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Crítica:LIBROS | Narrativa
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Porque Dios no existe

Jordi Gracia

Hay libros a los que se les nota mucho de dónde nacen. Éste se ha alimentado de la antigua amistad de un poeta con otro poeta y también de un segundo factor más invisible pero más crucial para entender el relato que es. Yo creo que Luis García Montero decidió escribir la infancia de Ángel González porque en esos pocos años de su vida se cimienta un bien inverosímil: de la muerte y del dolor, de la destrucción y la guerra, surge un poeta que encarna en su voz lírica misma y en su actitud una posición ante la vida que el García Montero de la edad adulta ha querido con el corazón despierto de poeta y con la conciencia lúcida del ensayista y profesor universitario. La solidaridad sin épicas y la atención a los débiles, la educación como cruz luminosa de las sociedades con buena salud, la sensibilidad a la ternura y a la voz rasa y común de las mayorías parecen encarnarse en ese espacio familiar del Oviedo que verá fusilar a su rector al principio de la guerra, el hijo de Leopoldo Alas, Clarín, pero sin que acose el texto el costumbrismo y sin prisas tampoco para narrar los ecos de la memoria de Ángel González, sus cachivaches y sus confusiones.

Mañana no será lo que Dios quiera

Luis García Montero

Alfaguara. Madrid, Alfaguara, 2009

420 páginas. 19,50 euros

Algunas cosas se cuentan con la morosidad que pide la emoción del recuerdo -las más dramáticas y las más felices- y otras se relatan atando la narración a las deudas de la historia: las convicciones ideológicas y políticas de tres hermanos mucho mayores que él (porque Ángel nace 13 años después del hijo menor) y que sirven para revivir en casa los crujidos que van a llevar primero a la Revolución de Octubre de 1934 y después al siguiente y último desastre. García Montero disfruta haciendo entender qué pudo ser eso de nacer en una de tantas familias de maestros republicanos, crecer con un padre que ha heredado la vocación pedagógica del abuelo, una hermana que será también maestra, y qué fue salir de la guerra con una hermana depurada, un hermano muerto, un padre que se ha perdido mucho antes por fe en la ciencia (falleció al intentar reparar una cojera de nacimiento), otro hermano embarcado en el Winnipeg que además manda algún libro de versos de Pablo Neruda para el más pequeño, Angelín, y, todavía, una madre y una fiel sirvienta que ya sólo pueden convertir su casa en una especie de hospedería: primero para atender a dos militares franquistas, después a uno que finge ser seminarista sin biblia (pero sujeto tan peligroso como si la llevase) y a veces hasta un radioaficionado de los que ya no quedan...

Se queda el libro a las puertas de Madrid, cuando ha empezado a escribir primeros versos y primeros artículos (con seudónimos y sin) en La Voz de Asturias sobre música y sobre otras cosas, cuando se hace abogado y cuando desiste (felizmente) de meterse en el periodismo madrileño. El libro biografía la matriz de un poeta y el autor lo saca a medias de los papeles privados y los documentos de familia y a medias de las conversaciones de ambos. A ratos se incrusta ese presente en el relato, pero casi siempre la voz del narrador actúa como actúan los novelistas: poniendo en sus palabras el intento de hacer habitable y comprensible el espacio doméstico que determina buena parte de las vidas adultas. Por eso se demora sin prisas en hacer las biografías cortas de quienes fueron vecinos, conocidos, amigos y maestros del muchacho, al hilo de la cronología política e ideológica, militar y derrotada, de la España contemporánea. Y si en García Montero había aparecido alguna vez anterior, con Felipe Benítez Reyes, la tentación del narrador que su amigo ha desarrollado con grandes dosis de desparpajo y humor, el novelista potencial que había en García Montero se aplazó hasta este libro y aparece ahora con una voz más suya. Aquí se le oye a él como poeta de imaginación cálida y cutánea haciendo de narrador, cediendo a la recreación verbal de espacios imaginados, sumando percepciones y sentimientos a los rumores posibles de las conciencias de entonces. Se deja atrapar en secuencias de prosa lírica y a menudo conmovedora o acude con mucha gracia a los versos del propio Ángel González para recrear peripecias antiguas. Aunque el protagonista actúa poco: domina casi siempre como espectador, porque el muchacho de este libro parece tan quieto y contemplativo como pareció después Ángel González, visto en vivo y en directo, siempre a punto de que asomase en la mirada la fragilidad (socarrona) de un escéptico pacífico. El adulto sale poco porque al muchacho las cosas le llegan o le caen, o así las relata García Montero. Por eso el abuelo y el padre muerto, y después el hermano Manolo, y en cierto modo él mismo, reaparecen en el tejido narrativo como personajes vivos, porque lo están en la memoria y en la misma biografía del muchacho, aunque ellos ya no estén. Perder al padre no significa que deje de seguirnos a todas partes, mientras nos examinamos en un aula o mientras le vemos las bragas a la primera niña que se deja, como seguramente le pasa al mismo García Montero con el poeta perfectamente vivo que es hoy Ángel González.

El poeta Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), fotografiado en agosto de 1980.
El poeta Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), fotografiado en agosto de 1980.Chema Conesa

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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