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Reportaje:APROXIMACIONES

Odisea: ecos actuales en verso y prosa

La antigua universidad de Cracovia, donde en otro tiempo cursaron sus estudios Nicolás Copérnico y Bronislaw Malinowski, ha resultado un lugar idóneo para hablar de la literatura de viajes. Allí hubo, del 23 al 26 de noviembre de 2005, un vivo coloquio sobre las influencias de la Odisea en la moderna literatura de viajes. Participaron en las charlas dos admirados expertos, cada uno en su estilo, en esa literatura: Ryszard Kapuscinski y Piero Boitani. Del primero está ahora en todas las librerías polacas su libro reciente sobre el gran Heródoto y sus propias andanzas como reportero en Asia y África. (Pronto lo leeremos en español). Y Boitani trató en su conferencia de los ecos más actuales del mítico Ulises (continuando su estudio La sombra de Ulises, traducido en Península, 2004).

A Ulises ni le seduce la inmortalidad ni le atraen los horizontes lejanos. Ansiaba sólo volver a su casa

Curioso viajero y gran narrador, como ningún otro héroe antiguo, Odiseo parece pervivir bajo otros nombres y disfraces en muy diversos, fabulosos y taimados viajeros. Algo de él hay en Eneas, en Simbad, en Cyrano, en Gulliver, y en Leopold Bloom, invocado como "Ulises" en el título de la novela de Joyce. Pero también en formas muy varias tenemos muchos recientes indicios de la permanente y vivaz seducción odiseica. Ulises es, con todos los ingredientes de su saga, el más moderno y complejo de los héroes míticos griegos. Sigue incesante la aparición de obras de ficción que vuelven a comentar y recrear con muy sugerentes variaciones los episodios y personajes de la antigua trama desde miradas muy distintas, bajo los prismas de la ironía o la nostalgia.

Recordaré como ejemplos de

esa pervivencia mágica unos cuantos libros editados en 2005, con sus enfoques y estilos muy diversos, como ya apunté. Muy lejos queda, en efecto, por su tono poético, vibrante y de fogosas imágenes y gran sonoridad, el espléndido texto dramatizado de Derek Walcott del relato irónico y también dramatizado de Margaret Atwood, donde las quejas del coro de las esclavas muertas alterna con los sarcásticos recuerdos de la sagaz Penélope, ya en las sombras del Hades. Tanto el poeta Walcott (que ya demostró en su magnífico Omeros su fervor hondo hacia los poemas del patriarca de la épica griega) como la gran novelista canadiense son dos grandes escritores. Ambos textos reflejan una admirable relectura del texto homérico, con más poesía el primero, con mayor ironía el segundo.

Un carácter muy distinto de esas recreaciones tiene el libro de Inme Dros, que es una buena conocedora del material antiguo e intenta recontar de manera más bien didáctica y humorística, sin ningún énfasis épico y con muchos detalles pintorescos, todo el repertorio mítico homérico, poniendo el relato en boca de un narrador próximo a los hechos. (En la primera parte es el dios Ares, un tipo poco dotado para la narración en los textos antiguos, dicho sea de paso). En la recreación de la Odisea, en la segunda parte del libro, hay otras voces. (La primera relata la Ilíada, o, mejor dicho, toda la guerra de Troya). En esta segunda parte -'Un hombre de historias'- el relato odiseico se recuenta con curiosos aires de comedia barroca, con los dioses del Olimpo en varios papeles -Atenea es quien lo cuenta casi todo, informando a Zeus, pero también habla Afrodita-, y persiste como destinatario del ameno relato la figura del joven Telémaco. En fin, esa técnica de dar la palabra a uno o varios narradores sacados del propio mito es frecuente en los autores modernos (así en la reciente Ilíada recontada por Baricco), y aquí parece estar al servicio de una presentación humorística y para un público juvenil.

David Torres ha novelado una continuación de la Odisea de largo aliento y numerosas peripecias, en un ambiente de sorprendente ferocidad y tumultuosos lances, con gran libertad imaginativa frente a la tradición mitológica antigua. Los personajes de la antigua saga adquieren nuevos perfiles en esta continuación del relato épico con un feroz patetismo novelesco, que en algunos rasgos recuerda a la Odisea de Katsantsakis, pero a David Torres le gusta subrayar la ferocidad de los encuentros y el trasfondo más cruento y oscuro de los héroes, como sucede con el aquí siniestro y edípico Telémaco.

Son incontables los ecos de Ulises y otros personajes familiares odiseicos en la poesía española reciente. Algunos de los más notables poemas sobre temas y figuras de la Odisea en estos últimos años quedan recogidos en la excelente antología titulada Orfeo XXI, que demuestra que Ulises sigue siendo el héroe mítico más evocado, después de Orfeo, en la lírica actual de referencias clásicas. El ensayo inicial de Conde Parrado: 'Ecos de Homero en el discurso poético contemporáneo' analiza bien esas reiteradas evocaciones, unas veces nostálgicas, otras más bien irónicas. (Nostalgia e ironía son los dos acentos inevitables de la mirada moderna sobre el mundo de los mitos antiguos). En fin, si queremos destacar la más memorable y puntual obra poética sobre las figuras y escenas del poema homérico, debemos citar el meditado y sensitivo libro -veinte poemas breves de sabor clásico y elegantes y austeras formas- de Jacinto Herrero Esteban, La herida de Odiseo (Premio Fray Luis de León de este año), un libro para releer pausadamente junto a la Odisea.

Cuando uno repasa todas esas

imágenes modernas de Odiseo o Ulises advierte que el mito sigue flotando más allá del texto homérico, que es su primera realización literaria, la fundamental y la más rica en matices y aventuras, del mito inmortal. En las recreaciones modernas se suele acentuar el aspecto aventurero de Ulises, ese viajero de infinita inquietud que aparece ardiendo en el Infierno de Dante (que, desde luego, no conocía el poema de Homero) y en el poema romántico de Tennyson, y en el torrencial poema de Katsantsakis. Ahora bien, el Odiseo homérico no era un impenitente viajero, sino un guerrero cansado que quería regresar a su casa, sin más lances. Pero se vio obligado a enfrentarse a sus terribles aventuras y lo hizo con su singular astucia y sus magníficas palabras. No quería derrotar a más monstruos ni conquistar princesas ni conseguir áureos tesoros. Ni le seduce la inmortalidad ni le atraen los horizontes lejanos. Ansiaba sólo volver a su casa, y contar allí sus hazañas a su mujer y su hijo. Quería sobrevivir y relatar, después de tantos naufragios y la cruel guerra, su odisea. Era tan excelente fabulador como hábil diplomático, y se merecía el regreso feliz, como sabía la diosa Atenea. El final dichoso de la Odisea es el habitual en los cuentos maravillosos, pero en este caso tiene un sentido moral ejemplar. Lo deja muy claro el poema homérico. Pero muchos poetas y novelistas posteriores han preferido ver a Ulises como el viajero sin fin. Fue el más adaptable de los héroes griegos, y el más moderno también. Un mito trasciende siempre su texto inicial, aunque sea un clásico inolvidable.

La Odisea. Derek Walcott. Edición y traducción de Jenaro y Manuel Talens. Visor. Madrid, 2005. 384 páginas. 15 euros. Penélope y las doce criadas. Margaret Atwood. Traducción de Gemma Rovira. Salamandra. Barcelona, 2005. 191 páginas. 14,90 euros. Ilión y Odiseo. Imme Dros. Traducción de Marta Arguilé. Salamandra. Barcelona, 2005. 352 páginas. 13,90 euros. El mar en ruinas. David Torres. Destino. Barcelona, 2005. 272 páginas. 18 euros. La herida de Odiseo. Jacinto Herrero Esteban. Junta de Castilla y León. Salamanca, 2005. 92 páginas. 9 euros. Orfeo XXI. Poesía española contemporánea y tradición clásica. Pedro Conde y Javier García Rodríguez (editores). Llibros del Pexe. Gijón, 2005. 298 páginas. 20 euros.

Escena de la obra de teatro 'Una Odisea antillana', del Nobel Derek Walcott, en el teatro romano de Mérida, en julio del año pasado.
Escena de la obra de teatro 'Una Odisea antillana', del Nobel Derek Walcott, en el teatro romano de Mérida, en julio del año pasado.

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