Abismo tailandés
El gran peligro de la larga crisis política tailandesa, que pese a sus altibajos no cesa de agravarse, es su proximidad al punto sin retorno de un nuevo golpe militar o un enfrentamiento civil. Su penúltimo episodio, con el Ejército bloqueando el centro de Bangkok y disparando contra los camisas rojas allí fortificados por miles -partidarios del depuesto primer ministro populista Thaksin Shinawatra (más de una veintena de muertos y más de un centenar de heridos en las últimas 48 horas)- acerca un poco más al precipicio al país surasiático. El detonante del nuevo clímax sangriento ha sido el intento de asesinato por un francotirador del comandante rojo, un general disidente pasado al campo antigubernamental.
El acosado Gobierno de Abhisit Vejjajiva, apoyado por los generales, propuso la semana pasada un plan de reconciliación que incluía elecciones anticipadas, como exigen los rebeldes, para sanear lo que consideran una democracia manipulada por la alianza entre los militares y la burocracia de una monarquía hierática. Fracasado el plan por discrepancias entre los camisas rojas, el primer ministro ha cancelado su propuesta electoral y extendido el estado de emergencia a un total de 17 provincias, mientras sopesa un asalto con toda la fuerza al centro de Bangkok.
El país imán del sureste asiático comienza a pagar un precio inasumible por una situación que viene de años atrás, pero cuya fase crítica comenzó en marzo. La postal risueña de la propaganda oficial ha sido sustituida por una capital de 14 millones semiparalizada, la vital industria turística en caída libre, un creciente pánico inversor y el cierre de comercios, hoteles y embajadas. Todo conforma el escenario más negro para Tailandia en casi 20 años, y anuncia lo peor si persiste el ejercicio de contumacia suicida en que se han enrocado un Gobierno desacreditado y sin mandato popular y unos enemigos crecientemente maximalistas y confusos.
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