_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Estado de sitio

LA DECISIÓN del presidente Alfonsín de declarar el estado de sitio enturbia un acto culminante del proceso de democratización en Argentina: las elecciones legislativas parciales del 3 de noviembre. Aunque el decreto autolimita los poderes tomados y promete el mantenimiento de las gárantías cívicas, es norma universal de las democracias que las elecciones se celebren en condiciones políticas de normalidad. Y eso no será ya posible.El decreto de Alfonsín, que sigue y completa otra decisión de Gobierno de practicar unas detenciones preventivas contra presuntos golpistas, revela el temor de que un entramadó desestabilizador se adelantase a las urnas y secuestrase el poder establecido. Hay que recordar que en circunstancias de sólo un cierto parecido se celebró el largo proceso co nstituyente español y que a cada paso tenido como decisivo correspondieron violentos actos de desestabilización; España no cayó en la tentación de las medidas excepcionales y prefirió responder a la provocación y al delito con la solidificación del poder civil. Los hechos demuestran que eso fue un acierto.

El parecido se detiene ahí: la Argentina democrática sale de una dictadura monstruosamente criminal, cuya delincuencia se está exarninando en un proceso que acusa a nueve altos jefes del Ejército, entre ellos los ex presidentes del país; de una aventura militar (Malvinas) desmoralizadora; y atraviesa una crisis económica tan profunda que se puede emplear abiertamente la palabra hambre para explicar lo que sucede en amplios sectores sociales. Personas grandes y minúsculas del régimen anterior están arrojadas a la infamia pública y pendientes de una mayor depuración: son desestabilizadores natos, gentes adiestradas en la violencia, y muchos de ellos creen que no tienen nada que perder en una aventura golpista. Además de los atentados y los actos de terrorismo que se multiplican, existe un llamado plan Omega para derribar el poder civil.

La arriesgada decisión de Alfonsín puede cerrar el paso a este golpismo derechista y dejar fuera de posibilidad de acción a muchos de sus activistas; solo si fuese así se justificaría. Funcionara a condición de que el Ejército en activo, la enorme parte militar que ha quedado exenta de las acusaciones globales contra el régimen anterior, se mantenga al margen. Parece que va a ser así: el Ejército, a pesar de la pérdida de sus privilegios y de una disminución continua de sus presupuestos, está demasiado escaldado por el desastre del que fue protagonista, y que ahora es público; no tiene el menor deseo de com prometerse otra vez en la administración imposible de un país en bancarrota; acepta con cierta malignidad que sean los civiles los que carguen con ese enorme peso. Si alguien puede hacer algo para salir de la situación es un Gobierno civil democrático, y Alfonsín cubre ese puesto de héroe cívico con inusual fuerza.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Queda en pie la sospecha, y el temor, de que el paso espectacular del presidente haya sido precipitado, y el interrogante de si la respuesta plenamente democrática -esperar, a pie firme los nueve días que le quedaban hasta las elecciones- no hubiese sido más eficaz. Lo que se espera ahora es que el estado de sitio no se mantenga dutante el tiempo revisto por el decreto; que las elecciones legislativas parciales (para un tercio del Congreso) se desarrollen de manera que nadie pueda impugnar sus resultados por el hecho de celebrarse en circuns,tancias de excepción; y que el presidente dé una explicación clara de los motivos de medida tan severa y extrema en cuanto se esclarezca la trama del golpe y el juicio de los implicados.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_