_
_
_
_
_
OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los 56 agujeros

Javier Sampedro

"Mister Hariot era un consumado caballero. Murió en Fleet Street sobre 1656 o 1657. Tenía unas magníficas colecciones y anotaciones de sus viajes, que por desgracia se quemaron todas en la gran conflagración de la city (1666). Él debió morir sobre la época del incendio (?; preguntar otra vez). Esta familia no habla bien de Sir Walter Raleigh, dice que Sir Walter Raleigh amañó su pendencia con los españoles, dice que para hacerse popular en Inglaterra".

Así suenan las Vidas breves de John Aubrey, unas minibiografías de los grandes personajes británicos de su época -William Shakespeare, Ben Jonson, Francis Bacon, Robert Boyle y el desgraciado de Sir Walter Raleigh, entre ellos- basadas en informantes de primera mano, narradas con una candorosa franqueza, acabadas de cualquier forma y reunidas en el "más extraño libro de cuantos hayan alcanzado la fama literaria", en palabras del historiador británico Richard Barber.

Aubrey era un "anticuario" en el sentido del siglo XVII, una profesión extraña a medio camino entre el coleccionismo de piezas arqueológicas y el mero paseo por los herbazales de Wiltshire. Murió en 1697 sin tiempo material de ordenar las Vidas breves, toda vez que llevaba 20 años corriendo delante de sus acreedores, y las notas quedaron depositadas en total desbarajuste en la mítica Biblioteca Bodleiana, the Bod, la principal biblioteca de investigación de Oxford. Allí se pasaron dos siglos hasta su primera edición, de 1898.

Los agujeros de Aubrey siguieron ocultos al mundo hasta 1919, cuando el coronel William Hawley desenterró las notas que quedaban en la Biblioteca Bodleiana. Los agujeros de Aubrey son unas fosas cavadas en la tierra, de un metro de profundo, que rodean al famoso conjunto megalítico de Stonehenge. Aubrey había descubierto cinco en 1666, y el coronel Hawley pudo encontrar 34 agujeros de Aubrey en una primera excavación, y otros 22 en la segunda y definitiva, total 56. Lo que le faltaba a Stonehenge. Teníamos los 4 jinetes del Apocalipsis, los 7 pilares de la sabiduría, los 10 mandamientos, los 39 escalones, los 40 ladrones, pero ¿56 agujeros? ¿Qué haces con eso?

Pues esto fue lo que hizo en los años sesenta Gerald Stanley Hawkins, director del departamento de Astronomía de la Universidad de Boston. La visibilidad de un eclipse de Luna depende críticamente de un fino balance entre los leves planos de inclinación de las órbitas de los tres implicados, el Sol, la Tierra y la Luna. La orientación relativa de esos tres planos no sigue ningún ciclo anual, pero se aproxima a un ciclo de 18,61 años. Los astrónomos llaman a ese periodo un ciclo Saros -el nombre se lo puso Edmond Halley-, y siempre lo han usado para predecir los eclipses.

Y Gerald Stanley Hawkins se sabía una división por 3 que se le había escapado a todo el mundo: 56 entre 3 igual a 18,67. Para qué quieres más: Hawkins concluyó que Stonehenge era un "ordenador neolítico de uso astronómico", directamente, y se quedó tan ancho, y otro día te cuento la que lió después sir Fred Hoyle.

Qué extraño es todo esto.

El monumento megalítico de Stonehenge (Inglaterra).
El monumento megalítico de Stonehenge (Inglaterra).AFP

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_