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Entrevista:Rafael Chirbes

"Las novelas se escriben contra la literatura"

Javier Rodríguez Marcos

PREGUNTA. Su generación llegó al poder con unas ideas que quedaron en el camino.

RESPUESTA. ¿Al poder? La mitad de mi generación está por ahí alcoholizada, en los bares, o viendo partidos de fútbol. En La larga marcha, un personaje dice: "Al poder siempre llegan los peores", porque llega el que pacta con el gran hermano, en este caso, el grupo que entendió que lo ineluctable iba a llegar.

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P. ¿Por eso se refiere a la transición como una larga traición?

R. Es lo que descubre Max Aub en los sesenta: no hay dos Españas, sólo hay una, la otra no existe. Toda aquella enseñanza de la Institución Libre y los ateneos obreros no nos había llegado. Habían llegado tres poemas de Alberti, pero no esa manera de ver el mundo que no era el crucifijo y el Cara al sol en las escuelas. Aunque recordar esto es crear un problema porque se supone que hemos llegado a un acuerdo y ahora debemos llevarnos civilizadamente. Pero el que ocupó las tierras se quedó con las tierras ocupadas y el que ocupó la cátedra con la camisa azul se quedó con ella. Hubo un pacto para no matarse, pero hay que saber que alguien había perdido.

P. ¿Se abandonó esa memoria?

R. El PSOE se quería ganar a las clases medias provenientes del franquismo, y esa memoria no le servía para nada... hasta que pierde las elecciones. Cuando se descubre que el vaso natural de la otra memoria es el PP se quedan sin referentes porque, como decía Benjamin, la memoria es la apropiación de un hecho pasado. "¿Y ahora?", se dicen. Y empieza la eclosión de la novela de la guerra. Surge el problema de la legitimidad.

P. ¿En qué consiste?

R. La cuestión es: ¿usted de quién procede?, ¿en nombre de quién ostenta el poder? Aznar afirma proceder de ese liberalismo que dice: "En la guerra se mataron los rojos y los azules. Yo soy el centro e inauguro a Max Aub y a Lorca", y la Residencia de Estudiantes se convierte en objetivo privilegiado porque se está saqueando una parte de la memoria que otros han dejado saquear. Los socialistas se lo hubieran impedido uniéndola a su carro triunfal, pero no lo hicieron.

P. ¿Sólo "cuando se perdió el poder, se ganó la memoria"?

R. Sí, se dicen: "Sólo si volvemos a ser los hijos de los republicanos tenemos algo que ofrecer a nuestros votantes".

P. Usted tampoco escapa a la crítica. ¿Sólo se puede escribir contra uno mismo?

R. Tus propios libros terminan contándote cosas que no querías oír. Además, todos mis personajes son yo: egoístas, odiosos, bondadosos...

R. Porque es una época de dispersión: esa gente vive sola y va a morir sola. No hay un superyo moral que organice todo eso. Ni siquiera me valían los diálogos, porque no hay un proyecto común.

P. Pero lo hubo: la revolución, el fantasma de su novela.

R. Un fantasma idealizado y absurdo.

P. ¿En qué momento se produjo la resignación?

R. Lo he dejado oscuro porque los personajes ven cómo sus proyectos se degradan. Ninguno hace el trabajo que quería. El escritor vende chalets, el arquitecto se rinde a su suegro... Hay un momento en el que se acepta la vida provisional, o sea, no se renuncia a la revolución, pero se dice: "Yo de momento voy a hacer esto otro". El problema es el "de momento".

R. Es el dinero, el desarrollo.

P. ¿Hay un punto medio entre ser colaboracionista o marginal?

R. No sé. Éste no es un libro de teoría política. Se trata de que cada uno se pregunte dónde está. Contar eso, que la vida no se puede vivir provisionalmente porque uno no se queda embalsamado, sino que se degrada. La vida es muy corta: crees que estás madurando, y lo que pasa es que te estás muriendo.

P. ¿Y qué podemos hacer para no dejarnos morir de uno en uno?

R. Cuando no tienes un proyecto común estás muerto.

P. ¿Por qué?

R. La idea de la muerte se vuelve tremenda cuando no hay continuidad, cuando morir es un acontecimiento, porque en las edades de oro no se moría: quedaba la obra, el trabajo.

P. Se dice de usted que es un novelista social.

R. No sé si social. Lo que pasa es que no me gusta que me engañen. A lo mejor lo que soy es un novelista orgulloso, por ir contra las versiones oficiales.

P. Eso supone creer que las palabras pueden cambiar algo, sin embargo, usted sostiene que la literatura es inane.

R. Tengo una sensación rara, porque sospecho de la cultura como forma de dominación. No como saber más sino como saber más que, como una forma de tapar la boca al otro. Hemos tomado el poder los de la palabra, y los que realmente hacen cosas -casas que no se caen, carreteras que no se hunden- son los que mueven la sociedad, eso sí, al dictado de una serie de señores que nos hemos apropiado de sus cabezas.

P. También es muy crítico con la literatura "ligera".

R. Estoy contra la literatura que te deja feliz contigo mismo y pensando que los demás son menos que tú porque no han leído lo que tú lees, contra la literatura como sofá y como trono.

P. Otra de sus críticas: el arte por el arte es "negocio por el negocio".

R. Esa idea viene de Hermann Broch. El arte por el arte es falta de escrúpulos. Las novelas se escriben siempre contra la literatura, que es lo que hay, lo establecido.

P. ¿Ve demasiada comodidad en el panorama español?

R. Los escritores que han entrado en los grandes grupos han acabado siendo iguales, mirando el mundo desde el mismo sitio. A sus columnas les puedes intercambiar la firma. Hay mucha caridad cristiana, mucho no al chapapote, no a la guerra, no a Aznar. Todo eso lo doy por supuesto.

P. Tan crítico con "los suyos", ¿no tiene miedo de que lo llamen conservador?

R. ¿Conservador? ¿Crees que los del PP se tragan este libro?

P. No lo leerán.

R. Ahí voy. Yo escribo para mi público. Con el señor Fraga, que fue ministro del Interior mientras yo estaba preso en Carabanchel, no tengo ninguna discusión ideológica que hacer. Intento escribir desde donde creo que se puede crear, desde mi generación y desde los que vengan por ahí. ¿De qué vamos a hablar Rato y yo? Tendré que hablar conmigo ¿no?

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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