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Entrevista:FERIA DEL LIBRO DE MADRID | Entrevista

La melancolía de Benedetti

Mario Benedetti se sienta en su butaca preferida, en su casa de Montevideo, en la avenida a la que da nombre Zelmar Michelini, uno de los héroes de la resistencia uruguaya. En esa butaca lee, escribe haikus, empieza los poemas, vive. Tres libros y otros que prepara están en la mesilla. No cesa de escribir, pero el dolor le ve. Aunque el dolor no ha roto su ironía.

Ya no es la melancolía montevideana, esa de la que hablaban Onetti o Cortázar como parte del alma e incluso de la alegría de los uruguayos; por la vida del autor de Montevideanos, que en septiembre cumple 88 años, han pasado últimamente experiencias muy amargas; la que más le ha herido ha sido la muerte, hace menos de tres años, de Luz, su compañera, la mujer que le abrió el camino de muchísimos versos, su guía en los tiempos del exilio y del desexilio.

"Cómo nacen mis libros es un misterio. Estoy meses sin escribir, y de pronto aparece, plaf, ahí está, vuelve la escritura"

Con Luz vivió en Madrid, en Mallorca, en Cuba, y al fin regresaron los dos, y ya volver (a Madrid, que es donde tiene su otra casa) se hace difícil. Él lo dice, con mucha melancolía, porque en Madrid pasó momentos muy ricos... En un momento de la conversación que tuvimos, en su casa, a mediodía, mientras almorzábamos con Hortensia Campanella, su biógrafa, y con Ariel Silva, su ayudante, a Mario se le vio en la cara esa nostalgia de Madrid, cuando habló de la Feria del Libro, de los atardeceres charlando y firmando, dibujando palotes y tachándolos para conservar al fin el número de lectores a los que había firmado...

A veces es un adolescente, cuando escribe, y a veces es consciente del tiempo que ha pasado, y del dolor; fue asmático, ya no lo es tanto, las otras enfermedades, dice de coña, impiden que el asma aparezca de nuevo... Pero sigue estando en sus pulmones la ansiedad cabrona que produce la posibilidad de perder el aire.

Y no sólo ha perdido el aire. La vida es así, trae esos dolores; él los afrontaba gracias a Luz, ahora ya no queda sino la escritura. Ésta es la que le da alegría; le divierten los haikus; los descubrió hace como cinco años, se metió en ellos y ahora es un experto, se ríe haciéndolos. Visor acaba de publicar su Nuevo rincón de haikus; hoy los visitantes le han traído vino pero también cuadernos para que siga escribiéndolos.

Benedetti tiene en la mesilla su último libro narrativo de las dos orillas, Vivir adrede, que en España ha publicado Alfaguara y en Argentina ha publicado Seix Barral; y aún hay otro libro que ha arreglado de una edición de hace treinta años que él ha remozado con datos nuevos y con entrevistas y textos que lo convierten en un trabajo prácticamente nuevo, que ha editado Seix Barral en Argentina. Se trata de Daniel Viglietti, desalambrando, sobre el cantante uruguayo que, como él, sufrió el exilio y vivió el regreso a Uruguay acarreando las heridas de la larga marcha. Los dos, en medio de ese camino, se encontraron en París. Viglietti le dijo que estaba escribiendo música para sus versos; "pues tenemos que hacer algo con esta casualidad". E hicieron una gira memorable, que aún a Mario le devuelve a los ojos la alegría que le deja la vieja y persistente melancolía.

Junto a esos libros hablamos. Él ya no es muy propenso a las entrevistas; lo fue, con cuentagotas. Ahí está ahora, respondiendo a algunas preguntas, ante el magnetófono. Lástima que la ironía de sus ojos no pueda aparecer en letra impresa.

PREGUNTA. Este libro, Vivir adrede, compuesto de relatos, parece una combinación de sus haikus y de sus poemas. ¿Cómo fue saliendo?

RESPUESTA. Yo qué sé. Cómo nacen mis libros es un misterio. Porque de repente estoy meses sin escribir, y de pronto aparece, plaf, ahí está, vuelve la escritura. Aparecen de golpe, con sus títulos y todo, con la división de capítulos. Pienso que eso le pasa a todos los escritores, que un nuevo libro les surge como un secreto que se revela... Durante unos meses tuve últimamente unos problemas familiares graves y no escribí nada. Necesito cierta paz para aproximarme a la poesía.

P. Y a la narrativa.

R. ¡Y para aproximarme a mí mismo!

P. En estos libros últimos, en los que escribe, en los que ha publicado, hay autobiografía y contemplación de lo que pasa. ¿Cómo le deja a usted lo que ve?

R. Tal vez porque últimamente trabajo menos y contemplo más; creo que lo que ha crecido en mí es la capacidad para contemplar el mundo. Por supuesto que no he dejado de escribir, pero sí noto que cada día me fijo más en lo que le sucede al mundo.

P. En estos libros, en los poemas, en Vivir adrede, hay como una tachadura de lo que ve...

R. Es como si descubriera el dolor que ha pasado, y el que me ha pasado, y empezara a tachar, sí; hubo cosas en el pasado que dolieron mucho, y que me dolieron mucho. También aparece eso en lo que uno escribe...

P. La escritura es como el mar, devuelve lo que le eches...

R. ¡Y hay que tener cuidado para no te ahogue!

P. Pero usted se defiende con el humor... Como un adolescente que se levantara en clase a hacer preguntas...

R. ¡Preguntas intempestivas!

P. Siempre se ha manifestado perplejo por lo que pasa. ¿Qué es lo que más le extraña de lo que ahora sucede alrededor?

R. Hay muchas cosas. Evidentemente, una de las que más me extraña es la falta de respeto entre las personas. Eso me duele. Me duele desde el punto de humanitario. Y me duele porque lo veo casi imposible de arreglar... Y es un problema mundial; ahí ves la importancia que ha adquirido el dinero, cada uno pelea por más dinero, por eso está cada vez más lejos un cambio positivo, porque cada día se pelea por más... Y ahí está el origen de la falta de respeto.

P. Es el símbolo de la guerra, la falta de respeto.

R. Los diarios están llenos de cosas trágicas, que revelan en qué se está convirtiendo el mundo ahora, y los cambios que se ven suelen ser negativos... Eso provoca cierta tristeza interior, una tristeza irreversible.

P. Qué lejos parece la felicidad.

R. Yo cada vez la veo más lejos.

P. ¿Cómo se siente ahora escribiendo?

R. Para mí escribir siempre fue una necesidad. Si te digo que empecé a escribir a los siete años... A veces escribo con más urgencia. Y si veo que durante meses no escribo me angustio... Escribir ordena a uno dentro de sí mismo.

P. Acaba de entregar un libro, Testigo de uno mismo, versos que publicará Visor en julio, y escribe otro libro autobiográfico, Biografía de uno mismo, también de poemas. Como si usted estuviera ordenando lo que sucedió.

R. Es como si tratara de verme por dentro. Y por fuera también. Pero ahora tengo un poco esa impresión de que mis últimos libros de poesía son una investigación de mi alma o de mi vida.

P. ¿Y cómo es la vida cuando uno la pone en perspectiva?

R. El estado actual del mundo me deprime. Además, voy a cumplir 88 años. ¡No es para andar bailando!

P. Brecht dijo que también habría que cantar en los tiempos oscuros... ¿No hay ninguna luz?

R. Ahora lo que lamento es no tener una religión. A alguien que está pasando los estados de ánimo que estoy pasando yo le vendría muy bien una religión. Pero no la tengo. Y eso es peor.

P. Y ya no la va a tener.

R. No.

P. Los laicos tienen una religión, la escritura.

R. Sí, puede ser... La escritura puede ser como la fe: vas buscando cosas, por lo menos así le sacudo al alma un poco.

P. ¿Y qué completa más, la poesía o la prosa?

R. Ésa es una cuestión de vocación. Siempre fui más poeta que prosista. Me siento más realizado en la poesía.

P. Estamos en Uruguay. ¿Cómo fue posible que en un país tan chico y tan culto viviera la ignominia?

R. La ignominia siempre es posible. Mira Alemania. Eso no lo cambia ni el tamaño del país ni su historia. Ni la enseñanza que uno recibió. Es un secreto.

P. ¿A usted cómo le dejó aquel largo episodio? ¿Le vuelve a la cabeza?

R. Imagínate. Fue una falla histórica. Porque de repente te viene eso y... Un terremoto. No es de Uruguay o de acá, sino del mundo. Si es un pez pequeño como Uruguay, con menos defensas que otros, lógicamente no es para salir cantando...

P. Dice usted: "Todo es adrede, todo hace trizas el alma".

R. Ah, sí. A veces el alma se descuida y te deja un pedacito de alegría.

Mario Benedetti. Nuevo rincón de haikus. Visor. Madrid, 2008. 240 páginas. 14 euros. Vivir adrede. Alfaguara. Madrid, 2008. 200 páginas. 15,50 euros. Daniel Viglietti, desalambrando. Seix Barral. 2008.

El trabajo de Hortensia Campanella

Mario Benedetti, sentado en su sillón, al fin esboza una risa, y brinda con vino. Por sus libros. Pero lo que le ha traído verdadera alegría es la biografía que le ha entregado ya Hortensia Campanella, que lleva trabajando en la vida del autor de La tregua al menos diez años. Aquí está el resultado. De la vida de Benedetti, lo que más le sorprendió a Hortensia, que ahora dirige en Montevideo el Centro Cultural de España, es la capacidad de asumir riesgos, incluso de arriesgar la vida en ciertas circunstancias, o de empezar de nuevo en tantas ocasiones. Se necesita valor.Él siempre quiso ser un poeta; lo dice él, lo dice Hortensia: Leía al argentino Fernández Moreno y leía a Antonio Machado, y desde que era un adolescente quería ser un poeta. Y eso ha seguido siendo. Aprendió a leer casi solo, dice Campanella, antes de ir al colegio, y desde entonces la lectura y la escritura fueron su obsesión, su vida. Luego, como diría Gil de Biedma, la vida fue en serio. El exilio fue una tragedia de la que su espíritu positivo y tenaz extrajo una gran riqueza: el encuentro con la gente en los diversos países en los que estuvo viviendo: Argentina, Perú (fugazmente), Cuba y España. Viajó mucho y pudo comprobar la solidaridad de los pueblos, de las patrias sustitutas compañeras, como las llama. Pero durante su exilio pasó angustias económicas, fue objeto de amenazas y su vida corrió peligro, sufrió la soledad, la ausencia de tanto y de tantos y tuvo que empezar varias veces. Sin embargo, su balance, que aparece en poemas y textos diversos, estuvo lleno de gratitud y buenos recuerdos. El regreso, dice Hortensia, fue casi tan difícil como el exilio. Inventó ese término tan feliz, desexilio, puesto que el regreso es un proceso en el que a veces se echa de menos el lugar del que se viene; a veces se encontró con incomprensiones y mezquindades, pero también con la emoción del reencuentro con gente y paisajes.Creo, dice la biógrafa, que tanto en su obra como en su trayectoria vital, el signo de la vida de Benedetti es la coherencia. Y una imagen: su sonrisa, cálida y generosa.Ahí está la sonrisa, herida por el rayo de la vida, y aunque melancólica, franca, como recóndita, el poeta de la ironía, del amor y la melancolía dice adiós desde su sillón favorito. A los pies, los libros con los que se reconstruye. J. C. O

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