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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Repliegue hacia el silencio

J. Ernesto Ayala-Dip

De alguna manera, Rastros de nadie, la nueva obra del novelista y crítico literario Francisco Solano, recuerda bastante la hechura narrativa y el ideario compositivo de sus dos novelas anteriores, La noche mineral (1995) y Una cabeza de rape (1997). De la primera hereda ese proceso de desdoblamiento que sufre la escritura cuando anhela el difícil territorio de la autoconciencia. Incluso el esencial compromiso cervantino, acuciante y gozoso juego entre realidad e imaginación. De la segunda pareciera que recuperara la trama densa, el provocador despliegue de puntos de vista. Dos tópicos literarios alientan y van dando forma a la novela: la ficción dentro de la ficción y el manuscrito encontrado. Sostener una novela con estos dos dispositivos podría haber invitado a su autor (o mejor dicho, a otro autor) a la enésima filigrana metaliteraria. Solano no cede a la tentación de la frivolidad, cede en todo caso a otra tentación más sugestiva y potente literariamente: la posibilidad de prescindir del autor y urdir la fantasía de una escritura soberana. El único testimonio real, concreto, incluso carnal, de todo proceso novelístico.

RASTROS DE NADIE

Francisco Solano

Siruela. Madrid, 2006

177 páginas. 15,90 euros

Rastros de nadie está com

puesta de tres capítulos. El primero es el que da título a la novela. Narrado en primera persona, es el relato de un lento y agónico proceso de ocultamiento. Se trataría, según el que narra, de ir desfigurándose, apartarse de cualquier territorio significativo para tender hacia la insignificancia. No ser el que se describe, con una historia familiar poco envidiable, con un matrimonio insólito (ponga atención el lector a este matrimonio, fijen sus ojos en esa Fabia inaprensible), con una sospecha, una especie de héroe austeriano, sino la escritura misma. Un náufrago voluntario que deja un mensaje anónimo. Los rastros de alguien que necesita imperiosamente ser nadie. Esto nos pone casi en una tesitura centroeuropea del discurso novelístico. El segundo capítulo es un comentario del primero. Se titula Ríos secos colgando de las piedras. Lo escribe un crítico literario. Rastros de nadie es el texto anónimo que una antigua alumna suya, ahora agente literaria, ha recibido y le envía para recabar su opinión. El lector entrará ahora en una nueva dimensión de la historia. Y también en una nueva faceta moral de la producción literaria. El crítico no quiere perder la oportunidad de usufructuar la gloria íntima del anonimato, y tampoco quiere dejar pasar la oportunidad de completar un largo ejercicio de seducción, además de vivir en carne propia el placer de la ficción. La novela se cierra con una carta que nunca será enviada. Su autor es el marido de la agente literaria. Es éste quien descubrió, desde su silenciosa intervención, que el crítico un día experimentó algo parecido al "deslumbramiento de la literatura". El círculo se cierra con un acto de desenmascaramiento. Francisco Solano ha escrito una novela de estirpe introspectiva. Y lo ha hecho con una lengua literaria acorde, entre la severidad de la precisión y el destello de las palabras únicas, con la exigencia de renuncia que inspira el libro. Su repliegue hacia el silencio se hermana con el afán de retiro radical que mueve al doctor Pasavento de Enrique Vila-Matas. Con esta magnífica novela, a ver si por fin Francisco Solano logra que lo incluyan en la próxima edición de la Historia y crítica de la literatura española de Francisco Rico.

Francisco Solano (La Aguilera, Burgos, 1952).
Francisco Solano (La Aguilera, Burgos, 1952).GLORIA GAUGER

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