Pesquisas de la Guerra Civil

En 2000 se publicó, bajo el título de Novelas del mito, la trilogía del escritor leonés José María Merino formada por las novelas El caldero de oro (1981), La orilla oscura (1985) y El centro del aire (1991). Se acertaba en la denominación puesto que en la narrativa de Merino confluyen esos dos tiempos: el tiempo mítico, brumoso, atemporal y el tiempo de los implacables relojes. Su nueva novela, La sima, recupera en clave más contemporánea la idea central de La orilla oscura, esa búsqueda afanosa de identidad por medio de la memoria, no tanto de qué somos, sino por qué somos como somos. Los trabajos de investigación de Fidel para la redacción de una tesis sobre la primera guerra carlista (la Guerra de los Siete Años), unidos a la exhumación de unos supuestos restos de fusilados durante la Guerra Civil, llevan al narrador a remover territorios inexplorados de la memoria familiar, tabúes intactos. Fidel regresa al pueblo con 34 años. Mientras, escribe un diario que dura cinco días, con sus mañanas, tardes y noches. En él anota sus recuerdos de infancia, la temprana muerte de sus padres en un accidente de tráfico, las primeras experiencias sensuales con su prima Puri, el abuelo sobre el cual pende la sospecha de asesinatos masivos de republicanos. La sima no tiene la estructura onírica de obras anteriores, tampoco -excepto que el contenido del diario que el lector está leyendo sea materia de una futura novela- su propósito metaliterario. La pesquisa histórica de Fidel se convierte a la vez en una indagación paralela del ser nacional español. Subraya ciertos misterios de carácter, patologías históricas rayanas en lo incurable: el odio entre españoles, la intolerancia sempiterna para afrontar diferencias. Para ello parte de las luchas ideológicas del presente más rabioso, en el cual no faltan los Gobiernos del PP y el PSOE de Zapatero. La historia de Fidel y Puri tiene algo de ese aire de doloroso romance que iluminaban Ángela y el joven militar en su anterior novela, El lugar sin culpa. Con La sima, José María Merino no ha escrito su mejor novela. La prosa sigue segura y construida para la evocación de buena ley. Pero el presente resulta por momentos demasiado cercano. Como si en su aspiración a novela se hubiera empantanado en una crónica.
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