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Entrevista:Arturo Pérez-Reverte | LIBROS | Entrevista

"El libro que no te lleva a otro es estéril, fallido"

Guillermo Altares

Mi imaginación enfrentada a la realidad se parece a un hombre que, visitando las ruinas de un monumento destruido, tiene que pasar por los escombros, seguir los pasadizos, agacharse en las poternas, para reconstruir más o menos el aspecto original del edificio en la época que estaba lleno de vida, cuando la alegría lo llenaba de cantos y risas o cuando el dolor era un eco para los sollozos". Esta cita de Alejandro Dumas puede servir para resumir la voluntad creadora de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) y no es una casualidad que aparezca en su novela más significativa, El club Dumas, publicada hace 15 años y de la que Alfaguara acaba de sacar una nueva edición. Es tal vez el libro más emblemático de Pérez-Reverte, académico de la Lengua y uno de los autores españoles más leídos en todo el mundo, porque le convirtió en un escritor profesional y cimentó su ambición literaria, porque encontró a millones de lectores (y no sólo en España, sino también en Francia, Reino Unido, Italia o EE UU). Pero, también, porque abrió un nuevo camino en la literatura española. Visto tres lustros después, es imposible concebir el cambio de registro de muchos narradores en España sin tener El club Dumas en el horizonte.

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PREGUNTA. ¿Cree que, en gran medida, El club Dumas supuso una revolución en la novela española porque en ese momento nadie trabajaba este género?

RESPUESTA. Yo escribo este libro cuando este tipo de literatura, la novela cultural europea, no estaba todavía en el mercado, sólo existía El nombre de la rosa. Cuando escribo La tabla de Flandes, después de El húsar y El maestro de esgrima, me enfrento a mi primera novela con ambición de escritor, lo otro habían sido divertimentos. Es ignorada por la crítica del momento, pero fuera, en el extranjero, funcionó muy bien, y descubro que lo que gusta es eso. Y en la primera guerra del Golfo leo El nombre de la rosa, de Umberto Eco, y me doy cuenta de que si un ensayista como él va por ahí es que no puedo estar tan desencaminado, que este tipo de literatura es tan válida como cualquier otra. Eco me reconforta. La vieja Europa tiene un caudal cultural, el libro, la biblioteca, que es un material estupendo para trabajar con él. Se puede hacer un libro que alcance un éxito de ventas sin tener que imitar a los americanos de entonces, a Ken Follett o a Irving Wallace. Europa tiene su propio caudal y me propongo hacer una novela que tenga que ver con la vieja Europa, con los libros, con nosotros, una novela con vocación de lectores, de best seller en el sentido noble del término, pero que al mismo tiempo maneje los ingredientes del mundo que me gusta y en el que estoy a gusto. No tengo que irme a Nueva York para hacer una novela que se lea: quería escribirla aquí. Pero no se hacía, no existía ese tipo de literatura. La respuesta es extraordinaria y la crítica estadounidense sí me adopta. El club Dumas es la novela que me hace cruzar la barrera de las grandes ventas y que me sitúa como novelista internacional. Eso abre una puerta a un montón de cosas que antes no se hacían. Tengo la satisfacción de haber tenido razón en un momento en el que toda la crítica te decía que tenías que escribir lo contrario, novela intimista, sin acción, sin personajes, novela del yo... Cuando miras las revistas de la época, te das cuenta de que las novelas recomendadas por la crítica son pasajeras, planas y han muerto con el tiempo. Los lectores, que estaban huérfanos porque querían historias pero no las tenían, de pronto encuentran un tipo de novela que encaja.

P. ¿De dónde vienen los prejuicios hacia la literatura llamada popular cuando sin la novela popular del siglo XIX no se puede entender la literatura contemporánea?

R. A la gente que tiene en esos momentos el control académico de la literatura no le importa la literatura clásica, no la ha leído. Los nombres son Cortázar, Faulkner, Benet, Ferlosio... Me encuentro con enormes lagunas. Estamos hablando de finales de los setenta y ochenta... Es una crítica que desprecia la gran novela con la que se hace la novela, la del XIX. Fomentan la consolidación de unos novelistas que no necesitan leer a Balzac, a Tolstói, para escribir. Respaldan a una generación de narradores a los que les falta un elemento esencial de la novela. Cualquier novelista occidental necesita clásicos griegos y latinos, si es español, el Siglo de Oro, como herramienta y, en cuanto a visión del mundo, la gran novela del XIX y principios del siglo XX. Sin eso no se puede ser novelista. Y la literatura española acaba en una especie de callejón estrecho, aburrido, del que el lector deserta. Cuando los lectores encuentran a un novelista que está contando las historias de siempre pero adaptadas a un mundo actual, se vuelcan.

P. ¿Qué es un best seller?

R. John Le Carré es un best seller y alguien se atreve a decir que El honorable colegial o El topo son novelas de entretenimiento. Por eso es una palabra tan peligrosa. Pero se ha convertido en una etiqueta peyorativa. A mí nunca me molestó que me digan best seller, pero si me dicen: usted es un best seller como Follett, entonces sí me cabreo.

P. Pero el primero de sus libros que comienza a venderse mucho no es El club Dumas sino La tabla de Flandes. ¿Es cierto que estaba usted en la guerra del Golfo y le llamó su editora desde Madrid para decirle que se había convertido en un éxito?

R. Eso tuvo gracia. En aquella época vivía en una especie de esquizofrenia, aunque tuvo una ventaja: yo tenía mi vida profesional hecha, era un reportero, mis ambiciones de popularidad estaban cubiertas. Yo no voy a la literatura para hacerme un nombre, ni para ganar dinero, hago la literatura que me apetece, la que hace sentirme bien, la que, entre viaje y viaje, me hace oxigenarme, leer, pensar en otras cosas. Siempre he estado fuera del núcleo del mundo literario, pero eso me perjudica porque, para los que en ese momento viven en ese mundo, soy un intruso. La parte positiva es que al no estar contaminado, al no depender de los suplementos literarios, al tener lectores pese a las críticas negativas o inexistentes, comprendo que puedo ser un novelista profesional al margen del mundo literario.

P. Pese a que tenía un medio de vida ajeno a los libros cuando comenzó a escribir, sus obras están marcadas por esa literatura mercenaria del XIX

...

R. Eso es útil, es digno y es divertido. Si yo a quien admiro es a los grandes novelistas del XIX, a esos galeotes del tintero y de la pluma, desde Dumas hasta Dostoievski, y esos autores tenían un modo de vida honorable, con un punto mercenario, pero he conocido a muchos mercenarios honorables a lo largo de mi vida, también mi literatura es un homenaje a esos libros y mis novelas están llenas de referencias a ese tipo de novelistas que me han hecho inmensamente feliz y me lo siguen haciendo. Yo también hago bandera pública de ese concepto de la literatura profesional, práctica, de lectores, de crear mundos y ponerlos en circulación, y cuanta más gente participe de ellos, mejor, esa literatura sin complejos, hecha para lectores. Y me funciona. Para mi sorpresa, esta novela sale después de La tabla de Flandes y me doy cuenta de que funciona, y la compran en todo el mundo.

P. ¿Cree usted que esta novela abrió la puerta al tipo de novela española que en los últimos años ha alcanzado un gran éxito?

R. Tampoco podemos olvidar que en esa época hay novelistas que no han tragado con el concepto que imperaba entre la crítica. No soy un pionero, me limito a seguir la huella, abriéndole a lo mejor puertas laterales, de gente como Mendoza, como Marsé, como Vázquez Montalbán, que no han renegado en absoluto de ese tipo de literatura. Sigo a mis mayores y procuro ensanchar ese territorio, que es lo que tiene que tratar de hacer cualquier escritor.

P. ¿Podemos decir que es también su primera gran novela de investigación?

R. No, es la primera vez que hago una investigación extraordinariamente compleja, pero cuando escribo El húsar investigo todo lo que son tácticas de caballería, uniformes; cuando escribo El maestro de esgrima me empollo el Madrid galdosiano, y cuando escribo La tabla de Flandes me meto en el arte flamenco. Lo que sí es cierto es que este libro es mi primera novela ambiciosa, compleja, con voces narrativas que van cambiando, llena de trampas, de trucos, en esta novela decido meter todo cuanto sé, todo cuanto he aprendido de trucos nobles del oficio, desde Dumas hasta Eco. En ese sentido sí es ambiciosa. Para escribirla, hablé con restauradores, con falsificadores, con bibliófilos, como hago todavía ahora. Una novela es un trabajo muy duro, que se prolonga durante años. Y ese trabajo debe ser divertido, porque si no es una agonía. Yo escribo porque me divierte: si fuese infeliz escribiendo, no lo haría. El club Dumas es una fuente de diversión: estuve dos años feliz, entre bibliófilos y libros antiguos, viajando a París, a Florencia, a Roma, hablando con los expertos, aprendiendo cosas que no sabía, dándole vueltas a cosas que ya sabía. La palabra diversión es fundamental. Hubo un momento en que se decía que la literatura que divierte no es literatura, que un libro ameno no puede ser bueno; yo creo que un libro puede ser complejo, culto, con personajes densos y al mismo tiempo muy divertido.

P. ¿Éste es el libro que le convierte en un escritor profesional, no de cara al público, sino de cara a sí mismo?

R. Es la primera vez que me siento escritor profesional. Hasta entonces era un reportero, un periodista, que en mis ratos libres escribía. Y me iba bien. Yo no pensaba terminar como novelista, pero ésta es la primera vez que me di cuenta de que la literatura puede ser una alternativa digna, seria, honorable y económicamente rentable a una vida dura, azarosa y de incierta jubilación.

P. ¿Al igual que la gran novela del XIX no puede entenderse sin la revolución industrial, cree que los cambios tecnológicos que estamos viviendo tendrán su repercusión en la literatura?

R. Todo puede ser interesante, siempre y cuando no sea huérfano. Lo malo es la orfandad, no la modernidad. Tú no puedes contarle historias como Henry James a un lector de ahora, pero tampoco puedes renegar de James, Dickens, Balzac o Cervantes, ni de Homero. Lo que hay que hacer es mantener el vínculo que une a esos autores con el lector del siglo XXI, ahí está el talento narrativo de cada cual. Una modernidad huérfana, sin vínculo con la gran literatura, está condenada a extinguirse. El talento de los escritores del futuro será ser capaces de traerles a Eurípides, a Dante, a Stendhal, a Dickens, a Agatha Christie y que funcionen para el lector moderno, eso es la gran literatura y es lo que he tratado de hacer para mi generación. Un día me quedaré atrás: nadie evoluciona permanentemente. Y no pasa nada: yo habré hecho mi modesta parte del camino.

P. Usted dijo en una lejana entrevista: "Mi punto de referencia, mi patria, lo que me recuerda a la infancia, es, sin lugar a dudas, Los tres mosqueteros". ¿Sigue siendo su libro?

R. Sin duda. Para mí, el libro que me hace es Los tres mosqueteros. Azares de familia: en mi casa era un libro que por tradición se leía, teníamos una especie de trivial: ¿cómo se llamaba el espadachín que pelea con Athos detrás de las Carmelitas? ¿Cómo se llamaba el hijo de Milady? Es el libro que más veces he leído. Después leo otros, pero el territorio que esa novela me allana es muy amplio, muy generoso: Los tres mosqueteros me lleva a El Conde de Montecristo, que me lleva a la venganza, la cárcel, la prisión, que me lleva a Fabricio del Dongo en La Cartuja de Parma, que me lleva a Rojo y negro y luego a Madame Bovary. El libro que no te lleva a otro libro es un libro estéril, fallido para el lector. La influencia de Dumas es que es un libro de libros, una llave de puertas. Todavía hoy estoy viviendo de las rentas lectoras de los libros a los que he llegado.

El club Dumas. Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara. Madrid, 2008. 528 páginas. 22 euros.

Arturo Pérez-Reverte, autor de <i>El club Dumas</i> y académico, fotografiado hace unas semanas en la biblioteca de la Real Academia Española, en Madrid. 
Foto: Gorka Lejarcegi
Arturo Pérez-Reverte, autor de El club Dumas y académico, fotografiado hace unas semanas en la biblioteca de la Real Academia Española, en Madrid. Foto: Gorka Lejarcegi

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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