Adiós, muchachos
No es por dar ideas, pero estamos a punto de no servir para nada. Los hombres, me refiero. Y cuando decimos nada, queremos decir nada de nada. Una nueva técnica desarrollada por científicos de la Universidad de la Ciudad de Yokohama -todavía solo en ratones, pero ya sabemos lo que vendrá después- permite obtener espermatozoides sin límite en el tubo de ensayo, con lo que la última instancia a que podíamos apelar en este cruel pasatiempo de la supervivencia biológica, la prerrogativa masculina por antonomasia -la de diseminadores de esperma- se va a esfumar entre nuestros dedos como una mala idea. La hora del juicio final ha llegado, muchachos.
Los investigadores japoneses han puesto a prueba, en ratones, un sistema de cultivo celular que permite producir esperma en el laboratorio y completar su maduración. Los espermatozoides de bote tienen tanta calidad que sirven, tras una fecundación in vitro convencional, para obtener descendientes sanos y fértiles. Los expertos japoneses confían en que su método pueda adaptarse a otras especies. Dicho esto, claro está, sin mirar a nadie.
La intención de los científicos es buena. Si la técnica se puede extrapolar a los seres humanos se abrirá una estrategia terapéutica enteramente nueva para la infertilidad masculina. Cuando un hombre joven tenga que someterse a quimioterapia contra el cáncer, un tratamiento que a menudo esteriliza sus células sexuales, se podrán preservar tejidos del paciente de los que, si él mismo lo requiere después, sería posible derivar espermatozoides funcionales con fines reproductivos.
El cromosoma Y era como el X, una ristra de 1.500 genes. Hace 300 millones de años perdió la capacidad de aparearse con él y ya no puede reparar bien los daños causados por el entorno. Los cromosomas reparan esos daños copiando a su pareja, y el Y no tiene a quién copiar. Nuestro cromosoma Y ya solo tiene 50 genes, dedicados mayormente a la producción del esperma. Jennifer Marshall Graves, de la Universidad Nacional Australiana en Canberra, estima que el cromosoma Y se autodestruirá en cerca de 10 millones de años. Pero quizá no haga falta esperar tanto.