Literatura y hormonas
Hay que poseer un extraordinario don verbal, y atreverse a todo, gracias a ese don, para escribir un relato como El pecho, y que el resultado no sea una tontería que, no obstante, puesto que viene firmada por un gran escritor, se podría calificar de graciosa, chispeante o cualquier otro adjetivo que disimula la vaciedad, proyectándola a la órbita del capricho. No es el caso de este libro de Philip Roth -que data de 1972-, aunque la ocurrencia se diría una fanfarronada argumental. Con antecedentes tan soberbios como La nariz, de Gogol, y La metamorfosis, de Kafka -ambos citados en el relato-, ¿cómo escribir sobre un hombre convertido en una glándula mamaria de setenta kilos? Quiero decir, ¿cómo escribir sobre esa catástrofe, sin rendirse a la comicidad o al abuso de extravagancias y anomalías? Se puede. Philip Roth ha logrado que la sobredosis de imaginación resulte un delirio controlado.
EL PECHO
Philip Roth
Traducción de Jordi Fibla
Mondadori. Barcelona, 2006
96 páginas. 12 euros
El profesor David Kepesh se
ha transformado, en efecto, en un pecho femenino. A nadie antes le ha sucedido; lo que experimenta es "algo que se encuentra más allá de la comprensión, más allá de la solidaridad, más allá de la comedia". Él mismo es el relator de su caso, lo que nos permite dudar de su veracidad, aunque admitamos su testimonio. Gogol y Kafka no condescendieron al uso de la primera persona, que alejaría sus relatos del absurdo, aproximándolos a la fantasía. Aún creían en la literatura como documento del alma; sus personajes sufrían de impotencia respecto a la realidad. Kepesh, por su parte, cree en la energía de la confusión, pero también en que el deseo es simplicidad, mientras que "la realidad", dice, "tiene cierta distinción". Claro que él es profesor de literatura, y hasta conoce la hora exacta de las grandes transformaciones en los relatos de horror. Sufre, al principio, de espanto y aprensión; prefiere estar loco a ser un pecho descomunal, pero lo que de verdad le preocupa es ser un espectáculo. Éste es el único sentido moral que Philip Roth introduce en su fábula. El resto es un proceso de aceptación, con su adecuación a una nueva pulsión sexual, muy placentera e inimaginable en su condición de varón. Bien atendido en un hospital, visitado por su padre, su mujer (que se presta a darle placer) y por un eminente colega de la universidad, el profesor Kepesh se asombra de que no se le considere un fenómeno extraordinario y se le mantenga en absoluta discreción. Sus charlas con el médico enfrentan la literatura con el principio de realidad. ¿Se debe su transformación a la literatura? "Las hormonas son hormonas y el arte es arte", dirá el médico. En su sorprendente final, el testimonio de Kepesh sufre también su propia transformación al derivar a la didáctica, proponiendo la lectura de un poema de Rilke, y apelando así a la admonición poética.
Satírico, visionario, insidioso, implacablemente severo, El pecho oscila entre el divertimento mordaz y la compasión por el ridículo. Seguramente es una broma, pero una broma muy seria.
Al profesor Kepesh le viene de perlas esta reflexión de Manganelli: "Sé que miento, pero no sé en qué lugar de mi discurso".

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