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Reportaje:ARGENTINA, ESTAMPAS DE UNA CRISIS / 1

CARTONEROS Y 'CIRUJAS' EN LA NOCHE DE BUENOS AIRES

Una actividad tan antigua como el tango, a la que pocos prestaban atención, se ha extendido, por efecto de la grave crisis económica y social, por las principales ciudades argentinas. La noche de Buenos Aires adquiere hoy un aspecto más tétrico en la calle, donde miles de nuevos pobres rebuscan entre la basura para sobrevivir.

El camión se detiene detrás del antiguo mercado del Abasto, hoy convertido en un centro comercial, levantan la lona y aparece un enjambre de hombres, mujeres y niños. En un visto y no visto están todos en la calle con sus carretillas, dispuestos a iniciar su jornada de trabajo en busca de cartón y papel, aunque los hay que también recogen vidrio, latas y plásticos en sus sacos enormes. Ya es de noche en Buenos Aires cuando el centro de la ciudad se puebla de miles de cartoneros. Lo que hace meses eran escenas aisladas hoy se repite en cualquier esquina de la capital y de las principales ciudades argentinas: individuos de vestimenta raída hurgan en las bolsas de basura ante la mirada indiferente, cuando no desconfiada, de los transeúntes. Capaces de caminar kilómetros y kilómetros con carros que llenos pesan 100 kilos, son los nuevos inquilinos de la noche porteña, que languidece por el miedo a la inseguridad.

'Cuando enviudé, hace dos meses, no tenía muchas opciones: me muero de hambre o salgo a cartonear'
'Los 'cirujas' corresponden, en cierto modo, a los traperos del Rastro de Madrid'
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Óscar Carballo, de 15 años, apenas hace un mes que forma parte del ejército de sombras silenciosas que deambula por la ciudad. Vive en Villa Fiorito, un barrio pobre del conurbano bonaerense. A las cinco de la tarde sale disparado del colegio para no perder el camión y una hora y media de viaje hasta la capital. 'Somos varios que hacemos esto, cada vez más', cuenta. Tiene tres hermanos más pequeños y su padre, sin empleo, 'hace changas por ahí'. Óscar ha aprendido rápido. Con una simple mirada intuye si en un contenedor hay algo que llevarse. Abre la bolsa de basura sin desparramar los desechos, saca el papel y la cierra con cuidado. Así una y otra vez. Sin detener el paso mira de reojo un restaurante donde sirven buena carne y al indigente que rebusca en dos bolsas de las que saca restos de comida. En una semana, de domingo a viernes, suele sacar unos 50 pesos (poco más de 14 euros).

A diferencia de Óscar, que cartonea solo, Beatriz Escobar, de 42 años, viaja en el camión con cinco de sus seis hijos (de 19, 13, 11, 8 y 4 años). Trae a la prole por dos motivos: 'Por seguridad, porque vivimos en un lugar muy feo y prefiero que estén conmigo, y para que me ayuden. Además, ellos sacan un poquito y venden para ellos. Así aprenden a ganarse la platita también, y a cuidarla, que nada viene de arriba'. 'Cuando enviudé, hace dos meses, no tenía muchas opciones. Me dije: me muero de hambre o salgo a cartonear'. El sábado es el día de descanso. Un descanso relativo, porque hay que clasificar el papel, diarios y cartones que cada uno guarda en casa durante toda la semana y llevarlos para la venta a los depósitos conocidos como cartoneras.

Las oleadas de carreteros que se trasladan diariamente a Buenos Aires desde los cinturones de pobreza son inquietantes. En camión, tren, a pie, llegan por los medios más diversos. Al caer la noche, los ferrocarriles que circulan por los ramales de entrada a la capital están repletos de estas nuevas víctimas de una crisis social devastadora. El antropólogo social Francisco Suárez, de la Universidad Nacional General Sarmiento, estima que en 1999 unas 100.000 personas vivían del cartoneo.

Muchos cartoneros suelen trabajar solos o con su familia, de una manera informal, disgregados de la sociedad. Pero hay casos en los que han logrado organizarse, como los del llamado Tren Blanco, que sale de la paupérrima localidad de José León Suárez, en el partido de San Martín, a las 18.40 y regresa a las 23.20. El convoy de seis vagones desnudos traslada diariamente como único pasaje a casi un millar de cartoneros con 400 carretas. Los usuarios lo bautizaron como Tren Blanco porque en sus orígenes era de este color, hoy maltrecho por el desgaste y las pintadas.

Lidia Quintero es la delegada de este contingente humano que se despliega durante cuatro horas por distintos puntos de la ciudad. 'Nosotros hace tres años que estamos en esto', explica esta mujer de 45 años, madre de nueve hijos y viuda desde hace un año. 'Trabajaba en una fábrica de calzado hasta que cerró, hace cinco años'. Al comienzo, los Quintero viajaban con sus carretillas a la ciudad en el tren común de pasajeros. 'Hace apenas dos años no había más de 40 carretas, pero el número aumentó rápidamente, empezamos a tener problemas con los pasajeros y decidimos organizarnos'. Finalmente la empresa Trenes de Buenos Aires (TBA) puso en circulación lo que hoy es un ferrocarril destartalado sin asientos (para dar cabida a más carretas), sin luz, puertas, ni cristales en las ventanas. Nadie se ha preocupado de frenar el deterioro. Para viajar en estas condiciones el precio del abono quincenal es de 10,5 pesos, lo mismo que cuesta un tren en buen estado. El trayecto nocturno de regreso, desde la estación de Colegiales hasta José León Suárez, es el viaje de un tren fantasma que avanza a toda velocidad en medio de la oscuridad, que sólo se rompe por el resplandor fugaz de las estaciones que cruza sin detenerse. El convoy sólo hace cuatro paradas junto a andenes repletos de carretas que suben de manera perfectamente organizada. De nuevo en marcha, el interior de los vagones es como un recorrido a la intemperie por el frío que se cuela por todos los rincones. La expresión de los rostros varía según el botín de cada saco. No son muchos los que logran llenarlo porque la pugna es feroz y no hay mercancía para todos. Vienen de todos lados, de Villa Soldati, de Pacheco, de Maschwitz, de Zárate, de Lanús, de Lomas de Zamora... hasta de Bajo Belgrano. La generalización del cartoneo es una muestra clara del aumento de la pobreza, que supera la mitad de la población (19 millones de personas).

Hasta el año pasado, los cartoneros tenían problemas con el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. 'Nos retenían las carretas, nos sacaban la mercadería', dice Lidia Quintero, que asegura que la policía sigue haciendo de las suyas en algunas zonas. 'Hay policías que a varias personas les pidieron plata. Que le paguen por semana. Y qué les vamos a dar si a gatas mantenemos la familia con esto'. Así relata la delegada cartonera el último enfrentamiento que tuvo con la autoridad: 'Todavía hace poco el señor Daniel Scioli salió diciendo que no nos quiere por el asunto del turismo, que le da vergüenza y que afeamos la ciudad. Yo le contesté que eso lo tenían que haber pensado antes de fundir la Argentina, no ahora. Que la culpa no la tenemos nosotros de quedar sin trabajo. Porque acá mucha de la gente que viene tiene oficio, no son de siempre cartoneros. Son toda gente desocupada'. Antiguos albañiles, conductores de autobús, electricistas, fontaneros, pintores, zapateros, entre otros oficios, forman parte del ejército de desocupados o nuevos pobres que han cambiado sus herramientas originales por la carreta. Dos datos que no necesitan comentario: el subsidio que el Estado otorga a cada unidad familiar sin trabajo es de 150 pesos mensuales (unos 42 euros); y el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (INDEC) considera pobre a la familia que gana menos de 626 pesos al mes.

De regreso a José León Suárez, en la medianoche, la jornada de los cartoneros del Tren Blanco no ha terminado. 'Cuando llego, descanso y tomo unos mates. Después, empezamos a descargar las carretas, clasificamos el papel de diario, el papel blanco, el cartón, las botellas, el plástico, hasta las cuatro o las cinco de la mañana. Durante la semana lo guardamos y el sábado hacemos la entrega a las nueve de la mañana. Viene un camión y se lo lleva', cuenta Adelaida Rosas, Juana, de 53 años, 20 de ellos en el oficio. 'Empecé con un changuito [carrito] y después ya las carretas. Así trabajamos, así construí mi casa y así crié a mis cinco hijos, sola'. Juana es de las que recoge todo, 'y me pagan todo por separado'. El mejor precio es el del papel blanco (por lo general de impresora), 'que está, según las semanas, a 40 centavos el kilo; el cartón, a 25 centavos; el plástico, a 15 centavos, y las botellas, a 10 centavos'. Con la carreta bien cargada, la veterana Juana se saca unos 120 pesos cada 15 días.

Hurgar en las bolsas de basura tiene el riesgo de que la mano tropiece con un vidrio, una jeringa o cualquier objeto cortante que está al acecho. Cuántas veces se habrá cortado Adelaida Rosas en 20 años de cartonera. Y, sin embargo, se resiste a usar guantes. 'No he tenido ninguna infección. Siempre, cuando llego, me limpio con alcohol y jabón'. Algunas asambleas vecinales que surgieron al calor del movimiento de protesta que aceleró la caída del Gobierno de Fernando de la Rúa, en diciembre pasado, promueven una campaña de atención sanitaria a los cartoneros que incluye la vacunación contra el tétanos.

Un término muy conocido del lunfardo argentino (lenguaje popular de Buenos Aires y sus aledaños), del que probablemente desciende el cartonero es el de ciruja. José Gobello lo define en su nuevo diccionario como la 'persona que comercia con los residuos que reúne en los vaciaderos'. El ensayista Domingo Casadevall escribió en 1957 que 'los cirujas corresponden, en cierto modo, a los traperos del barrio del Rastro de Madrid'. Data de lejos el ciruja, que debe ser un apócope de cirujano, en una alusión socarrona al cirujano de la basura. El antropólogo Francisco Suárez sitúa el origen del término en 1870.

La última dictadura (1976- 1983) prohibió el cirujeo por ley, a través de una ordenanza que pretendía tapar la marginalidad social en la ciudad de Buenos Aires y su conurbación. Todavía hoy, la legislación vigente considera ladrón a quien se lleva los residuos, y es ni más ni menos la que aplicó el año pasado el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, cuando persiguió a los cartoneros y les decomisó los carros con mercaderías.

Los militares crearon una entidad para el tratamiento de los residuos en la capital federal, que sigue en funcionamiento. El padre del invento fue el brigadier Osvaldo Cacciatore, intendente municipal, que prohibió la incineración de los residuos que empezaron a ser recolectados, compactados y depositados en gigantescos basurales, hoy al borde de la saturación. Lo que pretendía ser el cinturón verde ecológico de Buenos Aires se convirtió en un cinturón de podredumbre. Pero detrás de la operación hubo un negocio fenomenal. 'Se gana mucho dinero con el tema de la basura', asegura Suárez. 'Por ejemplo, en cualquier municipio del conurbano la gestión de residuos se lleva entre el 10% y el 20% del presupuesto. Para toda la región metropolitana recolectar y enterrar los residuos tiene un costo de 500 millones de pesos'. Ante la proliferación de cirujas y cartoneros las empresas que recolectan formalmente en la ciudad de Buenos Aires se sienten amenazadas. El año pasado la cantidad de residuos que retiraron disminuyó entre el 5% y el 10% y una de las empresas afectadas hizo una demanda al gobierno municipal por 20 millones de dólares, por supuestas pérdidas. 'La paradoja es que el nivel de reciclado de los cirujas es altísimo', afirma Francisco Suárez. 'Recuperan un 10% o un 15% de la basura, que son porcentajes europeos de reciclado. Solamente el Tren Blanco recupera cerca del 3% del papel que se produce en la ciudad de Buenos Aires. Hacen la actividad que cualquier política ambiental recomendaría'. El reciclaje en los países desarrollados comienza con una preselección domiciliaria, seguida de una recolección diferenciada por parte de las empresas privadas. En Argentina se entierra la basura, pero más temprano que tarde, las autoridades tendrán que dar un giro drástico hacia el reciclado, porque los depósitos de residuos están atiborrados y no dan abasto para engullir las 5.200 toneladas de basura que genera diariamente el Gran Buenos Aires. Además, la contaminación ambiental y los problemas serios de salubridad para los vecinos de dichas zonas son más que una amenaza.

Un grupo de cartoneros aguarda la llegada del Tren Blanco, que les llevará hasta el centro de Buenos Aires para recoger papel.
Un grupo de cartoneros aguarda la llegada del Tren Blanco, que les llevará hasta el centro de Buenos Aires para recoger papel.ASSOCIATED PRESS

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