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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El árbol de los zapatos

El poeta Agustín Fernández Mallo se adentra en la narrativa con el primer volumen de la trilogía Proyecto Nocilla. Un experimento compuesto por 113 fragmentos literarios surgidos a partir de un álamo con zapatos en sus ramas en mitad de un desierto.

NOCILLA DREAM

Agustín Fernández Mallo

Candaya. Barcelona, 2006

226 páginas. 16 euros

Fernández Mallo es físico y poeta. En consecuencia, interesado por los vínculos entre las ciencias y las letras, introduce términos científicos en la poesía, funde la sustancia de ambas aptitudes y hace surgir de ahí la Poesía Pospoética, alianza de poesía y ciencia, por la que ha obtenido cierto prestigio en el mundo de la cultura. El autor se concibe a sí mismo como un científico operando en el laboratorio y con elementos físicos o poéticos elabora el producto. Uno de ellos es Joan Fontaine Odisea (La poesía, señor hidalgo), un muy bello libro de poemas compuesto de las dosis adecuadas de arrebato romántico y razón científica.

Nocilla Dream es un experimento. Menos logrado que su poesía pero verdaderamente interesante. Para comprenderlo hay que atender a algunos antecedentes del siglo pasado, las vanguardias de los años veinte o los ensayos novelísticos de los sesenta. Es el primer volumen de una trilogía, Proyecto Nocilla, que se completará con Nocilla Experience y Nocilla Lab, obras que según ha declarado el autor ya están escritas. El sorprendente título, una mezcla (como casi todo en el libro) entre un producto comercial y una palabra extranjera, es lo primero que llama la atención. Surgió al evocar una canción de uno de los primeros álbumes del grupo Siniestro Total. Aunque es un producto que consumen principalmente los adolescentes en pandilla, los personajes que pueblan la novela son maduros, desengañados y solitarios. Seres que habitan en los bordes de la vida, con apariciones que parecen debidas a la casualidad, siempre en carreteras o en hoteles de mala muerte. Si hay una película que el texto evocará inmediatamente al lector memorioso, ésta será París, Texas, realizada por Wim Wenders en 1984.

La novela se compone de 113 fragmentos, narrativos, líricos, descriptivos o reflexivos, a los que se añaden diversas citas textuales sobre asuntos científicos y tecnológicos. Bastantes personajes saltan de un fragmento a otro para así ir perfilando historias y caracteres. La leemos como si estuviéramos practicando el zapping televisivo, saltando de una cadena a otra y percibiendo fragmentariamente los diferentes programas. Una imagen surrealista aparece con insistencia: un álamo con zapatos colgados de las ramas. Ese árbol que se encuentra en un punto indeterminado de la carretera que va a la ciudad norteamericana de Carson City simboliza el espíritu anárquico, azaroso y salvaje de la novela. Se cuenta su historia, las miradas sorprendidas de los que pasan por allí, y los cambios que se producen en sus ramas: gentes que intercambian con ellas sus zapatos o, simplemente, cogen un par o, al contrario, dejan los suyos.

El desértico paisaje americano está en el centro de la acción pero cuando ésta se desplaza hasta España, Dinamarca o China parece no haberse movido de lugar, porque, en definitiva, se trata de un único territorio, físico, mental o digital. Ello responde a las características fundamentales de nuestro mundo. Pero para responder a la fusión actual entre medios expresivos el autor introduce una escena simbólica en la cual se nos dice que en un año futuro, el 2054 por ejemplo, cuando sea hallado en un desván un CD actual junto a una carta lo único que será legible será esta última pues se carecerá de la técnica adecuada para leer un disco ya obsoleto. Una buena defensa de la escritura. El autor que cita repetidamente el último y famoso fragmento del Tractatus de Wittgenstein sabe mucho de eso, de decir y de callar. Se comprueba en el libro con segmentos de un decir magnífico.

Un árbol lleno de zapatos, en Nevada, Estados Unidos.
Un árbol lleno de zapatos, en Nevada, Estados Unidos.AP

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