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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Un hijo del Führer?

Los lectores más tempranos de Harry Mulisch que leyeron sus primeras novelas y tenían en sus manos Dos mujeres (1975), ya advirtieron que el escritor holandés había proscrito para siempre la palabra rutina de su diccionario de la creación literaria. Suerte de reencarnación de Proteo, la magia de Mulisch radica tal vez en su admirable capacidad de transformación y dispersión de los géneros, los temas, los narradores y los estilos, abordando el ensayo filosófico para más tarde convocar, sin inmutarse, todos los demonios morales de nuestro tiempo desquiciado, desde la caída de la tiranía de la fe y el doloroso parto de una sociedad desacralizada, en la gigantesca El descubrimiento del cielo (1992) a la incertidumbre de una genética imprevisible y una ciencia sujeta al reto de convertir el mundo natural en mundo artificial, cuestiones que recreó en El procedimiento (1998). Mulisch no esconde su condición de antojadizo empecinado en conseguir a cualquier precio que sus lectores jamás sepan lo que les espera, si bien su última novela, Sigfrido (2000), rubrica una obsesión por el nazismo y sus perversas vinculaciones con el mal y el concepto de identidad que parte de El asunto 40-61 (1961), reportaje acerca del proceso a Eichmann, y continúa en la novela El atentado (1982) y antes en El futuro de ayer (1972), el atractivo y documentado ensayo sobre la figura de Adolf Hitler, por la que el autor neerlandés siente una oscura fascinación que se explica por ser hijo de madre judía y de un padre maculado por su colaboracionismo con el régimen nazi en la Holanda ocupada.

SIGFRIDO

Harry Mulisch

Traducción de Isabel Clara Lorda Vidal

Tusquets. Barcelona, 2003

198 páginas. 13 euros

Más información
"Hitler era como un agujero negro y necesitaba matar para existir"

En realidad, Sigfrido es la forma en que Mulisch le busca acomodo al mito de Hitler en su ficción, de la mano de un álter ego llamado Rudolf Verter, otro prestigioso escritor obsesionado con el nazismo que, en plena campaña de promoción de su novela en Viena, tiene conocimiento de la existencia de un hijo de Hitler, Sigfrido, nacido de Eva Braun en 1938 y mantenido en secreto por Julia y Ulrich Falk, servidores de Hitler que se vieron forzados a hacerse pasar por los progenitores de la criatura. Es el viejo matrimonio austriaco el que le cuenta a Verter este enigmático episodio de tintes muy próximos a la tragedia clásica y a la ficción histórica, aderezado con una anagnórisis, la atmósfera inquietante y claustrofóbica que emana de la vertiente ocultista, esotérica, de la personalidad de Hitler, y no pocas referencias al providencialismo hitleriano, y a la mitología germánica que enmarca el episodio y que da razón del nombre del vástago, Sigfrido, el hombre que no conoce el miedo porque, como propone Mulisch en el texto algo a la ligera, es el hijo del mal.

Escuchando a los Falk ("desde niño no había vuelto a sentir semejante fascinación por una historia", página 102), Verter se introduce entonces en Berghof, la mansión de Hitler en Baviera en la que transcurre la aberrante vida doméstica del Führer y el oscuro nacimiento de Sigfrido, como el lector se introduce en la página web del propio Mulisch (www.mulisch.nl), convertida en un desapacible edificio igual al que la novela construye en nuestra imaginación ("ese castillo encantado a cuyo lado el de Drácula parecía una bucólica casa de campo", página 140).

Escrita con la sobriedad y la

fuerza psicológica a la que nos tiene acostumbrados el candidato al Nobel -y asimismo con ciertas divagaciones metafísicas en la línea de Musil, un tanto pretenciosas, digámoslo, frecuentes en su narrativa-, Sigfrido constituye una muestra de comedimiento en la trayectoria de Mulisch, que aquí mueve menos hilos que en otras ficciones salidas de su pluma, y se ciñe a un guión que no se ve tan sujeto a las atractivas excentricidades de su literatura entrópica y claramente posmoderna. Sí es en cambio, desde luego, un nuevo descenso a los infiernos de la condición humana, sobre los que tan a gusto parece escribir el fáustico narrador holandés, decidido en esta última novela a servirse de la historia para construir una fábula sobre el mal en la que ha moderado su parafernalia metaficcional y su intrusismo autorial, facilitando el que los lectores que aún no conocen su poderosa obra se acerquen a ella y disfruten de la aventura sin necesitar mapa alguno.

He aquí un relato inquietante e irónico a partes iguales, extravagante como casi todos los suyos, que se conforma con manejar de un modo muy hábil la alusión y la elipsis, mostrándose coherente con una poética como la de Mulisch, que sostiene que "es al lector, y no al escritor, a quien le corresponde aportar la fantasía".

Eva Braun y Adolf Hitler.
Eva Braun y Adolf Hitler.

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