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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Aquel 23 de agosto de 1989

Los miles de alemanes del Este que entraron en Austria en el verano de hace veinte años fueron el detonante de un movimiento de masas que afectó a todo el bloque socialista europeo vinculado a la URSS

Antonio Elorza

Cuentan que un especialista en política exterior, durante un debate televisado, quiso enfatizar que algo era imposible. "Eso pasará cuando caiga el muro de Berlín", dijo. El episodio habría tenido lugar sólo unas semanas antes de que el 9 de noviembre de 1989 el portavoz del Gobierno comunista alemán anunciara la inminente posibilidad de franquear la divisoria con Berlín Oeste, desencadenando la marea humana que primero hizo inútil el muro y a continuación suscitó el desplome del comunismo en la Europa oriental. Nuestro experto no había sido el único en equivocarse. Desde que Gorbachov emprendiera su política reformadora, la RDA de Honecker había asumido con discreción, pero resueltamente, el papel de guía del campo socialista. En esa dirección, para celebrar su 40º aniversario, Mundo Obrero publicó una serie de reportajes sobre el esplendor del socialismo en la supuesta Alemania democrática, de acuerdo con el repliegue hacia el tradicionalismo que desde el año anterior impulsara el nuevo líder comunista español. Tras cumplir el ritual vasallático de las vacaciones en el Mar Negro, Julio Anguita fue asimismo promotor de la reconciliación con el PC de Checoslovaquia, después de dos décadas de ruptura motivada por la condena del partido de Carrillo y Dolores a la invasión del Pacto de Varsovia. El pecé que fuera adelantado al recuperar la democracia volvía a proponer "la construcción del socialismo" a la vieja usanza.

Fue la constatación de un fracaso, del abismo surgido entre la utopía y la realidad
Occidente aparecía como el paraíso alternativo. Y Hungría y Polonia proporcionaban el ejemplo
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La desintegración del sistema comunista era más que visible. El apoyo popular en la URSS a las reformas situadas bajo los lemas de perestroika (cambio) y glásnost (transparencia informativa) tropezaba ya con el malestar de una clase política temerosa, y con razón, de verse desplazada del poder, y sobre todo, con la evolución desfavorable de la economía. Aún hoy, una buena amiga ex soviética, demócrata por lo demás, sigue soltando rayos y truenos ante la simple mención del nombre de ese Gorbachov que le hizo perder la posición privilegiada en la crema de la nomenclatura. Opinión ampliamente compartida en la ex URSS: más valía la seguridad del pasado. Gorbachov intentó sin éxito la resurrección de la Nueva Política Económica (NEP) leniniana y abrió la caja de Pandora de las elecciones. En otro sentido, reconoció la exigencia de proceder a una voladura controlada de los regímenes de partido único en países como Polonia y Hungría, donde la base comunista era mínima y los propios dirigentes emprendieron la senda de encauzar el pluralismo político.

Cualquier visitante avisado no podía abrigar duda alguna desde los años setenta: en la sociedad polaca encontrar un comunista confeso era más difícil que dar con una aguja en un pajar y en Hungría el rechazo explícito a la calificación de comunista llegaba a los empleados al servicio del Comité Central del Partido. Allí donde se mantenía estrictamente la dictadura del proletariado, era por medio de un ejercicio permanente de la represión contra una sociedad aplastada y consciente de ello (Checoslovaquia) o según formas degeneradas de poder personal con vocación dinástica: la Bulgaria de Jivkov, con su hija Ludmila luego fallecida, dispuesto a probar de cara a una sucesión que si Lenin fue revolucionario, ello tenía que ver con la genética. Ceausescu y Kim Il Sung, los dos sorprendentes protectores del PCE de Carrillo, su amigo, llevaron esa línea hasta una megalomanía sin límites.

Unos en caída libre, otros enrocados en el absurdo, la imagen del conjunto era ya desoladora. El 21 de agosto de 1989 lo advirtió en este diario el sociólogo Alain Touraine, antes de enredarse en un ejercicio teórico franco-francés sobre el "Estado voluntarista": "¿Osaremos llevar nuestro pensamiento hasta el fin y afirmar que estamos asistiendo al fin de los regímenes comunistas, de los que ya nadie podrá afirmar que representan a la población de sus países?". Touraine aún dudaba. Una explicación menos alambicada y más esclarecedora nos llega de la pluma de Edvard Shevarnadze, el principal colaborador de Gorbachov en la política exterior soviética: "Puede decirse, es cierto, que la democracia, la libertad y la justicia no existen fuera de un sistema social, pero hace falta ignorar totalmente la realidad objetiva para pretender que cualquier cosa parecida a esas categorías existe en el 'modelo socialista' construido entre nosotros. Basta con mirar la apariencia de las gentes, observar sus rostros, ver cómo van vestidos, cómo están alojados, en qué condiciones trabajan, para convencerse de que todo ello se parece poco a una existencia digna del hombre. Y que se encuentra desesperadamente lejos del ideal socialista". No era el fin de una ilusión, sino la constatación de un fracaso, del abismo surgido entre la utopía y la realidad.

Intervenía también la fascinación ante el modo de vida occidental, con sólidas bases por una parte, si bien por otra exagerada hasta el grado de presentarse como un paraíso alternativo al espectacularmente fallido del socialismo real. De ahí las ulteriores frustraciones, cuando muchos descubran que con el capitalismo ha llegado el fin de la gris seguridad, pero seguridad al fin, que constituía la principal aportación económica de las sociedades socialistas. Sólo que en el verano del 89 esa desagradable comprobación quedaba lejos, y lo que contaba era la sensación, particularmente viva entre los alemanes orientales, de sentirse enclaustrados, en un espacio cerrado por un régimen que proclamaba su superioridad respecto de la Alemania Federal y que con la clausura inexorable venía a confesar su inferioridad. Además la reformadora Hungría ofrecía el ejemplo, al abrir su frontera con Austria, en una curiosa restauración esbozada antes con Kreisky y Kadar de la Kakania sobre la cual ironizó Musil. Los intentos de pasar a Austria por la vía húngara tropezaron con muchos obstáculos en los primeros meses del 89, incluido un sello en los pasaportes de los rechazados. Las vacaciones de verano ofrecieron una nueva posibilidad de intentar la huida. Porque en realidad de huida se trataba.

De ahí la significación de ese 23 de agosto de 1989, cuando el Gobierno húngaro decide no oponerse al paso. Dos días sólo después de que Touraine publicara su artículo. Fue la pequeña brecha abierta en la presa que la hizo saltar. Los miles de alemanes del Este que entraron en Austria fueron el detonador de un movimiento de masas que afectó en los meses finales de 1989 a todo el bloque socialista europeo vinculado a la URSS. Además, Hungría y Polonia proporcionaban el ejemplo. ¿Por qué seguir vegetando políticamente en la obediencia pasiva? ¿Por qué sufrir por más tiempo el enclaustramiento en el espacio socialista? Las movilizaciones y una incipiente organización política pusieron a los distintos Gobiernos de las llamadas democracias populares ante la disyuntiva de aceptar el cambio o disparar. Con Tiananmen, China había proporcionado una prueba de la eficacia de la segunda opción, sólo que Gorbachov y Shevarnadze no la aceptaban. Está por analizar el papel desempeñado por los peones que Moscú siempre tenía infiltrados en las direcciones de los partidos comunistas, y que en esta ocasión actuaron, en RDA, en Bulgaria y tal vez también en Rumania, eliminando a los viejos líderes. El resultado es conocido. No hubo reforma de lo irreformable y si una inversión del lema tradicional. Como rezaba un graffiti alemán: Proletarier aller Länder, verzeihen uns ("Proletarios de todos los países, ¡perdonadnos!"). Al otro lado, claro, no estaba tampoco el paraíso.

La primera lección del 89 es inequívoca: los Estados dictatoriales, de la China de Deng al Irán de Jamenei, cuentan con recursos suficientes para aplastar a los más cohesionados movimientos de alternativa democrática. Corea del Norte, Birmania, Cuba, son otros ejemplos de supervivencia si la represión es decidida. En cuanto a los que huyeron, destaca la presencia de la continuidad, con la diferencia sabiamente apreciada por Stalin, entre quienes tuvieron o no unos antecedentes de pluralismo político. De un lado, Chequia/Eslovaquia, Hungría o Polonia; de otro, la restauración autocrática asentada en el nacionalismo granruso de Vladímir Putin.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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