llegó a tener más de dos mil páginas. Este proceso le convirtió en una leyenda en la Universidad de Pittsburgh, hasta el punto que Michael Chabon se inspiró en él para el escritor bloqueado de su novela Chicos prodigiosos. Kinder ha contado en alguna entrevista que la redacción de la novela, muchas veces paralela a su propia amistad con Carver, bebió de todas las influencias literarias que iba conociendo en distintos talleres literarios. "El libro era una especie de Ulises mezclado con Dune, mezclado con En la carretera, mezclado con En busca del tiempo perdido", afirmaba. La muerte de Carver, en 1988, le paralizó durante una larga temporada y a partir de entonces empezó a recortar más y más el volumen. Despojada de influencias, la narración emergió de nuevo con un tono muy parecido al de los primeros años en que fue creada: los pasajes más alocados y paranoicos recuerdan al mejor Richard Brautigan y las confesiones alcohólicas sin pudor tienen puntos de contacto con las memorias de Frederick Exley, A Fan's Notes, de 1968.

El resultado final son estas cuatrocientas páginas que funcionarían igual sin la clave de Carver, pero que mejoran sustancialmente con ella, casi como una prosa anti-Carver. La novela nos muestra a Raymond Carver siendo un autor inédito, que escribe narraciones pero no consigue publicarlas, y termina cuando aparece su primer libro de cuentos, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? De alguna forma, Kinder relata en Lunas de miel el viaje que va de la experiencia vital en bruto a la literatura desgarrada de Carver, y lo mejor es que lo hace con otro artefacto literario. De esos polvos, estos lodos.

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