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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Espiando a los espías

¿Quién conoce algo más inútil que un espía sin patrón y sin empresa, y que sin embargo sigue recibiendo sus emolumentos porque quizá por su irracional burocracia nadie le ha inscrito todavía en el paro? ¿Qué puede hacer en este caso un espía que ha dejado de serlo y todavía no lo sabe? Espiar, claro está, y de ese espionaje nos da cuenta Alejandro Gándara (Santander, 1957) en su sexta novela, con la que a la vez que da otra vuelta de tuerca en su carrera de narrador ha obtenido el último Premio Herralde del género, prolongándola una vez más al simultanear su éxito crítico con una reticencia por parte de los lectores que a estas alturas resulta bastante extraña. No es fácil leer a Gándara, dada la complejidad y profundidad de sus propuestas, pero lo cierto es que su lectura siempre resulta bastante más interesante de lo que quien la ignore podrá nunca suponer.

ÚLTIMAS NOTICIAS DE NUESTRO MUNDO

Alejandro Gándara Anagrama. Barcelona, 2001 376 páginas. 2.500 pesetas

Gándara es uno de los escritores más importantes con que contamos hoy, que cultiva varios géneros casi simultáneamente (el ensayo, el artículo periodístico y la novela, incluyendo otras tres más para niños o adolescentes) siendo además promotor de empresas culturales de quita y pon, pues coordinó las páginas literarias de este mismo periódico durante cuatro años a finales de los ochenta, fundó y dirigió la Escuela de Letras, que ha sustituido recientemente por otra de Humanidades y hasta colabora actualmente en Abc Cultural. Aunque de él recuerdo una buena frase de cuando fundó la primera de esas escuelas, que era todo un programa: 'Se puede aprender a escribir, lo que es imposible es enseñar a hacerlo'.

Fue en 1979 premio Ignacio Aldecoa de Cuentos, se reveló después en 1984 con su primera novela La media distancia, que obtuvo el Premio Prensa Canaria, se introdujo luego en busca de una narrativa mítica y más abstracta en una especie de trilogía bastante considerable iniciada con Punto de fuga (1986), y prolongada en La sombra del arquero (1992) y Ciegas esperanzas, con la que obtuvo el Premio Nadal de 1992. Bajó a la tierra y a los problemas intergeneracionales de nuestra más rabiosa actualidad con su quinta novela larga, Cristales (1997), que pese a su complejidad y calidad no amplió demasiado su público, para sorprender un año después con Las primeras palabras de la creación, Premio Anagrama de Ensayo, una lectura 'narratológica' del Génesis, que oscila entre lo filológico y la mitología comparada.

Como se ve, la trayectoria de

este escritor tan bien dotado es sin embargo bastante anfractuosa, pues se ve tentado por lo periodístico, lo didáctico, lo infantil, y dentro de lo que más parece interesarle (la narratividad), se introduce en la apariencia de lo autobiográfico -sin serlo- en su primera novela, en lo infraestructural en la segunda, lo épico en la tercera, lo mítico en la cuarta y lo intracostumbrista en la quinta, sin dejar de lado su ensayo bíblico aplicado a la estética de lo narrativo. Contrasta su enorme seguridad, su rigor, su altivez, su dureza y la profundidad de sus propuestas con estas oscilaciones en apariencia tan ostentosas, pero que sólo lo son por ostensibles nada más y en el mejor de los casos. Lo que más llama la atención en él es la rapidez, concentración y contundencia de su prosa, metafórica, elíptica muchas veces, que parece contener varios textos a la vez, o al menos circular por diversos ámbitos simultáneamente. A mi entender, se trata de una de las mejores prosas de nuestra narrativa, que sería bastante estéril desdeñar o apartar por demasiado complicada, pues creo que desde Juan Benet -que fue uno de sus descubridores- no ha surgido entre nosotros una prosa tan poderosa (aunque algunos más también se están acercando, como el último Longares, Eloy Tizón, Luis Magrinyà y Belén Gopegui, cada cual por su lado por poner algún ejemplo más).

Bien, con estas Últimas noticias de nuestro mundo (qué contraste con aquellas Primeras palabras de la creación) Gándara da un paso más allá entre el ensayo estético y la narrativa de espionaje, aunque su postura siga siendo la misma, dentro de las oscilaciones -o tentaciones- a las que va cediendo. Pues en verdad, ésta es una novela donde hay espías que no espían demasiado, y el discurso prevalece sobre la acción, que sólo progresa a través de unos diálogos tan brillantes como en apariencia impenetrables. En resumidas cuentas, mientras se utilizan a manos llenas los procedimientos y técnicas de la novela de espionaje, el autor lo que pretende es dar noticia de nuestro mundo actual, en el que ha desaparecido la dialéctica entre el comunismo y el capitalismo sin que todavía hayamos encontrado otra que la sustituya. Así las cosas, esta excelente novela de Alejandro Gándara se inclina peligrosamente hacia el discurso, mientras se aleja del género mismo del espionaje, lo que no le atraerá precisamente el favor de los lectores más pendientes del mercado que de la literatura pura y dura de su autor, y peor para ellos, desde luego.

Pues lo que se perderán no tiene desperdicio, ya que Gándara se ha visto obligado a crear un artefacto de envergadura. A los diez años de la caída del muro de Berlín, un evanescente grupo residual de los antiguos servicios secretos de Moscú intenta organizar una reunión en Madrid entre un grupo de ex agentes de la antigua Stasi, los servicios de espionaje de la ex República Democrática Alemana, que todavía están extrañamente en activo en territorio español. Para ello, envían a un agente (el Pescador) que muere en extrañas circunstancias, al caer de una azotea que lo mismo puede constituir un accidente o un atentado, lo cual obliga a dichos ex agentes de la Stasi a ponerse de nuevo en marcha para investigar lo sucedido y buscar al sustituto del muerto.

El artefacto se pone en mar-

cha: para empezar, un ex agente alemán, camuflado desde hace años como hostelero en Calella, emprende una peregrinación a través de Moscú, San Petersburgo, Berlín e Israel para recuperar el hilo perdido, retomar contactos con antiguos compañeros que puedan proporcionarle pistas sobre lo sucedido, pero donde los recuerdos de sus vidas anteriores se superponen a la esterilidad de sus teóricas aventuras que nunca conducen a nada. Y a la vez, otra espía, en Madrid, unida sentimentalmente al heredero de una misteriosa fundación en quiebra, desencadena otro espionaje a través de una misteriosa profesora de idiomas que habita en la misma casa donde ha tenido lugar la muerte del misterioso enviado del principio.

En verdad, la reconstrucción de ciudades, paisajes, lugares, escenarios, personajes, mecanismos de la profesión de espionaje son una verdadera maravilla de técnica expresiva, de documentación y ritmo; pero lo más importante no es eso, sino el diálogo sobre todo, en el que se centra el discurso subterráneo profundo que Gándara quiere comunicar, perpetuo y sucesivo, elíptico y concentrado, rítmico y hasta tan clandestino como musical. Ya sabemos que el mundo del espionaje nos ha reflejado en nuestro tiempo de manera tan profunda como política, cultural y literaria, desde Joseph Conrad a Graham Greene o a John Le Carré, y que ese mundo se derrumbó y cada cual tiene que salvarse como pueda. Ése sería el 'gran juego' al que se apuntan los personajes de Alejandro Gándara, al menos como metáfora de que la historia no tiene fin, no puede terminar, que hay que seguir viviendo y conociendo -o conociéndonos- a través de un espionaje que no podrá terminar jamás si queremos que el mundo siga siendo lo que es, por encima de sus propios cambios. No hay aquí maniqueísmo alguno, capitalismo y comunismo reciben sus respectivas andanadas, pues lo importante es espiar, sin más y sin saber qué, ni a quién, ni por qué, ni por cuenta de quién, porque espiar es vivir o al revés, vivir es espiar, el espionaje nos refleja, nos resume, nos hace conocernos mejor aun sin saber por qué, porque la vida es espiar y que ustedes espíen bien.

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