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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De animales y de niños

La reciente novela breve Caballeriza (Seix Barral, 2006) mostraba, en clave de policial negro, a un adolescente enajenado por las luchas de dinero y poder en el seno de una familia de la oligarquía terrateniente de Guatemala. Otro zoo, de casi idéntico número de páginas, reúne cuatro cuentos y una nouvelle cuyas figuras centrales son niños y animales: la salvación mutua o la condena, el misterio y el peligro, lo ingenuo y lo inquietante de un pequeño país cuyo centro de gravedad se desplaza, aquí, de la ciudad a la selva, de la sociedad a la familia. El cuento que da título al libro empieza con un paseo por un jardín zoológico de un hombre y su hija de dos años; de pronto el padre la pierde de vista y su desesperación derivará en un desenlace sobrenatural. En 'Gracia', una niña quiere salvar a un cordero que su hermano ha vendido a un amigo musulmán de la familia para ser degollado durante la fiesta del sacrificio. En 'El hijo de Ash', un niño huérfano vive en una casa en medio de la selva, con unos vecinos nada amistosos: los cocodrilos. El protagonista de 'Finca familiar', el más largo y el mejor de los relatos del libro, es un niño que se convierte en hijo adoptivo de la siniestra pareja que ha despojado a su padre, un pintor cocainómano, de la propiedad de la que el chico es heredero. Y 'Siempre juntos' es una breve fábula en la que dos alacranes conviven en las vigas de una vieja casa de campo.

OTRO ZOO

Rodrigo Rey Rosa

Seix Barral. Barcelona, 2007

143 páginas. 16 euros

La trayectoria de Rey Rosa (Guatemala, 1958) es peculiar: muy joven, radicado en Tánger, se integró en el círculo de Paul Bowles, quien tradujo al inglés sus primeros libros. Eso lo convirtió en un escritor internacional antes de tener una dimensión nacional o incluso latinoamericana; desde finales de los años noventa, Rey Rosa busca darle una entidad literaria al paisaje de Guatemala, "el país más hermoso, la gente más fea", como escribía en la primera línea de la novela Piedras encantadas (2001). La corrupción, los privilegios brutales de la élite, la violencia implícita en una sociedad cuasi feudal están en el primer plano de esas ficciones, nunca tentadas por el expediente mágico ni la fascinación colorista. En estos cuentos, la atmósfera húmeda, opresiva y amenazante de la selva, poblada de criaturas cuyos ojos brillan en la noche como un aviso de la tragedia que acecha, está en el centro de la escena. El estilo del guatemalteco sigue trabajándose en la muy interesante línea de sus últimos libros: económico, elíptico, poco dado a demorarse en aspectos secundarios o a ramificarse en desarrollos ajenos al tronco de la acción. La dimensión simbólica y el aire onírico -de pesadilla- surge precisamente de esa sequedad, porque cada detalle debe ser significativo. Sorprende, por eso mismo, el exceso de explicitud que, en varios pasajes del libro, debilita un tanto esa fuerza: "Bruce y Anastasia -pensaba Hércules- eran más de lo que aparentaban, y por otra parte aparentaban ser más de lo que eran. No eran novios ni se iban a casar; pero sin duda trabajaban juntos". Pero esa ambigüedad, cuya ominosa amenaza mueve todo el cuento, queda casi desactivada al pasar de la sugerencia a la determinación, de la mirada azorada del niño a la clara dicción de su conciencia. Como contrapartida, la escritura de Rey Rosa reserva el tesoro de una lengua rica sin tentaciones barrocas, que sabe hacer sonar el nombre de cada planta y cada animal escondido en la espesura de la selva tropical.

Hay una evidente dimensión

histórica, política, de las alegorías de Rey Rosa: ese arrebato de fundamentalismo católico que aparece detrás de la escena en el cuento de la niña perdida en el zoo, o esa suerte de secta que se hace con la finca y hasta con el hijo del consumidor de cocaína; o, en todo el libro, la aparición de los diálogos en inglés como una clara señal de peligro inminente. Y hay otra intemporal, apoyada en el retorno del mito: el cordero que daba su vida por la de Isaac en el relato bíblico es ahora salvado por una niña que está dispuesta a inmolarse en su lugar. Y el trabajo incesante de una escritura que, como los reptiles de estos cuentos, está siempre al acecho de todo lo significativo que se figura en cada cosa que se mueve.

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