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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Mujeres peligrosas y otras amenazas

Manuel Rodríguez Rivero

Me temo que empiezo muy pronto a meterme en jardines. De acuerdo: Las mujeres que escriben también son peligrosas (el "también" va en cursiva enfática), como reza la oportunista traducción en sobrecubierta del título original alemán, cuya traducción correcta sería Las mujeres que escriben viven peligrosamente. No es lo mismo. Maeva está en su derecho, si el autor lo permite, de cambiar el título al libro de Stefan Bollmann. Incluso de quitarle el "también" en la página 3, cuando el adverbio ya ha cumplido la función de guiñarle el ojo al lector/a que adquirió el pasado año (son libros-regalo navideños) Las mujeres que leen son peligrosas. A pesar del ponderado prólogo de Esther Tusquets (les recomiendo su libro de memorias Habíamos ganado la guerra, en Bruguera), la verdad es que me pregunto si esas mujeres que escriben son más peligrosas o viven más peligrosamente que otras: cooperantes en Somalia, por ejemplo; o profesoras en Irak; o malcasadas que aún no han querido enterarse (a pesar de los indicios) de que su cónyuge es un perfecto cabronazo maltratador. En el fondo, supongo que todas las mujeres viven peligrosamente en un mundo (aún) moldeado por hombres, y algunas son francamente peligrosas. Pero me preocupa el hecho de que, de un tiempo a esta parte, algunos editores parecen emplearse a fondo en halagar al público femenino más allá de toda medida: la lectura (o la escritura) de las mujeres lleva camino de convertirse por sí misma en la temática y el objeto de una especie de subgénero literario transversal dotado de especial glamour. Como si se tratara de uno de esos perfumes carísimos que la publicidad anuncia evocando ceremonias de interior propias del Kamasutra. Está clara la razón mercadotécnica: las estadísticas revelan que el perfil del lector-comprador español es el de una mujer joven, urbana, universitaria, y que lee (sobre todo) novelas. Pura justicia poética. Hacia 1520 se dejó de representar a la Virgen María leyendo, un motivo iconográfico recurrente durante la Baja Edad Media: aquél fue uno de los primeros signos de la satanización de la lectura de las mujeres por parte de la Iglesia (pre-Rouco). Ahora todo es distinto, como saben y aprovechan los editores. Y, de hecho, estos días me he estremecido leyendo el estólido texto de una dama que escribe (y quizás viva) peligrosamente, y que proclama que una de sus facetas más seductoras es "la inocencia infantil, pero compensada con una profundidad espiritual" (sic). Y prosigue: "esa mezcla deja a los hombres completamente desconcertados y garantiza que van a prestarnos atención". La autora no es Flannery O'Connor, desde luego, sino Bienvenida Pérez (Hazte valer, Ediciones B), aquella chica española "de orígenes humildes" que "sedujo a algunos de los hombres más poderosos del planeta y logró la independencia económica a los 25 años". No es exactamente lo que yo llamaría una escritora, pero escribir, escribe. Y tiene evidente peligro.

La lectura (o la escritura) de las mujeres lleva camino de convertirse por sí misma en la temática y el objeto de una especie de subgénero literario transversal dotado de especial 'glamour '

Leo con retraso de tres semanas (en las que he andado ocupado manifestándome por la familia una y trina, viendo de un tirón los 9 episodios de la temporada final de Los Sopranos, haciendo sucesivamente de reno de Santa Claus y de dromedario de Melchor, y disfrazándome de SuperGramsci con el imposible propósito de rescatar a IU de su insondable abismo), una interesante entrevista (publicada por Portfolio) con Andrew Wylie, el Chacal, el rey de los agentes literarios. Me fascina este tipo (a veces incluso fantaseo con su improbable matrimonio con la señora Balcells). Además de representar globalmente a una deslumbrante nómina de personajes (desde los difuntos Benazhir Butto, Warhol, Sontag o Borges, a los muy vivos Roth, Rushdie, Sarkozy, Leibovitz o Murakami), ha logrado influir significativamente en la política editorial de algunos grandes grupos. ¿Que cómo lo ha conseguido? Dejándose los cuernos en el trabajo y depositando cuidadosamente los escrúpulos en el cajón. Su método es sencillo. En su agencia realizan, sin que nadie se lo pida, un estudio de la situación editorial y financiera del autor (o derechohabiente) que les interese captar, tenga o no agente. Luego lo van a visitar con el informe y le explican: así está usted, pero estaría mucho mejor si nosotros le representáramos, porque no descuidaríamos ni esto, ni aquello, ni la back list, ni el plazo de vencimiento de sus contratos de bolsillo. Irresistible. Así convenció al difunto Mailer (a quien le consiguió 100.000 dólares más al año procedentes de la mejora en la gestión de sus "descatalogados") o, más sonadamente, a Martin Amis, que abandonó a su anterior agente Pat Kavanagh (esposa de su amigo Julian Barnes) para largarse con Wylie. Nada personal, son negocios, como diría Anthony Soprano. De manera que si yo fuera agente literaria española y representara a autores internacionales me pondría las duracell por si las moscas cojoneras. Por cierto, Wylie, un chico de familia bien y acento atildado que estudió en Harvard y participó en la bohemia alcohólica de los más pijos, publicó en 1972 un libro de versos propios con poemas de títulos tan apasionantes como 'Warm, Wet Pants' (bragas húmedas y calientes) o 'I Fuck Your Ass, You Suck My Cock', que permitirán no les traduzca para no afear la puesta en página de este texto con asteriscos y puntos suspensivos.

Por una vez, los Reyes Magos me hicieron caso y me trajeron exactamente lo que deseaba. Ningún libro, desde luego. Y me libré por los pelos del Nespresso, a pesar de que cierta reina maga colonizada por el estúpido (exclamó, resentido, nuestro héroe) George Clooney había amenazado con regalármelo. De manera que el día 6, después de asegurarme de que sus Majestades habían dado buena cuenta del oporto y las almendras -y sus dromedarios del agua y la lechuga- que les había puesto en el salón, comprobé que en una esquina me habían dejado la tienda de campaña modelo "Igloo" que les había pedido. ¿Que para qué la quiero? Mi idea es plantarla en las cercanías de la Tate Modern e instalarme allí para no perderme nada de su esplendoroso programa para 2008. Por limitarme a lo más mollar: la temporada se inicia con la muestra Duchamp, Man Ray, Picabia, que reúne más de 400 obras del rompedor trío. Sigue con El grupo de Camden Town, una copiosa representación del interesante grupo de posimpresionistas británicos reunidos en torno a Walter Sickert. Y culmina, en otoño, con dos antológicas de las que venga Dios y las vea: Rothko (incluyendo sus grandes murales) y Francis Bacon, que se adelanta al centenario del pintor dublinés y viajará luego al Prado y al Metropolitan de Nueva York. Comprenderán que con los precios de Londres haya optado por el camping. De manera que EasyJet y a vivaquear. -

Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

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